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“Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican”...

Del número de junio de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican” (Salmo 127:1). Edificar nuestro propio hogar puede ser una empresa aterradora y abrumadora, pero cuando se trabaja con verdades espirituales, puede ser una alegre y satisfactoria oportunidad.

Mi esposo y yo habíamos adquirido una propiedad en una de las principales ciudades, donde pensábamos edificar nuestro hogar. La propiedad se hallaba cerca de una barranca donde había un arroyo que bordeaba bosques de arces y hayas. Pasaron cinco años y el momento adecuado para construir parecía no llegar. En Pulpit and Press (Púlpito y Prensa, págs. 2–3), la Sra. Eddy escribe sobre cómo defender nuestra herencia espiritual: “¿Cómo podemos realizar este trabajo cristianamente científico? Atrincherándonos en el conocimiento de que nuestro verdadero templo no es de fabricación humana, sino la superestructura de la Verdad, construida sobre cimientos de Amor, y cuyo pináculo es la Vida”. Nos aferramos a esta verdad.

Durante este tiempo mi esposo plantó árboles, pinos austríacos y una huerta de vegetales en la propiedad; y yo fui aceptada para tomar instrucción en clase con un maestro de Ciencia Cristiana. La clase me ayudó a pensar más claramente y a trabajar con mayor confianza por la idea verdadera de hogar.

Hallamos gran incentivo e inspiración para edificar y amueblar nuestro hogar en dos versículos bíblicos (Proverbios 24:3, 4): “Con sabiduría se edificará la casa, y con prudencia se afirmará; y con ciencia se llenarán las cámaras de todo bien preciado y agradable”.

A medida que íbamos adelante con el proyecto encontramos desafíos. Los planos del primer arquitecto que habíamos contratado no resultaron satisfactorios. Una tarde fuimos a ver una casa que estaba en construcción. Era exactamente lo que habíamos deseado en nuestros planes originales. Mi esposo hizo un bosquejo a escala de esa casa, y sometimos nuestros nuevos planos al constructor y a otro arquitecto para las especificaciones necesarias. En dos semanas se iniciaron los cimientos.

No fue fácil hallar un constructor que nos cotizara un precio fijo. Pero nuestro constructor resultó ser una respuesta a nuestras oraciones. No sólo nos construyó una hermosa casa por el precio que podíamos pagar, sino que lo mejor de todo fue que nos hicimos de un buen amigo. Para nosotros él ejemplificaba las cualidades que mencionan en Éxodo (31:3) al describir a uno de los edificadores del tabernáculo: “Y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte”.

La casa fue terminada hermosamente en todo detalle, pero aún no teníamos césped ni plantas y nuestros recursos se habían casi terminado. Nuevamente recurrimos a la Biblia y leímos donde Pablo nos dice: “El crecimiento lo ha dado Dios”. El versículo entero dice (1 Corintios 3:6): “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios”.

Una tarde llegó un hombre a la puerta de nuestra cocina mientras yo preparaba la cena. Tenía que entregar unas plantas para una casa similar a la nuestra al día siguiente, y estaba dispuesto a plantar arbustos frente a nuestra casa, a modo de prueba, cuando fuera a la otra casa. Estuvimos de acuerdo. Resultaron ser perfectos para nuestra casa, y al precio adecuado para nosotros. Teníamos todas las plantas que necesitábamos, perennes para nuestro jardín, y una gran cantidad de narcisos.

Las palabras jamás pueden expresar la gratitud que siento por la Ciencia Cristiana. Ha satisfecho todas mis necesidades. He sanado de severos dolores de cabeza, gripe, lo que parecía ser envenenamiento de la sangre, y del pesar que sentí al fallecer un querido familiar. Estoy muy agradecida de ser miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial, y por haber tomado instrucción en clase.


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