Han pasado cerca de treinta años desde que mi último testimonio apareciera en las publicaciones periódicas, y estoy agradecido por el progreso que he tenido durante este tiempo. Estoy especialmente agradecido por el privilegio de haber tomado clase de instrucción y por la inspiración que he recibido en las reuniones anuales de mi asociación.
Deseo ahora relatar una curación de un agudo ataque de ictericia ocurrido hace pocos años. Pedí ayuda a un practicista de la Ciencia Cristiana y las palabras solas no pueden expresar mi profunda gratitud por los beneficios que recibí gracias a esta oración.
Fue obvio que lo primero que necesitaba era purificar mi pensamiento, y se me pidió que estudiara las páginas 184 y 185 de Miscellaneous Writings por la Sra. Eddy, que incluyen esta declaración: “Sólo los de limpio corazón verán a Dios — podrán percibir plenamente y demostrar cabalmente el Principio divino de la Ciencia Cristiana”. El progreso fue tal, que en pocas semanas me fue posible trabajar durante algunas horas diarias y una semana después trabajar la jornada normal. Incluso, realicé una tarea en la que necesitaba trabajar horas extras cada dos semanas.
Durante ese tiempo, algunos compañeros bien intencionados me hacían comentarios tales como “Tómalo con calma” o “No te esfuerces”. Recibí aliento y confianza de la lectura de un artículo en el Christian Science Sentinel cuyo tema era que la vitalidad y la energía provienen de Dios. ¡Qué apropiadas a las necesidades del momento son las publicaciones de la Ciencia Cristiana!
Sin embargo, aún no había recobrado mi color natural, y mis empleadores pensaron que debería tomar una licencia, a lo que consentí. En ese tiempo me fue especialmente útil este pasaje del libro de texto, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 493): “Todo el testimonio de los sentidos corporales y todo el conocimiento obtenido por medio de los sentidos corporales han de ceder a la Ciencia, a la verdad inmortal de todas las cosas”. Poco después la curación fue completa. Me siento muy contento porque me mantuve firme en lo que sé que es el único sanador eficaz y porque comprobé que no era necesario recurrir a la ayuda médica.
Luego de la curación me hacían muchos comentarios sobre cómo había mejorado mi aspecto en un tiempo relativamente corto. Una compañera, comentando me dijo: “¡Quisiera saber el secreto!” Me sentí muy feliz de poder decirle que no había ningún secreto, que la Ciencia Cristiana me había sanado. Ella mostró gran interés y comenzó a leer el libro de texto.
Glasgow, Escocia
