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Muros y sombras

Del número de julio de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los portones se vienen abajo; los enormes muros se desintegran en polvo que se esfuma; las torres de piedra se desintegran en la tierra. ¿Son imposibles estas demoliciones? Son enteramente posibles, aunque tarden siglos. Pero, entre los seres humanos, demoliciones tan dramáticas y tan aparentemente imposibles como éstas, ocurren diariamente. Con frecuencia ocurren rápidamente, a veces instantáneamente. Estas demoliciones son curaciones mediante el Espíritu divino.

En algunas de ellas, errores que parecían inexpugnables se deshacen en la nada, y desastres que parecían totales se convierten en triunfos: lo “incurable” es sanado; y lo “imposible” ocurre. Ocurre sin fanfarria, sin los choques y bajas de las luchas humanas.

Normalmente sucede cuando nadie está observando. En la curación por medio del Espíritu divino no podemos triunfar al mismo tiempo que vemos un enemigo.

El poder espiritual puede rectificar todo lo que parece erróneo en nuestra vida diaria. Algunos de estos cambios parecen tan imposibles como los castillos que se esfuman — y, sin embargo, ocurren.

A los Científicos Cristianos ciertamente no les parecen imposibles, ya que ellos han sido testigos en su propia vida, o en la de sus amigos o conocidos, de curaciones supuestamente incurables. ¿Cómo ocurre esto?

Aquí tenemos una fascinante paradoja: la curación se logra, en parte, al comprender que es innecesaria.

Se produce de la siguiente manera: La experiencia humana está ligada al pensamiento. Cuando corregimos nuestro pensamiento, le sigue una experiencia mejor, el cuerpo se sana, o se rectifica una situación errónea, o se cumple un deseo justo, o la pobreza se convierte en prosperidad, o la felicidad anonada el pesar. Tales victorias se obtienen cuando nuestro pensamiento está a tono con la armonía de la Verdad absoluta.

Esta Verdad es universal y divina; en ella, el hombre no es de ningún modo un ser material, sino que es espiritual. El hombre espiritual es perfecto, porque Dios es el Principio perfecto que lo gobierna. El hombre espiritual es perfecto porque Dios es la Mente omnipresente que le conoce, y la Mente no es un intelecto frío, sino que es el Amor cálido e infinito, absolutamente eficaz. La realidad del hombre es perfecta porque Dios es el Alma perfecta del hombre, y la Vida perfecta, de la cual todos los seres vivientes derivan su originalidad y vitalidad.

Debido a que el hombre es espiritual, todas sus necesidades se satisfacen espiritualmente; y en verdad, ya están satisfechas. “No temáis, manada pequeña“, dijo Cristo Jesús, “porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino”. Lucas 12:32; A Dios le place bendecir ahora mismo a Sus hijos. Cuando sabemos esto y nos aferramos firmemente a esta verdad, nuestros problemas se rompen, se pulverizan y desaparecen, aunque hubieran parecido alzarse como enormes y sólidos castillos de piedra.

Todo esto no es mera teoría. Ha sido demostrado miles de veces. ¿Cómo ha sido probado?

Encuentro que la descripción siguiente es aclaratoria. Imagínese un asta de bandera colocada perpendicularmente a plena luz y cuya sombra se refleje en el suelo. Si el terreno es liso, la sombra es recta, pero si es abrupto, la sombra es irregular. Entonces por mucho que empujáramos el asta o diéramos de puntapiés contra la sombra no la rectificaríamos ni enderezaríamos. Pero si se alisara la superficie del suelo, instantáneamente se rectificaría la sombra.

Ahora bien, consideremos el asta de bandera como una metáfora para la realidad espiritual de cada persona que se eleva y se yergue hacia la luz. Sólo mirando hacia lo alto podemos percibir la realidad, mientras que mirando absortos hacia lo terrenal sólo percibimos la sombra y no la realidad.

Nuestras experiencias humanas se pueden comparar con esa sombra reposando en el terreno del pensamiento. Para enderezar la sombra, tenemos que rectificar la superficie sobre la cual aparece. Para curar la enfermedad del cuerpo debemos reformar el pensamiento que la manifiesta. Para mejorar nuestra experiencia o cualquier circunstancia derivada de ella, tenemos que purificar el pensamiento que la gobierna. Es dentro de nuestro pensamiento donde hay que destruir las sombrías fortalezas del infortunio.

La destrucción mental no se logra estudiando sombras — que, de todos modos, no tienen realidad alguna — sino mirando hacia la realidad. No hay nada que precise rectificarse en la creación espiritual de Dios. Cuando comprendemos esta verdad, nuestro pensamiento y experiencia humanos se elevan en armonía con la Verdad. Así es como se logra la curación al comprender que es innecesaria.

La percepción de todo esto produce maravillas. Esta comprensión es enteramente espiritual. En el primer siglo, San Pablo dijo: “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas”. 2 Cor. 10:4; Poderosas en Dios, no en los hombres: por medio del Espíritu y no de la materia. San Pablo es uno de los héroes bíblicos más reconocidos y, en su carrera tempestuosa, consagrada y triunfante, demostró una y otra vez que la comprensión espiritual es poderosa “en Dios”.

Su contemporáneo, San Juan, dijo: “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él”. 1 Juan 1:5; Podemos vencer estas sombras engañosas que nos representan falsamente, y mirar hacia esa luz perfecta, y corregir así el fundamento de nuestro pensamiento. Entonces podemos percibir nuestro ser verdadero, erguido, recto, sincero e inconmovible y sobrevendrá el regocijo.

“Lo que parece ser de origen humano”, escribe Mary Baker Eddy, “es la falsificación de lo divino, o sea, los conceptos humanos, las sombras mortales que cruzan rápidamente el cuadrante del tiempo”.Miscellaneous Writings, pág. 71. La Ciencia Cristiana, descubierta y fundada por la Sra. Eddy, soluciona toda clase de problemas cuando corregimos el pensamiento que abriga esos engañosos “conceptos humanos, sombras mortales”. Este proceso de corrección mental, tranquilo, confiado, vivificador es la milicia poderosa “en Dios para la destrucción de fortalezas”.

He visto este proceso salir victorioso muchas veces en mi propia vida, librándome de la pobreza, frustración, mala salud, hábitos nocivos, temperamento violento e ineficacia profesional. Me ha conducido a logros que parecían imposibles. Otros artículos de este mismo Heraldo, enseñan cómo las verdades de la Ciencia Cristiana han sido y pueden ser utilizadas, para bendecir a cualquiera que las acepte y las practique en su vida diaria.

Estas verdades son “las armas de nuestra milicia”, que trabajan silenciosa y tiernamente y con un poder irresistible.

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