Cuando pensamos, hablamos y oramos usamos los pronombres personales yo, tú, él, ella, nosotros y ellos, en sus diversas formas, probablemente con más frecuencia que ninguna otra clase de palabras. Fíjese con qué frecuencia piensa y dice los pronombres personales y le sorprenderá el lugar que ocupan en su consciencia. Los usamos para designar nuestra propia identidad o la de otro. Como la verdadera identidad es tan importante para quien está tratando de pensar con exactitud científica, debe vigilar cuidadosamente el significado que consiente en dar a los pronombres personales. Gradualmente deben llegar a significar para él nada menos que la identidad del hombre, completamente espiritual y verdadera.
El Científico Cristiano usa los pronombres personales de tres distintas maneras. Primero, usa el “yo” para designar a su sentido humano de la personalidad y los otros pronombres para designar a otras personalidades humanas. Puede decir, por ejemplo, “Yo voy a hacer unos encargos” y “Tú puedes venir conmigo”. Las palabras “yo”, “tú” y “conmigo” se refieren al sentido mortal de individualidad. En ese sentido, los pronombres personales no tienen ningún sentido espiritual y se usan para identificar un concepto humano.
Pero cuando se usa el pronombre mí en la “Oración Diaria”, que aparece en el Manual de La Iglesia Madre por Mary Baker Eddy, “Haz que el reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos se establezca en mí, y quita de mí todo pecado”,Man., Art. VIII, Sec. 4; el pronombre se refiere a un estado de consciencia humana que llamamos “mí”, en el cual el falso sentido material de identidad está dando lugar a la percepción del ser espiritual. Es un estado transitorio de consciencia que desea percibir con más amplitud la verdad espiritual ya existente: que Dios reina en el hombre. El “mí” así usado se refiere a un sentido de identidad en el cual en alguna medida ya está presente — y se desea profundizar — la percepción del ser espiritual.
En su tercer uso — que es el puramente científico — los pronombres personales designan al único sentido verdadero de identidad: el espiritual. Un ejemplo es la aseveración de Juan: “Ahora somos hijos de Dios”. 1 Juan 3:2; Aquí el “nosotros” no se refiere a persona mortal alguna, ni a un sentido transitorio de individualidad. Se refiere a la identidad que es el hijo de Dios, inmaterial y semejante a Dios. Es frecuente que en nuestras oraciones pensemos más o menos como sigue: “No soy lo que la materia pretende que soy. Soy lo que Dios, el Espíritu, me hace ser, y sabe que soy, la expresión individual de Dios”. El pronombre “yo”, como antes el “nosotros”, se usa para designar la identidad que es el hijo de Dios, totalmente ajena a la individualidad mortal.
A la humanidad se la ha educado a aceptar como identidad ese concepto equivocado de individualidad que es el linaje de la mente mortal — el mal único — al punto que no puede abandonar instantáneamente este concepto erróneo, ni siquiera después de comenzado el estudio de la Ciencia de la Vida, enseñada por Cristo Jesús y la Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan Sáiens.. Pero el cambio tiene que hacerse, porque es imposible adelantar mucho en el camino de la liberación de la esclavitud de la materia y la mortalidad mientras se consiente en pensar que “yo”, “tú”, “él” y “ella” significan una persona mortal.
No es infrecuente que un estudiante esté dispuesto a aceptar las enseñanzas de la Biblia y de la Ciencia Cristiana de que el hombre es la semejanza de Dios y, por lo tanto, que es espiritual y perfecto. Sin embargo, cuando se encara con las sugestiones agresivas y persistentes del sentido material, que alegan que él o su prójimo son hijos de la carne y están esclavizados por el pecado, afligidos por la enfermedad, perjudicados por la injusticia o sujetos a la muerte, el estudiante cede, a veces, ante ese testimonio falso. Entonces se encuentra tratando de abrigar conceptos antagónicos de identidad: uno que es espiritual y semejante a Dios y otro que es material, corpóreo y muy desemejante a Dios. Solamente por medio de la oración y un gran abandono de sí mismo aumenta el estudiante su comprensión de Dios y del hombre que Dios creó — la única identidad verdadera — al punto de saber que “yo”, “tú”, “él” y “ella” se refieren verdaderamente al puro, perfecto e incorpóreo hijo de Dios.
Si usted está orando para otro, es posible que tenga que encarar la sugestión de que él o ella es un mortal que necesita ser mejorado. Humanamente hablando, eso puede parecer verdad. Pero en la Ciencia el único “él” o “ella” es lo que la única causa hace ser al hombre: la manifestación espiritual y perfecta de Dios. La individualidad de nuestro prójimo no es nada menos que eso y nada menos que eso se puede aceptar como su individualidad si queremos ayudarlo por medio de la Ciencia Cristiana. La Sra. Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, asevera: “La Ciencia Cristiana es absoluta, no está ni detrás del punto de la perfección ni avanzando hacia él; está en este punto mismo, y tiene que ser practicada a partir de ese punto”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 242; En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras la Sra. Eddy da esta aseveración inequívoca como la única base correcta de aplicar la Ciencia Cristiana: “El entendimiento a la manera de Cristo de lo que es el ser científico y la curación divina incluye un Principio perfecto y una idea perfecta, — Dios perfecto y hombre perfecto,— como base del pensamiento y de la demostración”.Ciencia y Salud, pág. 259;
Pero el entendimiento a la manera del Cristo acerca de la perfección de Dios y del hombre no se obtiene sólo con el deseo ni por la repetición de palabras. Viene gradualmente y en el grado en que el individuo esté dispuesto a negar la totalidad del ser material: su origen, historia, temores y odios, pecados y placeres, voluntad propia, amor de sí mismo y complacencia para consigo. Y debe estar dispuesto, además, a descubrir, con el sentido espiritual que Dios le ha dado, que nada es ni jamás ha sido, sino Dios, el bien infinito, que incluye, condiciona y gobierna toda forma identificada de Vida como Su manifestación.
