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¿Qué es lo justo?

Del número de junio de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Beatriz, la hermanita de Roberto, era tres años menor que él. El abuelo, el papá de la mamá, vino a vivir con la familia después que Beatriz nació. Mamá dijo que el abuelito era “una niñera hecha a la medida”.

Cuando Beatriz comenzó a asistir a la escuela, era obvio que era la mimada del abuelo. Muchas veces cuando hacía algo mal, culpaban a Roberto. Para molestrarlo, ella a veces hacía creer que Roberto la había lastimado, para que el abuelo lo reprendiera.

A Roberto no le parecía gracioso. Se dijo a sí mismo que estaba bien que el abuelo la quisiera más a ella, pero que no era justo que siempre lo regañara a él.

Se sentía como si estuviera perseguido, y la situación seguía así. No servía de mucho el que la mamá y el papá le dijeran que, en realidad, el abuelo no quería ser injusto. Roberto sólo quería que la persecución terminara.

Entonces la mamá le recordó a Roberto cómo Jesús y sus apóstoles habían sido perseguidos. Y ellos tampoco habían hecho nada malo. Le leyó a Roberto del Sermón que Cristo Jesús dio en el monte, el cual incluye esta bienaventuranza: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. Mateo 5:10; Bueno, Roberto se la sabía de memoria. La había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. ¿Pero cómo era posible que la persecución trajera bendición?

La bienaventuranza dice que si no dejas que la persecución te moleste, es decir, si no sientes pena por ti mismo, y no te alejas del bien, entonces tendrás el reino de los cielos.

— No necesito el reino de los cielos — le refunfuñó Roberto a su mamá.

— Por supuesto que lo necesitas; todos lo necesitamos. Busca en Ciencia y Salud en el Glosario a ver qué dice la Sra. Eddy sobre “Reino de los Cielos”.

Roberto abrió el libro y leyó las primeras palabras: “Reino de los Cielos. El reino de la armonía en la Ciencia divina”.Ciencia y Salud, pág. 590;

—¿No necesitamos armonía en esta familia? Hemos sido separados por este sentimiento de persecución. ¿Sabes qué es verdaderamente la persecución? Es una creencia en que una criatura de Dios puede ser injusta o víctima de la injusticia. Eso es una mentira y también lo es la creencia de que Dios ama más a unos que a otros. Es una mentira, y una mentira se acaba con la Verdad.

Pero Roberto escuchó sólo a medias. No tenía ganas de ponerse a trabajar para aclarar su pensamiento. Le correspondía al abuelo cambiar el suyo, pensaba Roberto.

Pero Roberto tuvo que cambiar su pensamiento después de todo. Debajo de uno de sus talones le apareció una lastimadura y tanto le dolía que cojeaba. Al principio la familia pensó que eran sus botas nuevas, pero la herida empeoró a pesar del calzado que usara. Su papá le recordó lo que la mamá le había dicho sobre la mentira de la persecución. El hombre no puede ser una víctima, física o mentalmente.

En la cruz Jesús había dicho, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Lucas 23:34. Roberto también tenía algo que perdonar. Entonces el abuelo se fue de viaje. Esto le dio a Roberto una oportunidad para verdaderamente pensar sobre sí mismo y en Dios y en el abuelo.

Comprendía que tenía que perdonar al abuelo, verdaderamente perdonarlo. Comenzó a orar más o menos así: Dios es Amor, y el enojo no es parte del Amor. Yo quiero al abuelo y él me quiere a mí. Yo quiero a Beatriz y ella me quiere a mí. No es posible que ella quiera perjudicarme. No hay nada que haga pensar al abuelo que él la quiere a ella más que a mí. Sólo podemos albergar los pensamientos amorosos que Dios nos da.

Eso era verdadero perdón, y Roberto tenía un concepto completamente nuevo acerca del abuelo.

Unas semanas más tarde, mientras la familia estaba de viaje y en un motel, Roberto se sentó al borde de su cama alta, balanceando sus pies. — Mamá, mamá — la llamó—, ¡mira mi pie!

Ella miró. La herida había sanado sin dejar cicatriz. Pero, para su alegría, Roberto tenía algo más que mostrarle: —¡Y mira esto! — dijo, y movió su mano frente a los ojos de su mamá. Una verruga que había estado allí casi un año también había desaparecido. ¡Qué alegría! ¡Qué bendición!

Pero la verdadera bendición fue el progreso que Roberto había logrado. Los ayudó a todos. El abuelo se comportaba mejor también. El amar y perdonar había bendecido a todos.

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