Una de las cosas que me fue más difícil vencer al estudiar sinceramente la Ciencia Cristiana fue el yo humano. Estaba muy contenta con lo que yo creía era mi perspicacia para darme cuenta de lo que pensaba la gente, especialmente en mi trabajo. Y como me creía muy sincera, me enfrentaba a esas personas criticándoles sus defectos e intenciones. Esto hacía, a pesar de que Cristo Jesús nos advierte: “No juzguéis, para que no seáis juzgados”. Mateo 7:1;
Sin embargo, esta propensión a criticar me hacía muy infeliz pues mis relaciones humanas no eran cordiales. Cada vez que tenía una desavenencia con alguien, ya fuera un familiar, amigo, o compañero de trabajo, se me presentaban condiciones desarmoniosas: decaimiento y tristeza, irritación en la garganta, y fiebre.
La amorosa practicista de la Ciencia Cristiana que me atendía, me guió pacientemente hasta que un día el error fue descubierto. El Apóstol Pablo dice: “El que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña”, Gál. 6:3; y la Sra. Eddy explica en Ciencia y Salud: “Este pensamiento de la nada material humana, que la Ciencia inculca, encoleriza la mente carnal y es la causa principal del antagonismo de la mente carnal”.Ciencia y Salud, pág. 345;
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