Cristo Jesús respondió a sus acusadores con un silencio profundo y significativo. Se mantuvo silencioso ante los principales sacerdotes, los ancianos y Pilato. La ocasión era demasiado solemne y muy sagrada para someterse a sus preguntas.
Cuando fue acusado de muchas cosas ante Pilato y los principales sacerdotes, Jesús no dijo nada, como lo dice San Marcos. Ver Marcos 15:3–5; ¡Cuántas palabras poderosas había dicho al liberar a otros destruyendo el pecado y sanando la enfermedad! Por supuesto que podía haberse liberado de la misma manera en esa oportunidad. Pilato estaba asombrado. A pesar de todo lo que estaba en juego, el hombre permaneció silencioso ante él. ¿Admiró Pilato a Jesús secretamente?
Pero no había palabras para lo que Jesús hubiera tenido que decir. Estaba más allá del entendimiento mortal. Si Pilato y los fariseos hubieran podido comprender este silencio, hubieran temblado ante su grandeza y santidad. Esto se tradujo en una bendición para la humanidad — su gran demostración de la Verdad.
Podemos expresar este sosiego espiritual con creciente eficacia, aun cuando a veces nos parezca difícil guardar silencio. El sentido mortal, o la falsa creencia en una vida aparte de Dios, nos haría vocear ideas y opiniones mortales.
En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe: “A las personas que tienen trabajo mental que hacer no les sobra tiempo para murmurar acerca de falsas leyes o falsos testimonios”.Ciencia y Salud, pág. 238; A veces uno tiene la tendencia de hablar demasiado acerca de sus problemas. Si esto se convierte en un hábito, puede distraer nuestra atención tan necesaria en el trabajo espiritual.
El silencio, más que las palabras, puede ser a veces la expresión más elocuente. Pero debe estar basado en la sabiduría y el amor. La mordacidad de muchos reproches irrefrenables puede ser eliminada mediante el silencio del amor espiritual. Permanecer silencioso es una tarea difícil para los mortales; es al mismo tiempo un gran arte y una gran felicidad, porque impide que nos equivoquemos. El que se mantiene silencioso es el primero en aprender cómo escuchar realmente. Escuchar con atención es saber la verdad de Dios y del hombre.
La perfecta relación espiritual del hombre con Dios, con el Amor infinito y omnipresente, como se revela en la Ciencia Cristiana, no precisa de palabras humanas para existir; puede ser comunicada por el pensamiento más humilde. Mas quien desea escuchar a Dios y percibir la voz del Espíritu, debe guardar completo silencio. La creación divina, es continua, sin estridencia. La Sra. Eddy escribe: “La bondad acompaña toda la fuerza que el Espíritu confiere”.ibid., pág. 514;
El hombre, como idea de Dios, como parte de Su creación, tiene el don de comunicarse espiritualmente. Tal vez la mayor parte de esta comunicación consista en alabar y agradecer a su creador. La naturaleza nos puede enseñar. En silencio las flores desarrollan su belleza, y las maravillas de la luz se esparcen sin sonido.
El hombre espiritual, que es la expresión de su creador, no está sujeto al ocioso placer de parlotear. Tal característica no estaría de acuerdo con sus cualidades divinas. Cuando el yo mortal, que siempre quiere hablar de sí mismo, se acalla, la Palabra de Dios se expresa. La charla vana, no siendo espiritual, no tiene eco espiritual; se pierde como un simple sonido. Empero la Palabra inspirada es seguida de un poderoso eco que puede tener efectos perdurables. Su espiritualidad no se empaña sino que su influencia nos proporciona mayor bien en nuestra vida.
Analice por sólo veinticuatro horas sus palabras y conversaciones. Pregúntese, ¿fueron provechosas en su lugar de trabajo — necesarias, alentadoras, fortalecedoras, confortadoras? ¿O fueron superfluas, aflictivas, confusas o tal vez ofensivas? Deberían expresarse únicamente aquellos pensamientos que están guiados por nuestro sentido del Cristo, la Verdad, el hombre ideal. El Cristo protege y purifica el pensamiento y proporciona esa “paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento”. Filip. 4:7;
Mientras más progresamos espiritualmente, más evidente y más fácil se hace el dejar de lado la charla inútil. Empezamos a ver que muchas cosas pierden su valor al ser expresadas. La Palabra, o la Verdad, de que se habla en el Génesis, está continuamente con Dios y viene de Él al hombre; por lo tanto no puede ser definida perfectamente por el pensamiento humano.
“En quietud y en confianza será vuestra fortaleza”, Isa. 30:15. leemos en Isaías. Para percibir a Dios, la Mente única, que es Alma, Verdad, Vida y Amor, necesitamos quietud espiritual. La pureza, no adulterada por los sentidos materiales, llena esta quietud. La calma de la santidad rodea el progreso y la curación espirituales.
El fruto de justicia
se siembra en paz
para aquellos que hacen la paz.
Santiago 3:18