No existe puerta que nos pueda excluir de la presencia de Dios, el bien infinito. Ni cerraduras ni cerrojos pueden impedirnos que alcancemos al Cristo, que sana y salva; ni puede nada de ello impedir que nos llegue el Cristo, que sana y salva. Llámese esta puerta edad avanzada, enfermedad crónica, oportunidades perdidas o desavenencias, falta de instrucción esencial, prejuicio o discriminación — ninguna de estas cosas puede resistir el penetrante y liberador mensaje del Cristo o mantenernos separados del Amor divino, Dios.
La historia de Cristo Jesús, relatada en los Evangelios, nos dice mucho sobre sus métodos curativos. También nos dice mucho acerca de aquellos que recurrieron a él en busca de curación — de su persistencia, de cómo rehusaron sentirse desalentados, y hasta de la ingeniosidad que expresaron. El centurión que no permitió que la distancia impidiera la curación de su siervo. El ciego que no quiso callar hasta que Jesús lo oyera y lo llamara y lo sanara. La mujer sirofenicia que no dejó que la nacionalidad impidiera que su hija fuera sanada. El paralítico cuyos amigos lo bajaron por el tejado para que llegase a Jesús y lo sanara. En una de sus parábolas, Jesús alabó directamente tal importunidad, y dijo: “Llamad, y se os abrirá”. Lucas 11:9;
Nada puede impedirnos llegar a la presencia del Cristo sanador. Nosotros también podemos negarnos a que puertas, aparentemente cerradas, apiñadas de gente, o rotuladas con un “Se prohibe la entrada”, nos mantengan fuera. Nosotros también podemos llamar para que se nos abran estas puertas. Los intentos de dejarnos fuera no son sino ilusiones de una supuesta inteligencia aparte de la Mente divina, Dios. No tienen ni substancia ni realidad. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy cita dos veces estas palabras del libro del Apocalipsis: “He puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar”. Apoc. 3:8;
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