Asaltada por la duda al tardar la curación,
recordé que un hombre en Betesda
un estanque vigilaba.
Y a María también, quien llorando,
hacia abajo miraba un sepulcro vacío.
Y a Tomás también, que sólo creyó cuando la señal de los clavos vio.
Sólo una cosa tenían todos ellos que hacer.
¡Elevar su mirada!
¡Elevar su mirada! ¡Y contemplar al Cristo!
¿Qué he aprendido?
Que ni estanque, ni tumba ni señal de clavos debo mirar,
ya que en ellos no hay verdad.
Mi pensamiento debo elevar y al Cristo reconocer
que está aquí mismo, a mi lado — esperando.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!