“No codiciarás”, tal como se estipula en Éxodo 20:17, se aplica tan positivamente a la casa de nuestro prójimo como a su mujer; a sus animales domésticos como a sus siervos; por lo tanto, se llega a la conclusión de que esta actitud codiciosa del pensamiento debe ser evitada en lo que concierne a “cosa alguna de tu prójimo”.
La palabra “codiciar” con sus derivados, cuando se emplea en la Biblia en un sentido reprensible, denota el deseo de poseer lo que no es nuestro, ya sea legal o moralmente. En muchos aspectos, el Décimo Mandamiento parece estar íntimamente relacionado con el Séptimo, siendo el adulterio el resultado directo de un deseo desenfrenado. No sólo la interpretación del Décimo Mandamiento según aparece en Deuteronomio (5:21) condena el deseo de codiciar a una mujer casada, sino que también Pablo, refiriéndose a este mandamiento dice (Romanos 7:7, 8): “Yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia”. Más aún: Pedro relaciona a aquellos que tienen “los ojos llenos de adulterio” con los hombres que “tienen el corazón habituado a la codicia” (2 Pedro 2:14).
No es sorprendente encontrar que Miqueas, el profeta labrador, siendo él mismo residente de los campos de Judea, conociendo los problemas de sus vecinos, advirtiera: “¡Ay de los que. .. codician las heredades, y las roban!” (Miqueas 2:1, 2). (Compárese Deuteronomio 5:21.)
Jesús advirtió a sus discípulos: “Mirad, y guardaos de toda avaricia” (Lucas 12:15), indicando así que las posesiones mundanas no constituyen ni sostienen la vida. De acuerdo con este mismo criterio rehusó la petición que se le hiciera de tomar parte en una disputa familiar concerniente a dinero e hizo hincapié en el punto con una de sus famosas parábolas.
El Maestro se refirió a un hombre cuyos bienes materiales eran tan grandes que no tenía dónde almacenar la creciente producción de sus campos. En lugar de simplemente construir más graneros, decidió derribar completamente los que ya tenía para construirlos más grandes y ostentosos. Asumiendo que jamás habría de ocurrirle nada a sus tesoros, se preparó para disfrutar de una existencia fácil, mimada y de necios placeres, ignorando que muy pronto su existencia terrenal terminaría así como el gozo personal que derivaba de sus riquezas. Esto por cierto era necedad, observó el Maestro, señalando la moraleja: “Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Lucas 12:21).
El peligro de confiar así en riquezas materiales y codiciarlas fue también puesto de manifiesto por Pablo, quien en una bien conocida frase dijo: “Raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Timoteo 6:10). Escribió a los Efesios (5:5) que “ningún. .. avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios”.
En las Bienaventuranzas, el deseo codicioso por posesiones y placeres materiales, condenado en el Décimo Mandamiento, es reemplazado por la completa seguridad de las bendiciones que aguardan a aquellos que fiel y consistentemente buscan la justicia (ver Mateo 5:6).
