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¡Llenad la casa!

Del número de marzo de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Qué Científico Cristiano no anhela ver su iglesia filial o sociedad más concurrida? No es que el objetivo sea el mero deseo de llenar los asientos, sino más bien porque su iglesia tiene tanto que dar, y son my pocos, entre los billones de personas que constituyen la humanidad, los que saben que ellos también pueden participar de esto que se da.

¿Qué miembro no desea ver una mejor acogida a las conferencias de la Ciencia Cristiana, a las Salas de Lectura, a la distribución de literatura, al The Christian Science Monitor? Alguien puede preguntarse: ¿por qué, si los miembros trabajan y oran con tanto tesón, y la necesidad del mundo es tan grande, las actividades de la iglesia parecen despertar tan poco interés en el pensamiento de la gente?

El Evangelio según San Lucas relata la reacción de Cristo Jesús cuando uno de sus oyentes dijo: “Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios”. Jesús procedió a contar la historia de un hombre que hizo una gran cena pero encontró que todos sus invitados tenían muchas excusas para no asistir. Uno quería ver un terreno que había comprado, otro necesitaba probar unos bueyes recién comprados y aun otro acababa de casarse. Entonces los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos fueron invitados. El anfitrión ordenó a su siervo: “Vé por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa”. Lucas 14:15, 23;

Repetidamente, cada iglesia filial de Cristo, Científico, prepara una comida espiritual — sus cultos dominicales y de los miércoles, sus conferencias, sus Salas de Lectura, financiada por sus miembros y apoyada por la oración; sin embargo, es frecuente que los invitados digan: “Tengo que ver un programa de televisión” o “tengo una casita en el campo” o “estoy demasiado ocupado ganándome el sustento y tengo que descansar — invíteme otro día”. Pierden la gloriosa elevación que logra el corazón humano cuando uno se da tiempo para alzar la mirada por encima de la escena pasajera y vislumbra, con la íntima percepción del discernimiento espiritual, lo que yace eternamente más arriba y más allá.

Muchos de los enfermos de hoy en día, mancos, cojos y ciegos parecen decir: “El cristianismo ya no cura — nuestra única esperanza es la medicina o la cirugía”. Y así ellos también aplazan hasta otro día el sentir la inefable alegría que se logra mediante cierta medida de regeneración espiritual, o renovación de vida, trayendo consigo la curación. Por eso la pregunta permanece: “¿Cómo puede uno, en este supercientífico mundo actual, pero débil en fe o confusamente agnóstico, ir ‘por los caminos y por los vallados’, y forzarlos a entrar?” Una de las definiciones de un diccionario de la palabra “forzar” es “obligar de manera irresistible”. De nuevo se plantea la pregunta: ¿Cómo?

No existe una respuesta sencilla, pero quizá podamos lograr alguna ayuda al examinar firme y penetrantemente la parte que juegan los detalles humanos en las actividades de una iglesia en todas sus variadas formas, en los esfuerzos de los Científicos Cristianos para ayudar espiritualmente a la humanidad. ¿Es acaso una tarea demasiado grande?

Si el trabajo de comités y las reuniones están felizmente confinadas a desempeñar un papel muy esencial, no obstante subordinado, entonces los miembros mismos no caerán en una de las muchas trampas que ponen en peligro al irreflexivo incauto. Los asuntos de la iglesia con todos sus importantes requisitos nunca deberían convertirse en algo así como un substituto de la propia oración individual de los miembros ni de su interés, divinamente dirigido, por la sociedad en que viven; esos asuntos siempre deben permanecer subordinados a esa oración y a ese interés. Dicho de otra manera, el trabajo de la comisión directiva y de los comités de cada iglesia filial, debe considerarse como secundario frente a la oración y a los contactos individuales de persona a persona

Quienes somos Científicos Cristianos podemos muy fácilmente llegar a pensar que antes de que aceptáramos la Ciencia Cristiana como una manera de vivir, habíamos tenido poco o ningún progreso en nuestro camino hacia Dios. Puede que nos olvidemos del largo trayecto mental que hemos recorrido antes de llegar a aceptar esta Ciencia.

¿Quién puede contar los días, semanas, o meses de lucha mental dando coces contra los aguijones de la conciencia, y cuánto abandono gradual de aquel Saulo tuvo que preceder al resplandor final de luz en el camino a Damasco, que reveló al Pablo tan bien conocido por el relato bíblico de su vida posterior? Nosotros mismos y los que nos rodean — nuestros amigos, conocidos, vecinos o compañeros de trabajo — todos estamos en cierta etapa a lo largo del camino hacia la aceptación de la naturaleza espiritual y perfecta del ser verdadero.

Tal vez nuestra primera tarea sea la de ayudarnos a nosotros mismos y a otros a seguir adelante en el trayecto. Nadie puede decir por anticipado el tiempo y el lugar en que se produzca el despertar. Mas si nuestra percepción espiritual es bien desarrollada, y nuestra tierna compasión por los males y temores de la humanidad es afectuosa, y estamos conscientes de las múltiples necesidades del mundo, podemos expresar la palabra oportuna aquí, dar aliento allá y guiar primero a uno y luego a otro hasta el punto que éste o aquél pueda empezar a tocar el borde del manto de Cristo, los primeros indicios de la Verdad absoluta.

