La muerte de Moisés en la cumbre del monte Pisga marcó el fin de los cuarenta años del peregrinaje israelita. A pesar de que a Moisés no le fue permitido entrar en Canaán, se le mostró desde lejos la tierra originalmente prometida a los descendientes de Abraham. Josué, quien había sido adiestrado para suceder a Moisés, fue puesto en completo comando por Dios, quien dijo: “Como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé. Esfuérzate y sé valiente” (Josué 1:5, 6).
Habiendo aceptado este desafío, Josué proclamó que en tres días los israelitas tenían que estar preparados para pasar el Jordán y reclamar su heredad (ver Josué 1:11). Probablemente recordando que él mismo había sido uno de los espías previamente enviados a reconocer la tierra de Canaán cuando el pueblo se había aproximado a ella por primera vez muchos años antes, ahora, él mandó dos hombres a investigar la situación en Jericó, la primera ciudad grande dentro de Canaán. Allí encontraron a Rahab, una mujer descrita por Josefo como una hostelera, que no sólo les proporcionó hospedaje sino también aliento y protección, informándoles que los hombres de su ciudad, habiéndose enterado de los triunfos de los israelitas y del apoyo dado a ellos por su Dios, estaban virtualmente paralizados de temor y bien poco podían hacer para resistir el ataque planeado por Josué. Garantizando a Rahab que ella y su familia serían protegidos como recompensa por su cooperación, los espías regresaron a informar del éxito de su misión (ver Josué 2).
Así alentado, Josué adoptó medidas inmediatas para planear el paso del Jordán. Este acontecimiento fue claramente visto no sólo como una estratagema militar, relacionada con la conquista de la tierra, sino también como un acto religioso. El pueblo tendría que santificarse (ver Josué 3:5), y serían dirigidos por sus sacerdotes, quienes reverentemente llevarían “el arca del pacto del Señor” (versículo 11), símbolo de la presencia y dirección personal de Dios. Además, cuando comenzó esta maniobra y los pies de los sacerdotes que iban a la vanguardia tocaron agua, virtualmente se repitió lo que había ocurrido y alentado a los israelitas cuarenta años antes cuando pasaron en seco a través del Mar Rojo (ver Éxodo 14:29).
Ahora en esta ocasión, a pesar de que el río había desbordado (ver Josué 3:15), los sacerdotes, con su preciosa carga, junto con las huestes israelitas siguiendo de cerca sus huellas, pasaron por terreno seco, demostrando que el fin del Éxodo estaba ciertamente tan protegido como lo estuvo su comienzo. Como un recordatorio de esta liberación fueron preservadas doce piedras del Jordán, una por cada una de las doce tribus, como un “monumento conmemorativo a los hijos de Israel para siempre” (Josué 4:7).
El primer gran evento después de la travesía del Jordán fue la captura y destrucción de Jericó. Aquí, otra vez, el arca del Señor tuvo una participación importante en la ejecución del plan ordenado por Dios a Josué. Por seis días consecutivos el arca fue llevada alrededor de la ciudad acompañada por siete sacerdotes portando cuernos de carnero, y por los “hombres de guerra” (Josué 6:3). En el séptimo día, esta vuelta se dio siete veces. En la última vuelta, a una señal de Josué, todo el pueblo acompañó un prolongado toque de trompeta con un poderoso vocerío. El muro de Jericó “se derrumbó” (versículo 20), y el pueblo marchó victorioso sobre él.
Aún había mucho trabajo por hacer, mas la primera conquista principal en la Tierra Prometida había sido lograda.