[Este artículo sobre la Escuela Dominical aparece en inglés en el The Christian Science Journal de esta misma fecha.]
Una de las tareas del maestro en cualquier Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana es demostrar en su clase el concepto verdadero acerca de los niños. Necesita ver y ayudar a sacar a luz el inocente, puro y perfecto linaje de Dios, los “hijos” definidos por la Sra. Eddy en el Glosario de Ciencia y Salud (pág. 582) como “los pensamientos espirituales y representantes de la Vida, la Verdad y el Amor”.
La clase puede aparentemente incluir “creencias sensuales y mortales; falsificaciones de la creación, cuyos originales superiores son los pensamientos de Dios, no en embrión, sino en madurez; suposiciones materiales de vida, substancia e inteligencia, opuestas a la Ciencia del ser” — que es, por supuesto, la segunda parte de la definición de la Sra. Eddy. La enseñanza eficaz se basa en la verdad espiritual sin desviarse nunca de ella, de que los alumnos son ahora y por siempre los “pensamientos ... y representantes” de Dios, que conocen y aman la verdad de su ser. Pero esto incluye una atención alerta y cabal hacia las distintas fases de la creencia de que los niños son “creencias sensuales y mortales”, y vencerlas.
Un maestro de larga experiencia y probada eficacia nos dice que él se prepara para la Escuela Dominical esforzándose por ver claramente la naturaleza espiritual de sus alumnos y de sí mismo. Reconoce las pretensiones que el magnetismo animal trataría de imponer en ellos en esos momentos, y las refuta. No se permite creer, por ejemplo, que un niño es una víctima fácil del mal seductivo. Niega la pretensión de que haya una mente madura y una mente infantil que de alguna manera tienen que llegar a comprenderse. En cambio declara y sabe que la Mente divina, Dios, es la Mente de todos. Insiste en que no hay poder opuesto a la inteligencia divina, nada que pueda privar a sus alumnos de ser receptivos a las ideas divinas, interesados en ellas, entusiasmados por ellas, gustosos de utilizarlas. Mediante este devoto trabajo este maestro ha superado problemas de inasistencia, falta de atención, la supuesta inhabilidad de la juventud para comprender a los adultos, y viceversa.
Las preguntas y respuestas de este maestro son impulsadas por su confianza en que Dios se está revelando continuamente a todos Sus hijos — incluyendo al maestro mismo. Él y tantos otros trabajadores como él en nuestras Escuelas Dominicales están demostrando que las ideas espirituales que atestiguan la omni- presencia de Dios revelan Su naturaleza y así sanan e instruyen a los alumnos y maestros simultáneamente.
Cada vez que este concepto científico de la naturaleza de los alumnos y del maestro se pone en vigor, el maestro se regocija, crece espiritualmente y se convierte en un maestro que no tiene que soportar una carga. Sus alumnos logran un sentido más íntimo de la relación con su Padre-Madre Dios, y están continuamente hambrientos de recibir más. Esto los hace buenos estudiantes, enseñables, receptivos y agradecidos.
Otro maestro nos escribe: “Es un gozo tan grande ver a estos alumnos como 'los pensamientos de Dios, no en embrión, sino en madurez', no careciendo de nada. Hace algunas semanas pedí a cada alumno que prestara especial atención a la curación durante la semana. Todos están en la edad de los 13 y 14 años. Esto ha producido un verdadero entusiasmo. Todos vienen cada domingo con un pensamiento curativo o con una curación que ellos mismos han demostrado sin la ayuda de padres o practicista”.
Este maestro continuó diciendo: “Me gusta pensar en estos niños a la luz de la declaración que la Sra. Eddy da en la página 37 del libro de texto, Ciencia y Salud: 'Posible es, sí, es deber y privilegio de todo niño, hombre y mujer,— seguir en cierto grado el ejemplo del Maestro mediante la demostración de la Verdad y la Vida, la salud y la santidad' ”.
No está de ningún modo más allá de la capacidad del alumno el aprender cómo se efectúa la curación mediante la Ciencia Cristiana. El maestro que acepta este hecho puede enseñar, aun a los alumnos más pequeños, a sanar. Por ejemplo, el maestro podría presentar una situación hipotética como el vehículo para la lección: “Un amigo te dice que le parece que se está resfriando. Pregunta si lo ayudarías con la Ciencia Cristiana. Tú respondes que lo harás con mucho gusto. Ahora, ¿cómo lo harías?” El maestro entonces ayuda al alumno mostrándole algunas de las instrucciones específicas que la Sra. Eddy ha provisto en el capítulo sobre la práctica de la Ciencia Cristiana bajo el encabezamiento “El Tratamiento Mental Ilustrado” que comienza en la página 410 del libro de texto.
