Prácticamente, desde el momento en que subió a sentarse en su primer taburete de piano, sabía lo que quería ser. Empezó a tocar a los cuatro años, y ya a los diez era uno de los solistas de la Orquesta Sinfónica de San Luis. En la actualidad viaja entre ocho y diez meses al año, y ha actuado con las mejores orquestas y en recitales en más de sesenta países. Reconocido como un brillante intérprete de los clásicos, se graduó con la más alta distinción en la Universidad de Columbia, y habla siete idiomas.
Ésta es la continuación de una entrevista cuya primera parte apareció en el Heraldo del mes pasado.
¿Cómo memoriza usted tantas partituras diferentes?
Oh, nunca trato de memorizar. Cuando se está realmente familiarizado con algo, simplemente se lo sabe. La memoria, para mí, es un saber espontáneo. No tratamos de recordar nuestro nombre, simplemente lo sabemos. Cuando sabemos algo, es nuestro para siempre. Esto no quiere decir que no me familiarizo con una partitura lo más posible y que no la estudio realmente. Lo hago, pero no trato conscientemente de memorizarla. Cuando uno sabe algo lo suficientemente bien, simplemente lo sabe. No creo que Cristo Jesús tuviera que recordar quién era o quién era Dios. Simplemente lo sabía, y vivió lo que sabía.
Díganos cómo puede usted utilizar la Ciencia Cristiana al desarrollar su interpretación de una pieza musical.
Es muy importante tratar de comprender qué fue lo que movió al compositor a escribir la pieza como lo hizo. ¿Qué fue lo que sintió? ¿Qué lo impulsó a escribir exactamente lo que escribió y de la manera en que lo hizo? Aquí la Ciencia Cristiana es una gran ayuda porque a medida que logramos una mejor comprensión del hecho de que realmente sólo hay un Dios, una Mente infinita, expresada infinitamente, vemos que la misma Mente que inspiró al compositor es la Mente que está con nosotros en este mismo instante, hoy.
Y al identificarse como el reflejo o expresión de esta Mente, creo que es posible alcanzar el punto donde uno casi se siente como si hubiera escrito la pieza uno mismo. Con esto quiero decir que uno puede llegar a sentirse tan familiarizado con el compositor que puede decirse a sí mismo: “Sí, ésta es la forma en que se debe tocar esta obra”. Ahora bien, cada intérprete puede encontrar su propia manera distintiva de expresar la misma cosa, pero el saber que se está reflejando la misma Mente infinita que estaba con el compositor le da a uno un sentido de autoridad. No viene todo de inmediato. Es algo que viene gradualmente, con el transcurrir de los años. Pero sí, viene, a medida que uno se identifica cada vez más con Dios, el Alma, la fuente de las cualidades espirituales que la música expresa.
La Sra. Eddy dice: “La música es el ritmo de la cabeza y el corazón”.Ciencia y Salud, pág. 213; Me gusta esa definición porque, para mí por lo menos, demuestra que debe de haber en la música, al igual que en cualquier expresión artística, una combinación de elementos intelectuales y emocionales. Una interpretación estrictamente de la cabeza, totalmente intelectual, no llenará las necesidades más profundas del público. Y una interpretación basada enteramente en la emoción desenfrenada no será lo que debiera ser. “La Mente”, dice la Sra. Eddy, “es la fuente de todo movimiento, y no hay inercia que demore o detenga su acción perpetua y armoniosa”.ibid., pág. 283; Para mí, la interpretación ideal incluye aquellas cualidades que provienen específicamente de la Mente — inteligencia, orden, contorno, forma — y también espontaneidad, profundidad de sentimiento y alegría, que son cualidades del Alma.
La música, en realidad, no es solamente los sonidos que escuchamos. Los sonidos mismos son más bien como la sombra de la música. La música, más allá del sonido, puede expresar toda la gama de sentimientos y emociones humanas, casi todo lo de importancia que hemos experimentado en nuestra vida. Esto es realmente la música. Tenemos que recordar esto para no envolvernos demasiado en la sombra, para no envolvernos demasiado en los sonidos mismos. “La Ciencia divina”, dice la Sra. Eddy, “revela que el sonido se comunica por los sentidos del Alma — por el entendimiento espiritual”.ibid., pág. 213; Los sonidos en sí no significan nada a menos que el público responda a ellos. Y el público responde cuando siente lo que el artista siente.
