Para la mayoría de nosotros el terrorismo político significa violencia — violencia cuyo propósito es matar — a veces perpetrado contra un individuo determinado, otras veces promiscuamente.
Analicemos dos casos de amenaza de violencia narrados en la Biblia, pero donde los individuos contra quienes estaba dirigida emergieron ilesos, perfectamene protegidos y a salvo.
El primer caso se halla en el Antiguo Testamento, en la historia de Jacob y Esaú, en el libro del Génesis. Jacob, mediante un fraude, había desposeído a Esaú de su primogenitura. Después de una larga lucha consigo mismo Jacob había logrado arrepentirse lo suficiente como para desear reunirse con su hermano y tratar de arreglar las cosas. Pero temía de que un hermano engañado y vengativo pudiera atacarlo violentamente. En realidad, todo parecía acusar que éste sería el caso. ¿Pero qué sucedió? Esaú corrió al encuentro de Jacob, “le abrazó, y se echó sobre su cuello, y le besó”.
¿Cuál fue la explicación para esto? Jacob la dio en las palabras que le dirigió a Esaú segundos más tarde: “He visto tu rostro, como si hubiera visto el rostro de Dios, pues que con tanto favor me has recibido”. Gén. 33:4, 10; Así, mucho antes de que apareciera Cristo Jesús en la tierra, Jacob había alcanzado una vislumbre de la verdadera identidad del hombre como el reflejo espiritual de Dios, la verdadera identidad, la cual una comprensión del Cristo nos la revela por completo. En tal comprensión — el resultado de un progreso espiritual continuo — radica nuestra protección contra la violencia, contra el terrorismo político.
Vamos ahora más adelante. Tomemos otro ejemplo de violencia frustrada. Tiene que ver con Jesús mismo. Es interesante notar que aconteció después de la curación que efectuara al hombre que había nacido ciego. Y la amenaza hecha a Jesús provino de un diálogo que mantuvo con los judíos en el templo cuando éstos le dijeron: “Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente”. Jesús les respondió con la inequívoca aseveración: “Yo y el Padre uno somos”. Y esto, se nos dice, fue suficiente para que tomaran piedras para apedrearlo. Pero él detuvo la acción al preguntarles por cuál de las buenas obras que el Padre había realizado por su intermedio lo estaban apedreando. Continuó afirmando su perfecta unidad, su filiación con Dios, concluyendo con: “El Padre está en mí, y yo en el Padre”.
Y la narración de Juan continúa diciendo que entonces “procuraron otra vez prenderle, pero él se escapó de sus manos”. Ver Juan 10:22–42; ¿Qué le dio a Jesús esta maravillosa protección? Fue su comprensión del Cristo, de su inviolable identidad como el Hijo de Dios, y de la seguridad que esto le confería.
Gran parte del terrorismo político actual, junto con la atracción que muchos sienten hacia teorías anarquistas en el mundo de hoy, son tanto un ataque al Cristo como una expresión de la desesperación que muchos individuos sienten ante lo que consideran una demoledora amenaza a su identidad e individualidad. En el pasado, en épocas de cambios revolucionarios, estas reacciones se han manifestado de la misma manera. Sucedió durante la Revolución Industrial del siglo pasado. Está sucediendo ahora en los acelerados e imponentes cambios que se ha llamado la “Revolución Tecnetrónica”. Habiéndoles fallado todo, individuos desesperados buscan hacer valer su identidad, su valía — insana y equivocadamente — mediante violencia y destrucción, que generalmente terminan en la autodestrucción humana.
¿Cuál es el antídoto? Es el antídoto de Jacob y de Cristo Jesús. La Sra. Eddy lo define así: “Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que se le aparecía allí mismo donde los mortales ven al hombre mortal y pecador. En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios y este concepto correcto del hombre curaba al enfermo”.Ciencia y Salud, págs. 476–477.
Es aquí donde hallamos protección contra el terrorismo — tanto para la posible víctima como para el posible perpetrador.
