Hace algunos años mi esposo y yo estábamos buscando para comprar un lote de terreno bien ubicado, pues teníamos planeado construir nuestra casa. Estábamos conscientes de que el hogar está realmente constituido de cualidades espirituales, tales como la paz, la armonía y la alegría. Nuestro deseo era demostrar este entendimiento sabiendo que ninguna creencia errónea podía impedir un deseo justo.
Durante muchos meses nuestros paseos de los domingos por la tarde se convirtieron en una búsqueda incesante. La impaciencia ya empezaba a adueñarse de mí, pues a pesar del tiempo transcurrido y de mi manera de pensar espiritual y de mis oraciones, la solución no se presentaba. Mi esposo, sin embargo, no se dejó influir por la impaciencia, y seguimos en nuestra búsqueda.
Luego, en un momento muy especial para mí — cuando estaba preparándome para tomar instrucción en clase — se presentó la oportunidad tan esperada. Fui a la clase, y con el correr de los días me di cuenta cuán inútil y equivocada es la ansiedad. Oré para que se presentara la solución correcta a su debido tiempo, y me apoyé en Isaías 54, versículos 2–4: “Ensancha el sitio de tu tienda, y las cortinas de tus habitaciones sean extendidas; no seas escasa; alarga tus cuerdas, y refuerza tus estacas. Porque te extenderás y la mano derecha y a la mano izquierda.. . No temas”. Las palabras de Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras fueron esclarecedoras para mí: “No podemos edificar con seguridad sobre cimientos falsos” (pág. 201).
Cuando terminaron las dos semanas de instrucción en clase, mi esposo me comunicó que ya estaba todo preparado para firmar el boleto de compra y venta. Y aquí hay un punto muy importante: Hubo perfecta armonía en la transacción del negocio. También la construcción se desarrolló sin mayores problemas. Todo se realizó de acuerdo con nuestros más acariciados deseos, y mejor todavía. Hoy disfrutamos de nuestra casa.
Estoy muy agradecida a Dios por el entendimiento científico que voy adquiriendo y por haber comprobado una vez más que “el deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes de que tomen forma en palabras y en acciones” (ibid., pág. 1).
Hace poco más de diez años sané de una fungosidad muy dolorosa en una de las manos. Aprendí que, como lo dice la Sra. Eddy en Ciencia y Salud (pág. 383), “necesitamos un cuerpo limpio y una mente limpia, — un cuerpo purificado por la Mente así como lavado por el agua”. Libre, entonces, de las creencias erróneas que me habían preocupado, y poniéndome en la puerta de mi pensamiento, pude ver con regocijo la perfección del hombre otorgada por Dios. La condición sanó y no volvió a presentarse.
A fines de 1972 me empezaron a aparecer en las manos unas verrugas. No les di mayor importancia. Al principio no me molestaban, pero después se hicieron muy molestas. Tenía el cargo de superintendente de la Escuela Dominical y estaba leyendo un informe de uno de los maestros sobre la curación de uno de los niños que había tenido este mismo problema y se había curado con su propia comprensión. Mientras oraba, la demostración de la presencia de Dios hecha por aquel pequeño alumno me vino nuevamente al pensamiento, y con ese pensamiento, las palabras de Pedro: “Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (1 Pedro 2:2). Comprendí que ésta era una nueva oportunidad para comprobar la eficacia del poder sanador del Cristo, la Verdad, y oré sobre ello, sabiendo que tenemos que poner en práctica lo que hemos aprendido. Al poco tiempo percibí que la condición había desaparecido, y no ha vuelto a manifestarse.
Estoy muy agradecida a la Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan Sáiens. por las bendiciones que recibimos a diario en nuestro hogar, por la oportunidad de trabajar por la Causa en una iglesia filial, por las actividades de La Iglesia Madre a través del mundo, y por haber tomado instrucción en clase.
Buenos Aires, Argentina