Hacia fines de 1907, la Ciencia Cristiana llegó a mi hogar paterno mediante unos familiares de América. Mi madre estaba inválida, pero pronto fue sanada mediante la lectura de la edición alemana de El Heraldo de la Ciencia Cristiana.
Años más tarde, una grave enfermedad estomacal me causaba dolores insoportables. Mi madre tuvo que insistir mucho para convencerme de que leyera literatura de la Ciencia Cristiana. Entonces llegó a mis manos el libro Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. De este libro obtuve mucha iluminación sobre la Biblia.
Al comienzo lo leía vacilante, pero pronto me cautivaron sus páginas instructivas y escritas con amor. Leemos en la página 14: “Daos cuenta, aunque no sea más que por un solo momento, de que la Vida y la inteligencia son puramente espirituales, — que no están en la materia ni proceden de ella,— y el cuerpo entonces no proferirá ninguna queja. Si estáis sufriendo de una creencia en la enfermedad, os encontraréis bien repentinamente”. Estas palabras hicieron un impacto tan grande en mí, que desde aquel momento me sentí aliviado.
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