En el mundo de hoy hay muchas personas que tienen problemas, que se sienten solas, rechazadas, que sienten una necesidad de saber más sobre lo que realmente significa el amor y quiénes son ellos en verdad. Cada uno de nosotros quiere expresar su verdadera identidad, quiere expresar quien es realmente. Todos nuestros problemas se solucionan cuando nos conocemos como Dios nos conoce, porque Dios nos conoce de la manera que realmente somos. Al ejecutar una pieza musical estamos ayudando a aquellos que no escuchan, lo mismo que a nosotros mismos, a ver quiénes somos. Cuando el público responde a la alegría, ternura, fuerza y espontaneidad de la música, el público está respondiendo a cualidades inherentes a su propio ser, porque éstas son cualidades que constituyen al hombre a la imagen de Dios.
Cuando yo era alumno de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, aprendí que la solución para todo problema, ya se trate de un problema de interpretación o de un problema físico, financiero, político, o aun internacional, puede encontrarse en el estudio de la Lección-Sermón. en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana; Recuerdo un compromiso que tuve cuando estaba dando un concierto que sabía muy bien. En aquella ocasión no me sentí satisfecho sobre la forma en que había salido el ensayo. Al estudiar la lección esa semana encontré la frase en el Prefacio de Ciencia y Salud donde la Sra. Eddy, refiriéndose a su calidad de autora, dice que ella “no ha hecho ningún esfuerzo por embellecer, elaborar o desarrollar en todos sus detalles un tema tan infinito”.Ciencia y Salud, pág. x; Pensé: “¡Vaya! ¡Por supuesto, tampoco tengo que hacerlo yo! ¡No tengo que hacer ningún esfuerzo para hacerle algo a la música! ¡Puedo dejarla hablar por sí misma!” Y aquella actuación resultó ser muy satisfactoria.
¿Cómo aborda usted la adulación personal, el ser una celebridad?
No está mal que el público disfrute de la música, y no está mal que exprese su aprecio. Pero tenemos que saber a quién realmente corresponde la gloria. El “Padrenuestro” nos dice: “Tuyo [de Dios] es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos”. Mateo 6:13; El gran desafío, el peligro, para los que están constantemente frente al público y recibiendo halagos día tras día, es la tentación de creer en esos halagos en un sentido personal en lugar de saber a quién realmente le corresponde el mérito. La riqueza y la fama no satisfacen. En la vida, la única satisfacción constante radica en saber que somos dignos del bien que Dios nos está otorgando. La Sra. Eddy dice: “El estar consciente de lo que uno vale satisface el corazón hambriento, y nada más puede hacerlo”.Message to The Mother Church for 1902, pág. 17; Ser famoso significa ser conocido. ¿Y quién realmente nos conoce mejor que Dios, nuestro verdadero Padre-Madre?
La mayoría de los artistas y gran parte del público creen que el talento excepcional es un don especial que poseen ciertos seres humanos. Es importante para la gente que es el centro de la atención pública saber que todos son amados por su creador. No hay ni una sola persona que, a la vista de Dios, tenga más talento que otra. Humanamente pareciera como si una persona tuviera un determinado talento que ha desarrollado hasta cierto grado, pero todos tenemos habilidades. Y a la vista de Dios, si las ponemos todas en una balanza espiritual, vemos que todos tenemos igual habilidad. Cuando uno sabe que está ocupado en los negocios de su Padre, las opiniones humanas no le preocupan. Las opiniones humanas cambian de un día para otro. La aprobación de Dios es constante para el hombre que Él ha creado. Jesús dijo algo acerca de no buscar la gloria de los hombres: “¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?” Juan 5:44.
El practicar lleva mucho tiempo y disciplina. ¿Tiene usted algunas ideas de cómo puede resultar menos tedioso?
Practicar es algo que siempre me ha encantado hacer. Y cuando a uno le gusta mucho hacer algo, no es difícil disciplinarse para hacerlo, porque después de todo, la disciplina es consagración. A uno tiene que gustarle practicar, porque la forma en que uno practica determina la manera en que toca. No se puede odiar el practicar y amar el actuar. Creo que es posible que a uno le guste practicar, que uno disfrute resolviendo los problemas técnicos, porque su solución nos capacita para expresar mayor libertad y fortaleza, independencia y espontaneidad. Cuando se está practicando la técnica uno no lo hace como un fin en sí mismo; lo hace porque es necesario para sentirse libre, para expresar inspiración y alegría, los sentimientos más profundos del Alma. Cuando uno interpreta una obra, el público piensa que está escuchando sólo el resultado de todas las horas que uno ha pasado frente al teclado. Pero hay más que esto. También están sintiendo el significado más profundo del derecho divino del hombre a ser libre.
