La Biblia muestra que hablar falso testimonio contra el prójimo era tan devastador como completamente injusto, y este hecho demuestra la necesidad de una regla imperativa como la ordenada por Moisés en el mandamiento: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20:16). La reina Jezabel, al exigir que se acusara falsamente de blasfemia a Nabot, provocó la muerte de Nabot para satisfacer el capricho de su esposo, Acab (ver 1 Reyes 21:7–14); acusaciones parecidas e igualmente inválidas, según indica el Nuevo Testamento, causaron el asesinato de Esteban, el primer mártir cristiano (ver Hechos 6:11–13), y contribuyeron directamente a la crucifixión de Jesús mismo (ver Marcos 14:55–59).
En el libro de Deuteronomio (ver 5:20) no sólo se registra substancialmente el texto del Noveno Mandamiento enunciado en el libro del Éxodo, sino que se extiende la aplicación de esta ley, determinando que si se probaba que alguien había dado falso testimonio, el perjuro debía recibir la misma pena que él había procurado hacer caer sobre la persona enjuiciada: “Entonces haréis a él como él pensó hacer a su hermano” (19:19). En un evidente esfuerzo por asegurar testimonios verdaderos, especialmente cuando la vida del acusado podía estar en peligro, el libro de Deuteronomio determinó que ningún hombre podía ser condenado a muerte por el testimonio de un solo individuo sino que en esos casos se requerirían dos o tres testigos (ver 17:6; también, Juan 8:17).
En las Bienaventuranzas, Cristo Jesús bendice a quienes tienen que sufrir falsas acusaciones por causa de él, asegurándoles que regocijo y alegría abundante les aguardan, junto con grandes recompensas en el cielo, implicando que la actitud que con tanta valentía adoptan es comparable a la tomada por los profetas en el período del Antiguo Testamento (ver Mateo 5:11, 12). Vemos también que el Maestro amplía el alcance del Noveno Mandamiento, pues va más allá de la condenación del testigo falso y aconseja a sus oyentes que ni siquiera deben juzgarse los unos a los otros en manera alguna, so pena de ser ellos mismos juzgados (ver Mateo 7:1).
Más aún: es en este contexto, que el Mostrador del camino emplea el tan conocido ejemplo del hombre egoísta e hipócrita que quiere sacar la paja del ojo de su hermano, olvidando por completo que su propia vista está obstruida por una viga (versículos 3–5). He aquí, en verdad, un ejemplo clásico de la necedad y la vergüenza inherentes a la crítica que busca la justificación propia.
Para explicar mejor su enseñanza respecto al juicio y al testimonio verdadero — en contraste con el falso testimonio censurado por el Noveno Mandamiento — el Maestro recordó a los fariseos que mientras que su testimonio era “según la carne” (Juan 8:15), su propio juicio, si es que él se permitía juzgar, era verdadero y justo porque estaba apoyado por el Padre que le había enviado.
En el quinto capítulo del Evangelio según San Juan, aunque francamente admite que su propio testimonio sobre sí mismo y su misión no sería válido (ver el versículo 31) por estar en la categoría de lo inadmisible y, por tanto, un testimonio virtualmente falso, Cristo Jesús nombra no menos de cinco testigos en su favor. Primero, el testimonio de Juan el Bautista, quién “dio testimonio de la verdad” al anunciar el advenimiento del Mesías; segundo, la prueba de la eficacia de su misión demostrada en sus obras maravillosas; tercero, el testimonio de Dios mismo (ver los versículos 32–37). Los dos últimos testigos fueron el testimonio de la profecía del Antiguo Testamento en general (ver el versículo 39) y la predicción atribuida a Moisés en Deuteronomio (18:15) respecto al advenimiento del Mesías.
El que camina en su rectitud
teme a Jehová;
mas el de caminos pervertidos
lo menosprecia.
El testigo verdadero libra las almas;
mas el engañoso hablará mentiras.
En el temor de Jehová
está la fuerte confianza;
y esperanza tendrán sus hijos.
Proverbios 14:2, 25, 26