A una estudiante de Ciencia Cristiana se le pidió que ayudara a una persona que se encontraba en un hospital para enfermos mentales. La condición del paciente parecía haberse agravado mucho. La Científica Cristiana permitió que su pensamiento cediera en cierto grado a la tentación de creer que “él” era una personalidad mortal sumamente trastornada. Como resultado de esto, la oración por ese paciente no llegó a ser lo que Jesús llamó “la verdad” Ver Juan 8:32; que, según él dijo, liberaría de todo lo que no es verdad a los ojos de Dios.
La estudiante percibió entonces que debía vigilar cómo usaba los pronombres, y asegurarse de que, al pensar en “él”, no lo estuviera viendo como a un ser mortal penosamente afligido, sino como a la expresión individual, espiritual y cabal de la Mente divina, Dios. Al orar con este entendimiento, los resultados fueron inmediatos. El cuadro negativo de la mente mortal cedió y el paciente pronto fue dado de alta, revestido de un estado normal de consciencia. Todo lo que había sucedido fue que la Científica Cristiana, en lugar de estar de acuerdo con orar partiendo de la base de que el paciente era un mortal afligido, había visto la necesidad de basar su oración en la perfección de Dios y en la perfección actual del hombre creado por Dios como la única verdad científica del ser en todo tiempo y eternidad.
A veces un estudiante de Ciencia Cristiana pregunta: “¿Pero cómo nos incorporamos en este estado de mortalidad si Dios es eternamente infinito y lo es Todo, y el hombre es realmente de Dios y está en Dios?” ¿Qué significa el pronombre “nos” cuando se pregunta “cómo nos incorporamos en este estado de mortalidad”? Sin saberlo, el estudiante está aceptando — como la individualidad suya y la de su prójimo — lo que la mente material y los sentidos materiales dicen que esa individualidad es. Acto seguido y basándose en una falsa premisa respecto de la identidad, su falsa creencia procede a preguntar: ¿Cómo llegamos “nosotros” “aquí”?, es decir, cómo llegó a aceptarse este concepto falso como a un ser dotado de identidad. Sin embargo, todo lo que alega a favor de este “nosotros” y todo lo que acepta este argumento y se pregunta de dónde viene, es el sentido mendaz de la mente que se persuade de que tiene identidades llamadas “nosotros” y luego siente curiosidad de saber cómo llegaron a crearse esas formas de falsedad. La pregunta, ¿de dónde viene el mendaz sentido de identidad?, no tiene respuesta. Su origen es tan ficticio como su causa mentirosa, la mente mortal. El efecto de una causa mentirosa no puede estar más cerca de la verdad que la causa misma.
Al ir avanzando en el entendimiento espiritual el estudiante comprende cada vez más que, puesto que Dios es Todo-en-todo, el mal y su pretensión de identidad en distintas formas de error animado, como mortales pecadores, mortales enfermos, mortales pendencieros y mortales que mueren, es tan falso como el error básico. La mente mortal, el mal único, nunca hace otra cosa que mentir, porque no conoce verdad que decir. Pero la consciencia humana se da cuenta sólo gradualmente de la absoluta falsedad de sus creencias mortales, a medida que la idea del Cristo, o la idea espiritual de la Vida, el hombre real, es gradualmente aceptada y es vivida en vidas más puras y más semejantes a Dios. El Maestro, que definió para todos nosotros el camino de la salvación, dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. 14:6;
La Ciencia Cristiana enseña que el individuo es responsable de sí mismo. Es responsable de lo que los pronombres significan para él. Al descubrir qué es su yo, o ego, el individuo descubre que en el estado de consciencia otorgado por Dios, que constituye su único ser verdadero, está incluido el verdadero sentido de toda otra identidad: de todo “tú”, “él” y “ella”. La Mente divina naturalmente hace que cada una de sus identidades esté constantemente consciente de su único ser verdadero y, por lo mismo, que no tenga ningún otro sentido de otras identidades que el sentido que Dios da. Esto capacitó a Jesús para curar instantáneamente, y a través del crecimiento espiritual nos capacitará a todos a hacer lo mismo, pues jamás ha existido, ni existe, otra cosa que Dios y Sus ideas. De Dios derivamos la capacidad para conocer esta verdad sempiterna, para de este modo probar la gran verdad que Jesús enseñó: “El reino de Dios está entre vosotros”. Lucas 17:21. Allí, a pesar de lo que el único mentiroso puede mendazmente alegar en contra, no hay identidades — no hay “yo”, “tú”, “él” o “ella”— que las creadas por la única causa, esto es, la identidad espiritual, perfecta y semejante a Dios aquí y ahora.
Porque en parte conocemos,
y en parte profetizamos;
mas cuando venga lo perfecto,
entonces lo que es en parte
se acabará.
Ahora vemos por espejo, oscuramente;
mas entonces veremos cara a cara.
Ahora conozco en parte;
pero entonces conoceré
como fui conocido.
1 Corintios 13:9, 10, 12