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El poder sanador de la gratitud

Del número de noviembre de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Es fácil estar agradecido por las bendiciones que tenemos cuando todo está bien; pero estar agradecido por el bien espiritual que poseemos, cuando se está enfrentando un problema físico que continúa por largo tiempo, puede ser una prueba para nuestra fidelidad. “¿Cómo es posible estar agradecido”, puede uno preguntarse, “cuando estoy agobiado por el sufrimiento, la discordia y la desdicha?”

Sin embargo, muchos estudiantes de Ciencia Cristiana han comprobado que una enfermedad u otra dificultad que no se ha solucionado a pesar de haberse consagrado largas horas a la oración y al estudio, se sana rápidamente al empezar a reconocer las bendiciones recibidas y a expresar de todo corazón gratitud por esas bendiciones. “Padre, gracias te doy por haberme oído”, dijo Cristo Jesús. “Yo sabía que siempre me oyes”. Juan 11:41, 42;

El centrar el pensamiento en nuestros problemas en lugar de centrarlo en la verdad del ser, compadeciéndonos de nosotros mismos a causa de ellos, sólo hace que parezcan más grandes y más difíciles de superar. Esta manera de pensar negativa se centra en el yo, en vez de centrarse en Dios, y nos desvía de las ideas espirituales de la Verdad, el Cristo, siempre a nuestro alcance para liberarnos.

El recurrir a Dios sincera y persistentemente, reconociendo con agradecimiento el bien ilimitado y siempre presente, disipa la duda y el temor e ilumina el camino hacia la curación. El Salmista expresó esto cuando dijo: “En Dios alabaré su palabra; en Dios he confiado; no temeré. ¿Qué puede hacerme la carne?” Salmos 56:4 (según Versión Moderna);

Lo ocurrido en la prisión a Pablo y a Silas, misioneros valientes del Cristo, es un extraordinario ejemplo del poder de la oración que surge de un corazón agradecido. Azotados injustamente y echados en la cárcel, con los pies asegurados en el cepo, enfrentaron una situación que parecía desesperada. Pero cuanto más oscura era la perspectiva material, tanto más grande era la necesidad de recurrir con gratitud y esperanza a la luz espiritual interior. De manera que a pesar de la aparente desesperación, a medianoche “orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios”. Hechos 16:25; Sus oraciones fueron respondidas. De pronto se produjo un terremoto y todas las puertas de la prisión se abrieron. Y no sólo se rompieron sus ataduras, sino también las de todos los que estaban en la prisión. Al día siguiente los magistrados en persona fueron a liberar a los dos cristianos.

El amor que tenían a Dios y su convicción de que Dios, el bien, es supremo y omnipresente, hizo que Pablo y Silas estuvieran gozosos, agradecidos y receptivos al poder de la Verdad para liberarlos. No es posible aprisionar un espíritu libre y un corazón alegre y agradecido. Un factor importante en su liberación, fue seguramente el no estar resentidos contra los que tomaron parte en su encarcelamiento. En vez de pedir venganza para quienes los atormentaron, alabaron a Dios.

¿Nos sentimos esclavizados por alguna forma de enfermedad, por la soledad, carencia, desempleo, desaliento, sensualidad, temor, sin esperanzas de salvación? Si es así, ¿hemos levantado las manos en señal de autocompasión y desesperación, y preguntádonos: “Por qué tenía que pasarme esto?” Pablo y Silas tenían humanamente toda la razón para asumir esa actitud desesperada, pero no lo hicieron. La autocompasión es una forma de egoísmo. Nos impide ver la liberadora luz de la Verdad. “El egoísmo”, dice la Sra. Eddy en Ciencia y Salud, “es más opaco que un cuerpo sólido”.Ciencia y Salud, pág. 242;

De una manera sencilla, probé la eficacia de la fe y la gratitud al efectuar la venta de mi casa. Debido a un cambio de circunstancias, pensé que estaba bien vender no sólo mi casa sino también todos los muebles. No era problema encontrar un comprador para la casa, mas parecía difícil encontrar a alguien que quisiera comprar los muebles también.

Puse la propiedad en venta, pero pasaron algunos meses sin que nadie mostrara interés en comprarla. Esto era algo que no podía entender, pues estaba en un buen vecindario y su precio era razonable. Había sido un buen hogar para mí y mi familia, y no veía ninguna razón por la cual no pudiera servir de la misma manera a otra persona.

La Ciencia Cristiana me había enseñado que en el reino de Dios no hay ni escasez ni exceso, que en la Ciencia no hay provisión que no sea necesaria, ni necesidad sin provisión.

Empecé a hacer un profundo examen de mí mismo para ver qué obstruía el camino y me vino este pensamiento: “Tú no amas tu hogar”. Esto me asombró, porque sentí que sí lo amaba y que estaba agradecido tanto por la idea espiritual de hogar como por la casa que tan cabalmente había representado ese concepto durante varios años. Sin embargo, al seguir pensando, percibí que mi amor había sido más bien pasivo y que, en realidad, había dado por sentado que mi casa me pertenecía, sin sentir o expresar especial gratitud por ella. Entonces comprendí que si no la amaba y apreciaba como debía, sin tomar en cuenta mi deseo de venderla, no podía esperar que otra persona apreciara suficientemente lo que representaba, como para desear comprarla.

Esto me hizo pensar más profundamente en el significado de gratitud. Pude ver que la gratitud, como cualidad derivada de Dios, le es natural a todos, siempre, y debe expresarse por sí misma y no con un fin material. Como resultado de esta manera de pensar, empecé a sentir y a expresar gratitud desde lo más profundo de mi corazón, no sólo por mi hogar sino también por las innumerables bendiciones que Dios me había dado a mí y a toda la humanidad — gratitud no sólo de palabra sino de corazón.

A los pocos días vino una pareja que deseaba comprar no sólo la casa y el moblaje sino todo lo demás — muebles de jardín, utensilios y hasta las herramientas — la venta, incluyendo todo lo que el comprador deseaba, se realizó rápidamente.

Ha quedado grabada en mi memoria la lección que aprendí, o sea, que uno no debiera tomar a la ligera las bendiciones que recibe, sino que debiera reconocer y admitir con gratitud cada una de ellas. He visto más claramente que nunca la verdad contenida en las palabras de un amado himno: “Las quejas son pobreza, riqueza es gratitud”.Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 249.

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