Mi hija tenía nueve años de edad cuando nuestra familia pasó algunos días de vacaciones acampando a orillas del lago de Constanza. Debido al mal tiempo, regresamos a casa al poco tiempo. Nuestros dos hijos enfermaron gravemente. Nuestro hijo de ocho años se repuso rápidamente como resultado de nuestra oración en la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Nuestra hija, sin embargo, empeoró.
Como la niña tuvo que faltar a la escuela a causa de la enfermedad, se nos ordenó que llamáramos a un médico. El médico diagnosticó un grave caso de difteria y le daba a la niña medicina diariamente. Cada día el médico expresaba nuevos temores por la vida de la niña, y nuestro temor también aumentó a tal grado que pareció que no podíamos dominarlo.
Batallábamos con dos corrientes de pensamiento: una — y ésta era también la opinión del médico — que la niña tenía pocas probabilidades de vivir sin el cuidado experto de los médicos; la otra, que deberíamos confiar absolutamente en la Ciencia Cristiana, en la omnipotencia y omnipresencia de Dios. Un domingo, después de un severo ataque en el cual la niña perdió el conocimiento, decidimos ponerla en los brazos del Amor divino, y no recurrir más al médico.
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