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Reflejo, no reacción

Del número de marzo de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando uno ha sufrido a causa de la injusticia o la malicia, la deslealtad o el engaño, expresados por otra persona, quizás caiga uno en la tentación de reaccionar con ira y resentimiento. Acaso hasta pueda parecernos razonable condenar a la persona responsable por ello. Puede que muchos se sientan así y guarden por muchos años rencor, buscando tal vez un modo de desquitarse. Pero éste es el camino que lleva a la destrucción, pues menoscaba y aniquila la felicidad humana.

La Sra. Eddy escribe: “El Científico Cristiano no abriga resentimiento; sabe que esto le causaría más daño que toda la malicia de sus enemigos. Hermanos míos: perdonad como Jesús perdonó. Esto digo con gozo: nadie puede cometer contra mí una ofensa que yo no pueda perdonar”. Y luego agrega: “Al agobiado y al fatigado, Jesús les dijo: 'Venid a mí'. ¡Oh gloriosa esperanza! Hay reposo para el justo, reposo en Cristo, paz en el Amor. Este pensamiento acalla la queja; la encrespada marejada del turbulento mar de la vida se desvanece en espuma y en el fondo queda una profunda calma”.Message to The Mother Church for 1902, pág. 19;

Perdonar es renunciar a algo: renunciar al resentimiento a cambio de una compasión sanadora; renunciar al odio en nuestros corazones a cambio de un amor abnegado; renunciar al mal por el bien. Perdonar no depende de nadie más que de nosotros mismos. Es la adquisición de la consciencia sanadora del Amor.

Partiendo de la totalidad de Dios, la Mente infinita y única, la Ciencia Cristiana lleva al individuo hacia un enfoque afirmativo de la vida, hacia la expectación del bien. Demuestra que las opiniones arbitrarias, la crítica injusta, el odio, la envidia y los celos son irreales ya que provienen de esa negación del bien — de la mente carnal — que es, en sí misma, irreal. Estos errores son sugestiones que dicen que Dios no es Todo y que el mal es tan real como el bien. Pero la Mente inmortal es la única substancia y el único poder; no hay, en realidad, mente mortal que sugiera aspectos malignos acerca del hombre ni mente mortal que los acepte y crea en ellos.

En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras la Sra. Eddy se refiere a la Mente divina como al “único actor”. Nos dice: “Si la Mente es el único actor, ¿cómo puede ser automático el mecanismo?”Ciencia y Salud, pág. 399; En realidad, la Mente divina produce y gobierna toda acción, y el hombre es gobernado por esta Mente. Debemos tener la seguridad de que siempre actuamos bajo el gobierno y la dirección de esta Mente omniactiva y de que no reaccionamos ante el error. Los mortales reaccionan ante el error y luego sufren por el mal que comenten intencional o ignorantemente. Mas nuestra verdadera identidad, nuestra verdadera cons- ciencia otorgada por Dios, está siempre consciente de las maravillosas obras de Dios. La Ciencia Cristiana nos ayuda a reconocer que el error — la sugestión agresiva de que existe un mortal discordante y perturbado — es una ilusión, que nunca ha sido vista o aceptada por la consciencia que Dios nos ha otorgado. Como esa ilusión jamás estuvo incluida en nuestra consciencia verdadera, nunca ha sido parte de nuestra experiencia real como hijos de Dios.

La Ciencia revela que el hombre es el linaje de Dios, el reflejo de la Vida eterna. El hombre refleja a Dios, el hombre no reacciona. Lo que parece reaccionar con miedo, resentimiento, desaliento o irritación ante el ilusorio cuadro del mal no es nuestro ser verdadero. Nuestra verdadera identidad está “escondida con Cristo en Dios”. Col. 3:3; Es una con Dios como Su idea inmortal, nunca está fuera de la Mente, sino que está eternamente contenida en ella. Debemos aprender a distinguir claramente entre lo que el error dice de nosotros, esto es: “Eres un mortal temeroso y sufriente”, y lo que Dios, el Padre, dice de Cristo Jesús, el gran demostrador del hombre verdadero, en Su Palabra: “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia”. Marcos 1:11; Debemos aprender a identificar correctamente al hombre — nuestra propia identidad así como la de los demás — como el amado hijo de un Padre que es todo amor. Debemos empeñarnos por mantener nuestro pensamiento firmemente en la Verdad inmutable, el bien infinito y el Amor sempiterno; entonces ya no reaccionaremos ante las insinuaciones del error. La Ciencia Cristiana saca a luz la gloriosa verdad de que el hombre de Dios — el testigo de la Verdad — no conoce las sugestiones del mal. El hombre es la idea del Amor, está completamente bajo el gobierno de la Mente cuyo conocimiento le da el ser.

Cristo Jesús es nuestro Mostrador del camino. Probó infatigablemente que él era el reflejo inmutable e inmortal del Amor divino, colmado de todo el bien que el Amor da a su idea. Llevado ante Pilato y “acusado por los principales sacerdotes y por los ancianos, nada respondió”. Mateo 27:12; Aun cuando Pilato le preguntó si no sabía cuántas cosas ellos testimoniaban contra él, Jesús no se permitió reaccionar ante la provocación de las falsas acusaciones, el odio, la calumnia y la condenación. Había superado la tentación de reaccionar ante el mal, sea cual fuere su apariencia, ya se presentara como enfermedad, pecado, odio o muerte. Jesús reconoció que el Cristo, su verdadera identidad, estaba unido a Dios y nunca se encontraba fuera de la Verdad, sino que era su testigo eterno e inmortal.

Jesús dijo: “Otro es el que da testimonio acerca de mí, y sé que el testimonio que da de mí es verdadero”. Juan 5:32; Él sabía que Dios, su Padre celestial, da por siempre testimonio de la verdadera naturaleza de Su hijo, y esto le bastaba. La Sra. Eddy nos asegura: “El hombre y su Hacedor están correlacionados en la Ciencia Divina, y la consciencia verdadera sólo percibe las cosas de Dios”.Ciencia y Salud, pág. 276;

El desafío que se nos plantea a todos es ver a través de la engañosa ilusión del mal y contemplar al hombre perfecto, la semejanza de Dios, en vez de percibir a un mortal discordante. Esto requiere gran humildad y dedicación de nuestra parte. Debemos escuchar humildemente la voz callada y suave de la Verdad, las expresiones divinas de perfección, alegría, armonía y salud que resuenan eternamente en la consciencia a fin de expresar y demostrar el espíritu del Cristo aun en medio de dificultades aparentemente abrumadoras o de situaciones adversas. Cuando nuestra consciencia es una con Dios y “sólo percibe las cosas de Dios”, podemos decir con nuestro Maestro: “Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí”, Juan 14:30. es decir, no hay nada en mi pensamiento que pueda reaccionar a las sugestiones del mal. De este modo podemos seguir adelante hacia la completa demostración de nuestra identidad espiritual y perfecta, tal como el Padre la conoce y la preserva.

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