No tenemos por qué dejarnos mesmerizar por la creencia en enfermedades contagiosas ni por qué aceptar sus síntomas.
¿Por qué no? Porque la ilusión de la enfermedad se manifiesta a través del temor, y cualquiera puede dejar de temer. Por medio de la Ciencia Cristiana podemos defender nuestro pensamiento constante y completamente para obtener una inmunidad total contra el contagio. Podemos comprender que el temor nunca ha impedido que el ser de Dios manifieste la perfección; y puesto que, en realidad, somos el reflejo directo e impecable de Dios, Su semejanza, el temor jamás puede privarnos de la energía y salud verdaderas.
La enfermedad no tiene poder, ni puede pretender tenerlo. La autoridad que parece tener se deriva de nuestros falsos conceptos acerca de Dios y del hombre. Pero las creencias falsas no son ley, y no le dan poder a la enfermedad. Toda realidad está basada en la ley de Dios, el bien. La enfermedad es lo opuesto del bien. Por lo tanto la enfermedad no es ley.