¿Has conocido alguna vez a alguien que cree que para actuar con madurez se le debe dejar hacer lo que quiera, y luego si le salen mal las cosas, lo toma simplemente como una experiencia más? Cuando llegué a la edad de ingresar en la universidad creía que no necesitaba seguir los consejos de mis padres. Como era Científica Cristiana sabía que mi Padre-Madre Dios siempre me guiaría. Por eso pensé que los consejos de mis padres estaban en cierta manera de más. Después de todo, ellos también habían cometido errores.
Vivía en casa e iba a la universidad. Quería disfrutar de las conveniencias de mi hogar y al mismo tiempo de los privilegios de estar fuera en la universidad con pocos consejos paternales. Mis compañeros me entusiasmaban para que me mudara a mi propio departamento para que así tuviera más libertad, aprendiera a ser más independiente y madurara más rápido. Por un tiempo estuve convencida de que ésta era la solución. De cualquier manera no era muy feliz en mi casa porque sentía bastante justificación propia y creía que mis padres eran inflexibles, preguntones y mandones.
Hablé sobre esto con uno de mis profesores. Era un hombre cuya opinión respetaba y a quien admiraba como persona. Después de oír lo que decía, contestó: — Ahora escúchame, no dejes tu casa hasta que no hayas solucionado tu problema con tus padres. Llévate bien con ellos primero.
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