Para quien encuentra su vida en el universo del Espíritu, que la inteligencia divina crea y gobierna, no hay calles sin salida. Dios siempre da una salida y un camino.
A muchos nos ha acontecido, cuando viajamos por una gran carretera en construcción, encontrarnos de repente con un cartel que dice: “A 150 metros termina el pavimento”. O, en zonas menos urbanizadas, haber tomado un camino que se va desvaneciendo hasta perderse entre los matorrales o el terreno pantanoso o rocoso. Nunca ocurre así en el camino de la Vida, la Verdad y el Amor.
Encontrar calles sin salida en nuestros viajes es bastante frustratorio. Pero mucho más frustratoria es la situación que se nos plantea cuando, después de haber puesto grandes esperanzas en una carrera, una amistad o un estilo de vida, nos encontramos repentinamente con un obstáculo. Pero en la vida siempre encontramos una salida si estamos dispuestos a cambiar nuestro plan. Quizás no sea suficiente estudiar más de cerca el plan que ahora tenemos; con frecuencia debemos reemplazar el plan de la percepción material por el del sentido espiritual.
En sus escritos la Sra. Eddy constantemente encamina el pensamiento hacia la Biblia como una guía para vivir. En este plan encontramos, por ejemplo, el camino que anuncia Isaías: “Habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad”. Isa. 35:8; Isaías nos asegura, además, que nadie puede perderse en ese camino y que por él todos llegarán seguros y jubilosos a su destino.
Es el mismo camino que Job describe: “Senda que nunca la conoció ave, ni ojo de buitre la vio”. Job 28:7; La visión física más aguda puede no divisarlo pero el pensamiento guiado por un sentido espiritualmente científico de la vida no dejará de hallarlo.
La Biblia nos habla de muchos que parecían — a veces a sí mismos y otras veces a los demás — haber sido detenidos por un callejón sin salida: José vendido como esclavo y encarcelado; Moisés, educado como príncipe de Egipto, reducido a cuidar ovejas, que ni siquiera eran suyas, en el desierto; el rey Ezequías, enfermo, con la cara vuelta hacia el muro, sollozando; en particular, Cristo Jesús sentenciado, crucificado y enterrado. Sin embargo, todos encontraron la salida o el camino hacia la vida, la libertad, la salud y el cumplimiento de su destino humano y espiritual.
La Ciencia Cristiana señala el camino y la salida. En su libro No y Sí la Sra. Eddy lo expresa así: “El hombre sobrevive las definiciones finitas y mortales de sí mismo según la ley de ‘la supervivencia de los más aptos’. El hombre es la idea eterna de su Principio divino o Padre”.No y Sí, pág. 25; Unas pocas páginas después escribe: “El sacrificio de sí mismo es el camino verdadero que conduce al cielo”.ibid., pág. 33. La Sra. Eddy hablaba por experiencia, pues más de una vez tuvo que dejar atrás las definiciones mortales y finitas que habrían puesto un plazo a la labor de su vida. La abrumadora evidencia humana y las opiniones de quienes la rodeaban sugerían que había llegado al final de su camino. Sin embargo, siguiendo al Cristo, su inspiración constante, salió adelante, refuntando así tanto la evidencia como las opiniones.
Lo mismo se puede aplicar a cualquiera de nosotros. La definición “de la supervivencia de los más aptos” no es una definición mortal limitativa. Es la definición de lo que somos en nuestra naturaleza plena y verdadera: las ideas eternas de nuestro Principio divino, Dios. Nuestro camino de abnegación consiste en renunciar a todas las definiciones limitativas de la individualidad del ser del hombre; en cambio, debemos afirmar la individualidad espiritual e inmortal, que es la única apta para sobrevivir y nunca llega a una calle sin salida.
Las definiciones finitas y mortales se desvanecen no porque hayamos alcanzado una individualidad que no teníamos antes, sino porque nuestra verdadera y constante individualidad, que siempre ha existido, se está evidenciando. Humanamente podemos expresar un pensamiento más espiritualizado, un carácter más cristiano y un ajuste más inteligente a los propósitos de Dios para con nosotros, en lugar de seguir los dictados de nuestra voluntad. Pero, verdaderamente, la realidad eterna de nuestro ser verdadero trasciende en duración, luz y existencia las sugestiones limitativas acerca de nosotros, tal como el sol brilla más que las nubes que, en realidad, nunca afectan su resplandor. La comprensión de esta verdad espiritual apresura la disolución de esas definiciones finitas de nuestro ser, que carecen de idoneidad.
Isaías dice que el camino celestial es “Camino de Santidad”. Ese camino de santidad o integridad espiritual no tiene barricadas, ni calles sin salida, ni barreras que estorben el progreso. Por eso, en la misma medida en que lo seguimos, empezamos a comprender la integridad del hombre a la semejanza del Cristo en todos los aspectos de nuestra vida. Entonces, en el sendero de nuestra existencia humana aparecen nuevas oportunidades para ser más útiles, nuevas demostraciones del bien, nuevas salidas y caminos. A medida que los aprovechamos, nuestra naturaleza eterna, como ideas perfectas de la Mente perfecta, resplandece con creciente fulgor.
Pero eso no es todo. La santidad individual del hombre como expresión de Dios, la integridad individual del hombre como idea eterna, no es estática. Es un avance continuo, una manifestación constante de un bien renovado a través de toda la eternidad, sin que haya jamás una calle sin salida en ningún momento, ni en ninguna parte.
