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ESCUELA DOMINICAL

[Esta columna aparece trimestralmente en El Heraldo de la Ciencia Cristiana.]

“Según su comprensión”

Del número de junio de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

The Christian Science Journal


[Este artículo sobre la Escuela Dominical aparece en inglés en el The Christian Science Journal de esta misma fecha.]

Cuando buscamos una sana orientación respecto a la mejor forma de enseñar Ciencia Cristiana a una clase de la Escuela Dominical, naturalmente recurrimos al Manual de La Iglesia Madre por la Sra. Eddy en el cual nuestra Guía establece lo siguiente (Art. XX, Sec. 2): “A los niños de la Escuela Dominical se les enseñará de las Escrituras y se les instruirá según su comprensión o habilidad para entender el significado más elemental del Principio divino que se les enseña”.

La Sra. Eddy, a más de formular esta regla, la repite, pues en el mismo artículo (Sec. 3) dice: “Las lecciones subsiguientes consistirán de preguntas y respuestas adaptadas a una clase juvenil, y pueden encontrarse en las lecciones del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana que se leen en los cultos de la Iglesia”.

A más de enseñar “según su comprensión”, nuestro uso del método de preguntas y respuestas se debe adaptar “a una clase juvenil”.

La prosperidad de la Escuela Dominical — su eficacia frente a los alumnos — guarda estrecha relación con nuestra observancia de estas directivas, que exigen que nos hagamos preguntas como éstas: ¿Estoy realmente comunicándome con mis alumnos? ¿Estoy usando ejemplos que se relacionan directamente con su experiencia? ¿Estoy yo familiarizado con las experiencias actuales de los niños y adolescentes?

Consideremos lo que podemos hacer para satisfacer esta exigencia.

En Ciencia y Salud por la Sra. Eddy se nos dice (pág. 284): “La comunicación va siempre de Dios a Su idea, el hombre”. Las ideas divinas nos llegan de Dios. Nuestros alumnos reciben las ideas divinas de Dios. Cuando los maestros comprendemos realmente esta verdad libertadora, dejamos de temer que las diferencias personales o de edad u otra creencia errónea puedan interrumpir la “comunicación” de Dios a Sus ideas. Ninguna sugestión de deficiencia relativa a nuestra capacidad pedagógica o de falta de disposición de nuestros alumnos podrá impedir esta “comunicación” divina. ¡Cuánto alienta saber que, en la verdadera realidad espiritual, el entendimiento infinito es reflejado tanto por el maestro como por los alumnos!

Prepararse así para la clase de la Escuela Dominical y también en otras formas que la inspiración sugiera a nuestro pensamiento, es una de las actividades permanentes del maestro consciente de su deber. Esta oración protectora y de apoyo es tanto una protección para nuestros jóvenes como una vital expresión del amor que por ellos sentimos.

Cuando apoyamos nuestra enseñanza sobre una sana base metafísica, advertimos que estamos reflejando conscientemente la expresión de la Mente, comunicándonos con nuestros alumnos en diversas formas y siempre según su habilidad para captar el mensaje de la Mente. Seguidamente daremos algunos ejemplos.

[Preparado por la Sección Escuela Dominical, Departamento de Filiales y Practicistas.]

Cuidando del vocabulario

Un niño de cinco años puede no comprender las palabras largas o difíciles de la Ciencia... ¡ni tal vez algunos de sus vocablos más cortos y sencillos! A este respecto una maestra nos ha escrito lo siguiente: “Sabiendo que el vocabulario de un niño de cinco años puede ser bastante limitado, fui haciendo pruebas a medida que avanzaba en la enseñanza. Cuando dijimos que Jesús era carpintero, les pregunté: ‘¿Qué es un carpintero?’ La respuesta espontanea de uno de mis alumnos fue esta pregunta: ‘¿Hacía Jesús alfombras mágicas?’ (En inglés la palabra equivalente a “carpintero” [carpenter] le había hecho pensar en “alfombras” [carpet] — ambas comienzan con la misma sílaba.) Por lo tanto, antes de seguir enseñando acerca de Jesús me puse a explicar pacientemente el trabajo que hacen los carpinteros”.

Relacionando las historias bíblicas con los Mandamientos, las Bienaventuranzas y las soluciones

Una maestra de niños de cuatro años nos escribió: “Durante la semana, cuando estudio la Lección-Sermón, elijo las historias de la Lección que me parecen interesantes para los pequeños, y les explico de qué manera esa historia ilustra uno de los Diez Mandamientos o una de las Bienaventuranzas, o quizás ambos. Sé que estos pequeños pueden aprender a sanarse y a sanar a otros; por lo tanto, todos los domingos hablamos acerca de cómo solucionar ciertos problemas mediante la curación, ya sea ilustrándolo con un problema que un alumno haya mencionado o con un ejemplo que inventamos”.

