¡Oh que mis pies me lleven
presurosos a los montes!
Que no se detengan.
Es tan dulce la Palabra en mi lengua,
y la Verdad a mi lado es
cual Espada salvadora;
aquí en mi corazón, en mi pensamiento,
está el glorioso mensaje;
la Copa sanadora
desbordando en mi mano.
Ya se acabaron las dudas.
Imposible es ya contradecir la Verdad,
ignorar el Amor, la Vida negar;
imposible volver atrás,
ni argumentar.
Sólo la certeza
y el deseo palpitante
de ir por la calle que se llama Derecha
para encontrar a mi Saulo.
Cual Ananías
al escuchar el llamado de Dios, digo:
“Heme aquí, Señor”.
Heme aquí con las vibrantes nuevas,
el maravilloso gozo,
con la Palabra y la Copa
y la Espada en alto.
¡Sí, sí, Señor, heme aquí!
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