Cuando se ha llegado a este punto, quizá sea oportuno y útil decirle a alguien: “Mi iglesia ofrecerá una conferencia la semana próxima, precisamente sobre el tema que parece preocuparle. Me pregunto si le gustaría venir”. O, “¿por qué no pide prestado nuestro libro de textoCiencia y Salud por Mary Baker Eddy; en una Sala de Lectura? Usted suele pasar por allí después de su trabajo. Yo he estudiado este libro durante años y no podría estar sin él”. Si en todo lo que hacemos, el amor a nuestro prójimo llena nuestro pensamiento, entonces habiendo preparado el camino para que él responda, es probable que no nos encontremos tan a menudo con una respuesta que nos recuerde el relato bíblico del que se excusó por tener que probar sus bueyes.

Desconfiar de nuestra propia habilidad para comunicarnos eficazmente con otros e inquietarnos por temor a encontrar alguna forma de antagonismo — son tal vez los dos obstáculos principales que quisieran impedir que hagamos un trabajo más efectivo en nuestra comunidad. No hay sino una solución segura para este problema: más y mejor calidad de la oración por nosotros mismos. Por más intensamente que anhelemos ayudar y sanar a la humanidad, necesitamos el poder espiritual para triunfar. Incluso el cristiano por excelencia no pudo lograr nada por sí mismo mediante su individualidad humana. De muchas maneras él explicó claramente que su poder para sanar y salvar provenían del Padre. Dijo: “No puedo yo hacer nada por mí mismo”; Juan 5:30; dando a entender que tenía necesidad de apoyarse absoluta y totalmente en Dios.

Mary Baker Eddy dice: “El camino es la Ciencia divina absoluta: andad por él; pero recordad que la Ciencia se demuestra por grados, y que nuestra demostración sólo se eleva en la proporción en que nos elevamos en la escala del ser”.Miscellaneous Writings, pág. 359;

¡Cuán profundamente debe haber sentido Jesús la gozosa certeza de la presencia de su Padre! Sólo en la medida en que nosotros también permitimos que la belleza de la omnipresente santidad de Dios ilumine nuestra vida, podemos comprender nuestra filiación espiritual y demostrar el dominio que tiene el hombre espiritual como la imagen y semejanza de Dios. Solamente de esta manera podemos atraer a la humanidad.

Si hubiéramos estado junto a Jesús escuchando su sermón en el monte, en nuestro actual grado de comprensión, cuando dijo a sus seguidores: “Vosotros sois la luz del mundo”, Mateo 5:14; ¿nos hubiéramos preguntado cómo podía ser esto posible? ¿O hubiéramos visto en un destello de gozosa comprensión que él se había referido a nuestro estado verdadero como la gloriosa expresión individual del Espíritu? Si este último es el caso, entonces de tales momentos de inspiración surge la fortaleza espiritual que nos asegura que no temeremos hacer lo que debemos hacer en los caminos, espacios abiertos, ciudades y aldeas, de éste, nuestro mundo moderno.

El resultado del amor genuino que se brinda se puede ilustrar, en cierto grado, con lo que sucedió cuando los miembros de una iglesia filial recapacitaron sobre su actitud respecto a su conferencia anual. Durante algunos años los miembros habían anunciado ampliamente su conferencia en la prensa y colocado carteles. Aparentemente todo pareció ser un éxito con una concurrencia de más de seiscientas personas. Pero de pronto comprendieron que todos, excepto una mínima fracción de los asistentes, eran sus mismos compañeros Científicos Cristianos de costumbre. En efecto, estaban dándose a sí mismos la dádiva destinada a la comunidad.

Esta vez decidieron no anunciar la conferencia tan extensamente sino orar mucho e ir a sus amigos y vecinos esmerándose por expresar lo mejor que sabían, la influencia irresistible del Cristo. Ofrecieron la conferencia en el auditorio de su iglesia. Estaba llena al máximo. Había más personas nuevas que en años anteriores. En esta ocasión el ambiente era diferente. Después, el conferenciante dijo: “Díganme, ¿qué pasó allí? No he tenido muy a menudo una experiencia como ésta. El auditorio era tan receptivo que las palabras fluían por sí solas”.

No fue ni el color ni el corte de la barba de Jesús ni la perfección de su vestimenta sin costura lo que atrajo a las multitudes, sacándolas de las preocupaciones de sus tareas diarias para escuchar sus palabras. Vieron una luz en él — la luz espiritual del hombre de la creación perfecta de Dios. De la misma manera, no es nuestra propia elocuencia lograda humanamente, o el corte de nuestra vestimenta lo que hará que otros recurran a la Ciencia Cristiana cuando necesitan ayuda. Es, más bien, la gloria de su mensaje grabado de nuevo cada día en la tabla de nuestra vida.

En una parte del libro de texto, la Sra. Eddy escribe de lo inadecuadas que son las palabras humanas para expresar ideas metafísicas. Y dos páginas más adelante, bajo el título marginal de “Los milagros de Jesús” leemos: “Como estudiante de lo divino, él revelaba Dios al hombre, ilustrando y demostrando la Vida y la Verdad en sí mismo y con su poder sobre los enfermos y pecadores”.Ciencia y Salud, pág. 117; Cada uno de nosotros puede ser un “estudiante de lo divino”. Cada uno puede alcanzar el eco de las palabras eternamente alentadoras de Jesús: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también”, Juan 14:12. y en alguna medida demostrar su verdad eficazmente.

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