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Inmunidad contra el contagio

Del número de junio de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


No tenemos por qué dejarnos mesmerizar por la creencia en enfermedades contagiosas ni por qué aceptar sus síntomas.

¿Por qué no? Porque la ilusión de la enfermedad se manifiesta a través del temor, y cualquiera puede dejar de temer. Por medio de la Ciencia Cristiana podemos defender nuestro pensamiento constante y completamente para obtener una inmunidad total contra el contagio. Podemos comprender que el temor nunca ha impedido que el ser de Dios manifieste la perfección; y puesto que, en realidad, somos el reflejo directo e impecable de Dios, Su semejanza, el temor jamás puede privarnos de la energía y salud verdaderas.

La enfermedad no tiene poder, ni puede pretender tenerlo. La autoridad que parece tener se deriva de nuestros falsos conceptos acerca de Dios y del hombre. Pero las creencias falsas no son ley, y no le dan poder a la enfermedad. Toda realidad está basada en la ley de Dios, el bien. La enfermedad es lo opuesto del bien. Por lo tanto la enfermedad no es ley.

Dios es perfecto y Él creó un hombre perfecto. Él es Aquel que crea todo el universo, incluso el hombre; y todo lo que Él crea es bueno. La base de la oración es la pureza de Dios y del hombre, y la esencia misma de la oración eficaz contra el contagio consiste en desarraigar el temor. ¿Con qué? ¡Con amor!

Al sentir los primeros síntomas de enfermedad, debemos recordar que nuestra salud expresa el concepto que abrigamos acerca de nosotros mismos y la proporción de falsas creencias y de temor — o de amor — que permitimos que nos gobierne. “El perfecto amor echa fuera el temor”. 1 Juan 4:18; ¿Estamos realmente amando a Dios, el Amor? ¿Lo estamos amando a tal grado que confiamos completamente en Su cuidado? ¿Sabemos realmente que Su amor nos envuelve y nos protege de toda forma de mal? Si es así, entonces el temor puede ser eliminado inmediatamente y con él los síntomas de enfermedad.

Según la creencia, el contacto directo con una enfermedad contagiosa no es el único modo de contraerla. Si no estamos alerta espiritualmente es posible que aceptemos los síntomas de una enfermedad, y hasta que la manifestemos simplemente leyendo sobre ella en el periódico o escuchando su descripción. La enfermedad se contrae a través del pensamiento mortal el cual no tiene base científica ni espiritual. Pero nuestra identidad verdadera es espiritual — somos ideas de la Mente — y estando conscientes de esto podemos rechazar sugestiones agresivas, vengan de donde vengan. Estamos bajo la ley de Dios, el bien, que anula las pretensiones del mal en todas sus formas. Al comprender que la naturaleza del contagio es mental y mortal, podemos prevenir sus síntomas o verlos desaparecer rápidamente quedando libres y sanos.

A veces oímos decir que tal enfermedad “anda por ahí”. Mas, ¿a dónde anda? ¿Cómo se mueve? No posee vida que la active, ni inteligencia o energía que la traslade de un lugar a otro, ni verdad que le dé presencia o poder. Su único movimiento es de un concepto falso a otro concepto falso.

En Ciencia y Salud la Sra. Eddy dice: “Lloramos porque otros lloran, bostezamos porque ellos bostezan, y tenemos viruelas porque otros las tienen; pero la mente mortal, no la materia, contiene y comunica la infección. Cuando este contagio mental se comprenda, tendremos más cuidado de nuestra condición mental, y evitaremos charlas locuaces sobre la enfermedad, lo mismo como evitaríamos abogar por el crimen”.Ciencia y Salud, pág. 153; Defender nuestro pensamiento contra la sugestión puede hacernos inmunes contra toda forma de contagio.

— Me siento como si fuera a tener gripe — dije una vez a mi esposo.

—¿A tener qué? — me dijo.

— Gripe.

—¿Qué es eso?

Influenza.

—¡Nunca oí hablar de ello! — me contestó.

Me senté en silencio a meditar sobre el asunto. ¿Nunca había oído hablar de gripe? ¿Qué tipo de hombre era mi marido? Y entonces me di cuenta. Él había estado aludiendo a la verdad de que el hombre está a salvo bajo el cuidado de Dios y fuera del alcance de argumentos de enfermedad y de contagio.

El hombre que Dios ha creado para que lo exprese, siempre ha estado, y siempre estará, “al abrigo del Altísimo ... bajo la sombra del Omnipotente”. Salmo 91:1. La identidad del hombre está así establecida a salvo en la verdad espiritual.

Me di cuenta inmediatamente de que la eficacia del pensamiento puro y correcto fue ejemplificado por Cristo Jesús. Y ahora el mismo poder del Cristo realizaba su trabajo sanador, allí mismo donde era necesario. Entonces pensé: “Con este poder activo en mi consciencia, ¿cómo pueden permanecer los síntomas de gripe?”

Media hora después me encontré completamente bien. Desde entonces, cuando mi marido o yo expresamos las sugestiones del error, el otro pregunta: “¿Qué es eso? ¡Nunca oí hablar de ello!”

La enfermedad no es creada por Dios; por lo tanto no existe. No tiene espacio disponible que pueda ocupar, porque la consciencia verdadera e infinita está llena de la verdad. La comprensión de estos hechos anula por completo la creencia falsa, y nuestra inmunidad contra el contagio está asegurada.

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