Roberto y Ricardo se enfrentaron. Sus voces resonaban en la quietud de la noche, estridentes y tensas.
Entonces se abrió una ventana del segundo piso del edificio de apartamentos vecino y se oyó una voz exclamar: “¡Terminen con ese ruido! ¡Roberto, sube aquí!” Era la voz del papá de Roberto, que puso fin a la discusión.
Roberto se dio media vuelta y se dirigió a su casa, pero Ricardo lo siguió. Forcejearon en la escalera. Ambos eran atletas, pero Roberto demostró ser el más fuerte. Derribó a Ricardo y subió las escaleras corriendo. Entró precipitadamente en su apartamento dando un portazo y recostándose contra la puerta. Lágrimas de vergüenza inundaron sus ojos. “¡No pude golpearlo! ¡Traté, pero no pude pegarle!”
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!