No existe puerta que nos pueda excluir de la presencia de Dios, el bien infinito. Ni cerraduras ni cerrojos pueden impedirnos que alcancemos al Cristo, que sana y salva; ni puede nada de ello impedir que nos llegue el Cristo, que sana y salva. Llámese esta puerta edad avanzada, enfermedad crónica, oportunidades perdidas o desavenencias, falta de instrucción esencial, prejuicio o discriminación — ninguna de estas cosas puede resistir el penetrante y liberador mensaje del Cristo o mantenernos separados del Amor divino, Dios.
La historia de Cristo Jesús, relatada en los Evangelios, nos dice mucho sobre sus métodos curativos. También nos dice mucho acerca de aquellos que recurrieron a él en busca de curación — de su persistencia, de cómo rehusaron sentirse desalentados, y hasta de la ingeniosidad que expresaron. El centurión que no permitió que la distancia impidiera la curación de su siervo. El ciego que no quiso callar hasta que Jesús lo oyera y lo llamara y lo sanara. La mujer sirofenicia que no dejó que la nacionalidad impidiera que su hija fuera sanada. El paralítico cuyos amigos lo bajaron por el tejado para que llegase a Jesús y lo sanara. En una de sus parábolas, Jesús alabó directamente tal importunidad, y dijo: “Llamad, y se os abrirá”. Lucas 11:9;
Nada puede impedirnos llegar a la presencia del Cristo sanador. Nosotros también podemos negarnos a que puertas, aparentemente cerradas, apiñadas de gente, o rotuladas con un “Se prohibe la entrada”, nos mantengan fuera. Nosotros también podemos llamar para que se nos abran estas puertas. Los intentos de dejarnos fuera no son sino ilusiones de una supuesta inteligencia aparte de la Mente divina, Dios. No tienen ni substancia ni realidad. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy cita dos veces estas palabras del libro del Apocalipsis: “He puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar”. Apoc. 3:8;
Usando la analogía de las ovejas y el redil, Jesús dijo: “Yo soy la puerta”. Juan 10:9; Esta puerta es el Cristo, revelado hace dos mil años mediante la vida y las enseñanzas de Jesús y representado hoy en día por la Ciencia del Cristo — la vida y las enseñanzas de Jesús explicadas en términos de revelación y demostración científicas. Esta puerta excluye al ladrón y hurtador, a todo lo que pudiera hacer daño a las ovejas. Pero admite a todos los que tengan derecho a entrar; nos conduce a una comprensión espiritual de Dios como Espíritu infinito y Amor divino, que está presente en todas partes para cuidar de Su creación y sostenerla. Ciencia y Salud consigna este mensaje de la Ciencia del Cristo en trece incisivas palabras: “La Ciencia explica lo imposible que sería una existencia separada de la divinidad”.Ciencia y Salud, pág. 522;
La puerta que es el Cristo, siempre nos está abierta; es la Verdad misma que revela la omnipresencia infinita del bien. La omnipresencia divina es realmente la llave para comprender que el hombre jamás está separado de Dios, el bien. El Espíritu divino e infinito es toda presencia, de manera que el hombre no necesita ir a ninguna parte — salir, entrar, bajar, subir — para estar con Dios. Y no existe ni puerta ni ventana ni tejado que debamos trasponer para llegar a Dios — excepto esa puerta siempre abierta a nosotros, el Cristo, la idea verdadera del bien omnipresente, Dios.
Una puerta que algunas veces trata de dejarnos fuera del bien es la sugestión de que la curación divina es sólo para otros. Pero en respuesta a la pregunta de cómo definiría la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy responde: “Como la ley de Dios, la ley del bien, que interpreta y demuestra el Principio divino y la regla de la armonía universal”.Rudimentos de la Ciencia Divina, pág. 1; Los que lanzaron la nave espacial “Viking” hacia el planeta Marte durante el verano de 1975, no dudaron de que las leyes de la mecánica de los cielos que operan en las proximidades de la tierra estarían operando en las proximidades de Marte cuando llegara allí su nave cerca de un año después. Si los físicos dan por sentado que las leyes físicas operan universalmente, es razonable, por cierto, que aceptemos que la ley curativa de Dios opera universalmente, y que está a la disposición de todos, en todas partes y en todo momento.
A la entrada de un lugar histórico nacional estaba un hombre con una caja recaudadora de apariencia oficial, cobrando una pequeña cuota para entrar. La mayoría pagaba sin preguntar, pero algunos se iban. Por último, uno de los visitantes le preguntó al hombre: “¿Con qué autoridad cobra usted esta suma?” El hombre recogió sus bártulos y se fue apresuradamente y todos entraron libremente. No tenía autoridad.
De manera que cuando veamos señales pretendiendo excluirnos del bien, aun cuando su “Se prohibe la entrada” esté seguida de las palabras “Por orden” o “Por autoridad”, podemos desafiar estas señales con un “¿Por orden de quién?” “¿Con qué autoridad?” Si estas señales quisieran excluirnos de la omnipresencia de Dios, el bien, de la salud, del empleo, compañerismo, desarrollo espiritual y útil servicio a los demás, entonces son ilusiones del pensamiento mortal. No tienen autoridad, y podemos entrar libremente.
Después de su resurrección, cuando sus discípulos estaban reunidos a puertas cerradas, Jesús se les apareció de pronto. El relato no dice cómo, sino solamente que vino y se puso “en medio”. Juan 20:19. Cuando abrimos nuestro pensamiento y corazón a la omnipresencia de Dios y a la de Su Cristo sanador, a pesar de puertas y paredes, tengan el nombre o rótulo que tengan, encontramos el poder sanador de Dios en medio de nosotros. Encontramos el reino de los cielos, la Verdad liberadora, la ley universal de la armonía divina, operando dentro y alrededor de nosotros para llevarnos libres de todo impedimento hacia todo el bien.