Si pensamos que hemos heredado malas características de nuestros padres y antepasados, es posible que creamos que no podemos cambiar y que tendremos estas características durante toda la vida. En Proverbios leemos: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él”. Prov. 23:7;
Un día, una amiga me dijo que ella había heredado características nerviosas, caprichosas y frívolas, que nunca había podido superar. Se preguntaba cómo se podía aplicar la Ciencia Cristiana para sanar tal condición. Le dije que la Ciencia recalca que Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza, y que todo lo que Él ha creado es bueno. La Ciencia enseña además que Dios es el único padre verdadero del hombre. Cristo Jesús nos enseñó a orar: “Padre nuestro que estás en los cielos”, Mateo 6:9; y también dijo: “No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos”. 23:9;
Hablando de la naturaleza de Dios, la Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “Dios es el bien natural, y está representado sólo por la idea de la bondad; mientras que el mal debiera ser considerado como contranatural, puesto que es lo contrario de la naturaleza del Espíritu, Dios”. Ciencia y Salud, pág. 119;
Estas enseñanzas nos ayudan a reemplazar cualquier sentido de falta de respeto o de resentimiento hacia nuestros padres por causa de cualquier característica indeseable que creemos haber heredado, con la comprensión de que en realidad el hombre es el hijo de Dios. El hombre tiene una herencia pura, espiritual, no tocada por creencias de limitación.
Debido a que Dios es el bien ilimitado y perfecto, todo lo que podemos heredar es bueno. Los malos rasgos de carácter, supuestamente heredados de los padres, son falsos, y no son parte verdadera de nosotros. Cuando aceptamos a Dios — no a los padres humanos — como nuestro creador, obtenemos libertad y alegría. Aferrándonos a esta verdad, nos damos cuenta de que las cualidades de Dios son las únicas que son verdaderas. Las cualidades indeseables se evidencian solamente cuando las aceptamos como verdaderas creyendo que existen y que son permanentes. A medida que percibimos nuestra verdadera naturaleza espiritual, si nos vemos inducidos al nerviosismo, al enojo o a ser temperamentales podemos afirmar con certeza: “¡No, ése no soy yo!” Podemos expresar nuestro poder derivado de Dios para actuar correctamente.
Pablo luchó con la creencia de que el hombre es una mezcla del bien y del mal. Dijo: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”. Rom. 7:19; A veces somos inducidos a creer que la herencia es una ley legítima que puede impedirnos el ser buenos. Para superar esta creencia debemos aceptar el profundo pero sencillo concepto de que Dios es perfecto, y que, por lo tanto, Su idea, el hombre, es perfecto. A medida que comprendemos esta verdad, las características indeseables comienzan a desaparecer.
Cuando mi amiga escuchó mi explicación, pensó un momento y dijo: “Bueno, si yo creyese eso tendría que hacer algo para eliminar esas características que no me gustan. Sería mi responsabilidad actuar de acuerdo con la identidad verdadera que me ha dado Dios. Prefiero simplemente ¡culpar a mis padres!”
Muchas personas esperan ser felices simplemente dejándose llevar por maneras de pensar y actuar comúnmente aceptadas. Pero nunca podremos estar realmente satisfechos con nuestra vida hasta que no reconozcamos y no afirmemos nuestro verdadero ser espiritual, que es enteramente bueno. El profundo desasosiego que siente la humanidad en la actualidad proviene de no haber despertado a la verdadera identidad del hombre. Toda persona deberá finalmente reconocer su identidad espiritual. Una personalidad maravillosa, el orgullo de posesiones materiales, o mayor satisfacción sensual, jamás imparten paz ni un sentido de bienestar.
La Sra. Eddy dice: “El hombre y la mujer, coexistentes y eternos con Dios, por siempre reflejan, en calidad glorificada, al infinito Padre-Madre Dios”.Ciencia y Salud, pág. 516; Comprendiendo esto, veremos con mayor claridad que tenemos dominio sobre nuestros pensamientos y acciones, porque todo el poder y la majestad de Dios nos apoyan para hacer lo que es correcto. Cuando alcanzamos una vislumbre de nuestra perfecta bondad como idea de Dios, se rompe la esclavitud de los malos hábitos o de las características indeseables. El hombre expresa las cualidades de Dios continuamente. No puede ser separado de su creador.
Por medio de la Ciencia Cristiana aprendemos a reconocer nuestra invulnerable y permanente bondad, y nuestra unidad con Dios. Llegamos a la comprensión de que Dios nos ha hecho perfectos, hermosos, e indestructibles. Ya no deseamos ni tememos expresar características que ahora sabemos que no son ni fueron jamás nuestras ni de nuestros padres. La creencia en una herencia humana degradante se destruye. El egotismo, el sentido de inferioridad, y el egoísmo pierden su dominio sobre nosotros a medida que reconocemos nuestra verdadera naturaleza a la semejanza de Dios.
Podemos confirmar con alegría las palabras de la Sra. Eddy: “Aquellos que están instruidos en la Ciencia Cristiana han alcanzado la gloriosa percepción de que Dios es el único autor del hombre”.ibid., pág. 29.