Escuchando a los alumnos

A veces por intuición espiritual, pero otras veces escuchando la conversación entre los alumnos de nuestra clase, nos damos cuenta de lo que debemos decir para comunicarnos mejor. Un maestro, gracias a este último sistema, se enteró de que los adolescentes de su clase estaban profundamente interesados en las motocicletas, y decidió aprovechar el tema para enseñar la Ciencia Cristiana. Recordando la declaración de la Sra. Eddy en el libro de texto (Ciencia y Salud, pág. 269): “La metafísica resuelve las cosas en pensamientos y reemplaza los objetos de los sentidos por las ideas del Alma”, comenzó su clase ese día pidiendo a sus alumnos que nombraran diez piezas de una motocicleta. El maestro aprovechó esas respuestas para organizar su clase de ese día.

Juntos, maestro y alumnos, descubrieron que el carburador, por ejemplo, al regular el paso de la corriente de aire y de combustible al motor, asegura el funcionamiento regular de éste; esta actividad se podía comparar con la del Principio divino, cuyas leyes regulan nuestras vidas y aseguran productividad y progreso. Vieron que con los frenos el conductor controla la velocidad del vehículo; el sistema de frenos les hizo comprender que el autogobierno y la autodisciplina espirituales son necesarios para contener la acción impulsiva e imprudente, y así por el estilo.

De este modo, una clase, que anteriormente había manifestado aburrimiento, inquietud y falta de atención, sintió despertar su entusiasmo para aprender más acerca de cómo aplicar la Verdad en los asuntos humanos.

Preguntas que asombran

La capacidad de los alumnos entre los 17 y 20 años de edad, para comprender lo que podemos enseñarles, acaso esté más adelantada de lo que creemos; sus preguntas pueden llegar a asombrarnos. “¿Qué se entiende por pecado en la Ciencia Cristiana?” “¿Por qué la Sra. Eddy nos da siete sinónimos de Dios?” “¿No basta acaso con una sola palabra: Dios?” “¿Cómo puede un Científico Cristiano ser un buen atleta cuando sabe que la materia no tiene poder?” “¿Cuál debe ser nuestra actitud acerca del aborto, la vida en común fuera del matrimonio y el control de la natalidad?” “¿Qué actitud debemos tomar respecto a la pena capital, la conscripción militar y la amnistía para los desertores de las fuerzas armadas?”

Esta época nos exige que seamos sinceros, que seamos capaces de demostrar ecuanimidad y serenidad y que aprovechemos los profundos y completos recursos de la Ciencia Cristiana. Esas son preguntas que se deben hacer, pero los alumnos no las plantearán hasta tener la certeza de que no les juzgaremos o condenaremos por ser sinceros en sus preguntas. El amor, el entendimiento, la compasión, la paciencia y el respeto del maestro harán que el alumno mantenga su receptividad a la buena enseñanza.

Veamos qué nos dice una maestra que nos escribió: “Me es muy útil y me inspira mucha humildad recordar la vida y la obra de Jesús. Cuando se piensa en su profunda comprensión de la realidad, se comprende que su elevado sentido del amor le impulsó a expresar su visión en palabras que sus discípulos y la multitud pudieran entender.

“Después de la resurrección, este Maestro, imbuido de amor, permaneció cuarenta días más, reuniéndose varias veces con sus discípulos, hablando con ellos y elucidándoles las verdades espirituales que no habían podido comprender. ¡Qué paciencia infinita debe haber sido menester para llevar a cabo esa tarea! A medida que procuro reflejar en mi propia vida el amor que él expresó, descubro nuevos modos de comunicarme con mis alumnos de la Escuela Dominical en el nivel colectivo e individual en que se encuentran”.

¡Afortunado el maestro cuya clase formula preguntas sin inhibición! Ese maestro se sentirá constantemente impulsado a estudiar la Ciencia con más profundidad a fin de tener la certeza de encontrar una sabia orientación para estos jóvenes inquisitivos. Muchos maestros recuerdan con gratitud la de veces en que les vino al pensamiento, por inspiración, una respuesta que nunca se habían imaginado que sabían.

Soluciones, no sólo problemas

Una maestra suplente preguntó una vez a su clase qué hacían habitualmente con la maestra titular. Un alumno respondió con tono de insatisfacción: “Analizamos, analizamos y analizamos”. Al parecer, los temas elegidos eran razonables y de profundo interés para la clase. Pero la clase no había sido llevada del análisis a la solución del problema en la Ciencia Cristiana.

La maestra suplente aprovechó esta lección cuando tuvo su propia clase regular, pues obró con cuidado de que sus alumnos recordaran la solución y no el problema. Recordó el consejo de la Sra. Eddy en la página 448 del libro de texto: “Procurad dejar en la mente de cada alumno una fuerte impresión de la Ciencia divina, un alto concepto de las calificaciones morales y espirituales que se requieren para la curación, sabiendo bien que es imposible que el error, el mal y el odio cosechen los grandes resultados de la Verdad y el Amor”.

El maestro bien dispuesto, diligente y humilde puede obtener grandes resultados en la Escuela Dominical. La intensa y clara luz de la Verdad se revelará por igual a maestro y alumno; la ignorancia y el error desaparecerán en su propia nada. Así se cumplirá el requisito del Manual de que la enseñanza se adapte a la capacidad de aprendizaje de los alumnos.

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