Una de las reglas dadas aquí es la siguiente (pág. 411): “Comenzad siempre vuestro tratamiento, apaciguando el temor de los pacientes”. El maestro podría preguntar: “¿Cómo harías esto?” El alumno reconoce rápidamente que sería inútil decir meramente al paciente: “Pues bien, ahora no debes temer”. El maestro entonces podría ayudarle al alumno a ver por qué el temor es innecesario, ya sea en ese momento o bajo cualquier otra circunstancia; que el temor no es parte de la consciencia del hombre verdadero porque el Amor es Mente, omnipotente y omnipresente.
A los alumnos de la Escuela Dominical les encanta esta clase de lección, y por cuanto está ligada a un incidente específico, generalmente la recuerdan.
Una maestra nos escribió: “Este año mi clase de la Escuela Dominical es de niños de doce años y me siento especialmente agradecida por tener niños de esta edad, pues es la edad en que pueden hacerse miembros de La Iglesia Madre. Por tanto, estoy siempre alerta de mantener en mi pensamiento la oportunidad especial que tengo de dejar que el hombre completo y perfecto de Dios se desarrolle en la consciencia.
“Esto significa que siempre oro para mantenerme alerta a su desarrollo como futuros trabajadores en nuestro movimiento; para ver que la educación que reciben en la Escuela Dominical es para vivir y demostrar la Ciencia Cristiana. Siempre tengo presente la oportunidad de ayudarles a apreciar a nuestra Guía, la Sra. Eddy, y para que posean un buen conocimiento práctico de la Biblia y de la relación que con ella tiene nuestro libro de texto. Es sorprendente ver cómo, desde que mantengo estos puntos prominentemente en mi pensamiento, cuán a menudo los chicos abordan la enseñanza espontánea y naturalmente”.
La Sra. Eddy nos dice en Miscellaneous Writings (Escritos Misceláneos, pág. 240): “Los niños que no han sido mal instruidos, aman a Dios naturalmente; pues son de mente pura, afectuosos y generalmente valientes. Las pasiones, los apetitos, el orgullo y el egoísmo tienen escasa influencia sobre el pensamiento fresco y sin prejuicio”.
¿Puede el concepto espiritual sobre los niños, mantenido con fidelidad y persistencia, hacer frente a los problemas de disciplina? Aquí hay una respuesta en el extracto de una carta recibida de una maestra de la Escuela Dominical: “Recientemente tuve una clase tan vivaz y llena de energías que me resultaba imposible controlarla, y me sentía muy desalentada. Hablé acerca de ello con uno de los maestros y él me indicó que además de ser objeto de mucho amor en la clase, los niños necesitaban la expresión del Principio divino demostrado en una firme disciplina. Durante la semana siguiente medité acerca de los atributos del Principio que cada niño incluye, y reconocí que estos niños eran controlados, gobernados y mantenidos en la perfecta ley de Dios. El domingo siguiente pude mantener la disciplina, y al mismo tiempo expresar amor. Éste fue el fin de la indisciplina y el principio de una feliz temporada juntos”.
No existe razón alguna para que un Científico Cristiano que jamás haya enseñado una clase en la Escuela Dominical se sienta renuente a aceptar un nombramiento para este trabajo, pues Dios es la fuente inagotable de sabiduría para todos Sus hijos. Él es un “Dios de cerca” (Jer. 23:23), como lo han descubierto innumerables maestros cuando han recurrido a Él en busca de dirección. La experiencia ha demostrado, además, que es el tono afectuoso y sanador en el pensamiento del maestro, casi tanto como lo que dice, lo que llega al estudiante.
Una no muy infrecuente piedra de tropiezo en la aceptación de un nombramiento para enseñar es la creencia de que un alumno es un ser extraño, a quien el maestro le resulta difícil comprender o tratar, y quien, a su vez, puede no comprender al maestro. Pero cuando comprendemos que tanto el maestro como el alumno están cobijados en la ternura del Amor, cada uno participando de la comprensión de la única Mente, no temeremos participar en este trabajo tan abundantemente recompensador como es el de enseñar en la Escuela Dominical.
Este consejo alentador de nuestra Guía puede aplicarse tanto a la enseñanza en la Escuela Dominical como a la instrucción en clase ( Ciencia y Salud, pág. 445): “Desarrollad las latentes energías y facultades para el bien en vuestros alumnos. Enseñad las grandes posibilidades del hombre investido de la Ciencia divina”.
Los niños de nuestra Escuela Dominical son capaces de comprender su verdadera naturaleza espiritual como hijos de Dios. Son capaces de entender espiritualmente las verdades puras de la Ciencia Cristiana, y son capaces de ponerlas en práctica en sus propias vidas. A medida que los vemos en esta luz, encontramos un gozo siempre creciente en el privilegio de ser maestro de la Escuela Dominical.
[Preparado por la Sección Escuela Dominical, Departamento de Filiales y Practicistas.]
[Esta columna aparece trimestralmente en El Heraldo de la Ciencia Cristiana.]
