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La humildad verdadera aporta felicidad

[Original en francés]

Del número de junio de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Si la verdadera humildad está presente en el corazón del hombre de negocios, de la secretaria, del artesano, del ama de casa — si está presente en el corazón de cada persona en todas partes, en toda situación — traerá felicidad.

Todo bien proviene de Dios, el Amor, el único creador. Él es quien ha puesto en perfecto y eterno movimiento toda manifestación individualizada del bien. No obstante, el sentido personal, es decir, el sentido erróneo, material de la existencia, atribuiría el bien que se manifiesta en nosotros como el resultado de nuestro propio mérito, independiente de Dios. Esto explica por qué nos sentimos heridos cuando nuestros mejores pensamientos parecen no ser bien recibidos por los demás o cuando parecen pasar desapercibidos.

Si reconocemos que Dios es el creador de toda perfección, y es el origen de toda evidencia humana de perfección, incluyendo los sentimientos afectuosos, puros y justos que albergamos en nuestro corazón, entonces esta verdadera humildad acalla todo orgullo de mérito personal al que podamos estar aferrados. Rehusa asimismo permitir que un sentido material de la existencia pretenda hacer el más mínimo reclamo de realidad, y hace que nos volvamos naturalmente hacia Dios, la fuente de hermosos y buenos pensamientos.

El razonamiento mortal, basado en un sentido personal finito de las cosas, y en la evidencia temporaria y superficial de los sentidos físicos, no puede ayudarnos a comprender los hechos espirituales verdaderos del ser. La humildad en el grado más elevado, que reconoce la perfección infinita de la creación divina, incluyendo nuestra identidad real, la imagen y semejanza espiritual de Dios, es la cualidad primaria para silenciar el sentido personal y para abrir suavemente nuestra puerta al cielo. La Sra. Eddy da esta definición de “cielo” en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud: “La armonía; el reino del Espíritu; gobierno por el Principio divino; espiritualidad; felicidad; la atmósfera del Alma”.Ciencia y Salud, pág. 587;

Si nos sentimos ofendidos porque otras personas no aceptan nuestras buenas ideas, podemos tener la certeza de que hemos sido engañados por un sentido personal de las cosas. Este sentido erróneo, que a menudo se confunde con nuestro propio pensamiento, puede hacernos reaccionar sintiéndonos ofendidos por los comentarios criticadores de otras personas.

Si en esta circunstancia no se permite que la verdadera humildad entre en acción en nuestra consciencia para desenmascarar y destruir el sentido personal impuesto por el error o mal, entonces la justificación propia aparece en la escena, o sea, una reacción a la primera reacción. La justificación propia es el argumento que emplea el sentido material cuando trata de hacer creer que la ofensa es legítima y trata de perpetuar sus sentimientos heridos. A todo esto se añade la obstinación, agravando así la situación.

Sin embargo, la humildad verdadera puede rescatarnos y hacernos ver que el sentido material ilusorio de la vida no puede ofrecer resistencia verdadera al establecimiento del bien permanente. Esta humildad aminora la presión, disminuye la tensión y silencia el sentido personal. Restablece nuestra calma para que recordemos que Dios, de quien somos, en quien somos y por quien somos, ya ha planeado todo para cada una de Sus ideas. El libro de Génesis afirma: “Vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”. Gén. 1:31;

Cuando la resistencia que acompaña el sentido mortal de la vida (el sentido que se imagina que sólo él mismo es concebible, y que rechaza a Dios) nos decepciona y nos ha cansado, la humildad puede mostrarnos que Dios es bueno y Todo-en-todo. El hombre verdadero es la imagen, el reflejo de Dios. El hombre espiritual es creado por Dios para manifestar Su naturaleza eternamente perfecta. La humildad demuestra que nuestra vida expresa a Dios, que es Vida, que el amor que expresamos y que somos capaces de sentir emana del Amor divino, que la verdad que conocemos y deseamos honrar tiene su origen en la Verdad divina.

La verdadera humildad puede eliminar la duda y el temor — esos dos rapaces que siempre acechan juntos — cuando se hospedan temporariamente en nuestro pensamiento. Recientemente permití que la duda se apoderara de mi pensamiento respecto a la habilidad y disposición de una amiga para cumplir con todas las condiciones de un contrato que tenía con ella. Cuando el convenio fue redactado, había sido reconocido como enteramente bueno y justo. Al expresar duda, por medio de una declaración negativa, desperté en ella una profunda decepción y su reacción fue anular el contrato.

Hondamente perturbado recurrí a Dios, reclamando ayuda de las verdades que la Ciencia Cristiana nos enseña acerca de Dios y de nuestra relación inmutable con Él. Mediante la humildad me fue posible investigar minuciosamente mi consciencia y detectar la raíz del error. Había admitido que podía existir un caso singular en el cual el poder divino no sería adecuado y era menester que yo hiciera algo por mi propia cuenta. Había atribuido más poder al razonamiento material que al espiritual.

Afortunadamente, todo esto no era más real de lo que es una pesadilla. Una vez que la verdad fue bien restablecida en mi consciencia, borró completamente la razón que yo había considerado suficiente para justificar mis dudas acerca de mi amiga. Pude ver que esta razón había sido soñada por el razonamiento mortal desde el comienzo hasta el fin. “La mente mortal ve lo que cree tan ciertamente como cree lo que ve”,Ciencia y Salud, pág. 86; leemos en Ciencia y Salud.

Inmediatamente se renovó el contrato y se restableció la armonía.

La mente mortal, por medio del sentido personal, trataría de hacernos creer que estamos limitados en nuestros medios de expresión, en nuestra facultad de comprender, en nuestra capacidad para trabajar, en nuestra provisión, salud, sensibilidad para el bien, en nuestro deseo de acercarnos a nuestro prójimo con interés y afecto, y también en nuestra habilidad de recurrir a Dios y en nuestra capacidad de orar y sanar. O, igualmente falso y perjudicial, si no nos protegemos por el trabajo mental continuo para eliminar el error material y dar entrada a Dios en nuestra consciencia, el sentido personal también trataría de limitar en nuestro pensamiento a nuestro prójimo.

La humildad no tiene nada que ver con el complejo de inferioridad. Un concepto de inferioridad nos limitaría en grado extremo en todo lo que emprendiéramos. La humildad verdadera reconoce que todo proviene de Dios y es bueno. Nos guía a comprender que verdaderamente somos hijos de Dios aquí y ahora y como tales podemos reclamar y participar de nuestra legítima perfección divina. El concepto espiritual de humildad nos permite purificar nuestro propio pensamiento en lugar de mirar “la paja que está en el ojo de [nuestro] hermano”. Lucas 6:41 ; Cuando este trabajo está bien hecho, nuestros pensamientos armonizan con Cristo, la Verdad, y Dios se manifiesta en nosotros.

La humildad abre nuestro corazón a Dios y nos permite comprender este versículo de Salmos: “Buscad mi rostro”. Salmo 27:8. Capacitándonos a reconocer que todo el bien proviene de Dios, la humildad nos induce a desear este bien que viene de Dios; y nos volvemos naturalmente hacia Él sin temor ni dudas.

La verdadera humildad, percibiendo más allá de las limitaciones de la materia, nos guía a reconocer que somos hijos de Dios, espirituales y completos. Y esta visión correcta, enfocada en el Amor divino siempre presente, nos trae realización y felicidad.

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