Por ser mis padres sordomudos, yo sufría de un crónico problema auditivo. Recientemente me he dado cuenta de cuánto amor me prodigaba mi madre al levantarse de su tibio lecho, a veces en temperaturas de 9 grados bajo cero noche tras noche, durante casi dieciocho años.
Mi hermano, que cuidó de mí durante mis años de formación, asistía a la universidad un año y luego no iba el siguiente para que yo pudiera asistir un año. Habíamos planeado seguir este sistema para poder continuar nuestra educación, pero era tal mi sordera que mucho antes de terminar el primer semestre me di cuenta de que nunca podría tomar los exámenes porque no podía oír a los profesores, ni siquiera sentándome en la primera fila. Abandoné los estudios y mi hermano cursó y completó su licenciatura más rápidamente.
La sordera parecía ser la causa principal de una severa depresión mental que empeoraba cada año hasta que supe de la Ciencia Cristiana. Estaba lista para recibir la Verdad.
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