La compañía para la cual trabajo construyó y envió recientemente un tablero electroneumático instrumental para una gran fábrica de pulpa y papel en Texas, a unos tres mil quinientos kilómetros de nuestra planta, que está al noroeste de la costa del Pacífico. Debido a que los componentes internos del tablero eran algo delicados, se hizo todo lo posible con el representante de la compañía camionera para asegurarnos de que el tablero fuera transportado en un camión con suspensión neumática, en lugar de elásticos convencionales. El sistema de suspensión neumática le transmite muy poca vibración a la carga y es similar al de los camiones de mudanzas, usados generalmente para transportar cargas frágiles.
Unos días más tarde nuestro cliente nos habló por teléfono para decirnos que el tablero había llegado sin daño alguno, juzgando por el estado exterior del embalaje de madera. Se había planeado ponerlo en un depósito hasta tanto la fábrica cerrara temporariamente, y entonces se instalaría en pocos días. Le pedí que levantara algunas maderas e inspeccionara el tablero, pero se rehusó, afirmando que no era necesario. Después de haber colgado el auricular me sentí impulsado a llamarlo y convencerlo de que inspeccionara el tablero inmediatamente. Al cabo de una hora me llamó para decirme que el tablero se había averiado bastante en su interior. La reparación tardaría semanas y costaría varios miles de dólares. Si esto se hubiera descubierto cuando la fábrica estaba cerrada, no habría alcanzado el tiempo para repararlo e instalarlo.
Debido a la distancia y al tiempo de traslado, no era práctico traer de vuelta el tablero para repararlo. Pedí que se tomaran fotografías, que se notificara a la oficina local de reclamos de la compañía de transportes y que, luego de una inspección, se reparara la unidad. El gasto sería deducido de nuestra factura por el cliente, y nosotros llegaríamos a un arreglo con la empresa de transportes.
Para mi sorpresa, pocos días después, el reclamo por daños hecho a la compañía transportadora fue rechazado de plano, y los acuerdos previos con su representante, ignorados. Durante las semanas siguientes, hubo muchas llamadas telefónicas y abundante intercambio de correspondencia, pero muchas mentiras y ningún pago fue el resultado. Yo me sentía responsable por esta situación. Pronto se presentaron indicios de tensiones, y fue necesario efectuar un dedicado trabajo de oración según la Ciencia. Durante este tiempo me mantuve firme en la honestidad, la integridad y la ética; pero el problema parecía presentarse como un representante mentiroso y una compañía deshonesta. Entretanto, el cliente descontó de nuestra factura el costo de reparación del tablero.
Finalmente se me pidió que me pusiera en contacto con un abogado experimentado en transportes; y así lo hice. Después de examinar los hechos, me dijo que nuestra firma tenía un caso interesante, pero habría un proceso en la corte y el costo del juicio excedería el monto del reclamo. Se ofreció para escribir a la empresa de transportes; y pocos días más tarde recibí una copia de la carta. Esperando que fuera enérgica y amenazante, resultó estar expuesta en términos de los más amables. La carta no tuvo respuesta.
Al dejar la oficina del abogado, me dijo refiriéndose al representante de la compañía transportadora: “No sé qué más podría usted haber hecho por ese hombre”. Esta frase me quedó resonando en los oídos. Me pregunté qué más podía hacer por él. En seguida me vino la respuesta. Podía dejar de aceptar el mal que desde días atrás venía sugiriéndose como un hombre falso, mentiroso, y una empresa deshonesta. Realmente ésta era mi obligación, sólo permitir en mi consciencia aquellos pensamientos que reflejaban las cualidades de Dios, y ver Su imagen, íntegra, gobernada por el Principio divino, siempre armoniosa.
Comprendí que me había preocupado tanto en defender lo que pensaba que era ético, que había estado aceptando muchas sugestiones negativas. Éstas tenían que desaparecer. Y desaparecieron, siendo reemplazadas por una firme confianza en la absoluta perfección del hombre y de todas las ideas de Dios — sin negativos. La Sra. Eddy enuncia esto muy bien cuando dice (The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 242): “La Ciencia Cristiana es absoluta; no está ni detrás del punto de la perfección ni avanzando hacia él; está en este punto y tiene que ser practicada desde él”.
En pocos días la pesada sensación de falsa responsabilidad y de tensión desapareció. El testimonio material y mortal simplemente dejó de tener influencia sobre mi consciencia, aunque la evidencia no había cambiado. Estaba en paz y muy agradecido por la Ciencia Cristiana.
Una tarde, semanas después, y sin hacerse anunciar, se presentó en mi oficina el representante de la compañía de transportes con el cual trataba, con un cheque que cubría todos los gastos.
Ésta ha sido una invalorable experiencia para mí. No sólo me demostró claramente que “la Verdad es afirmativa y confiere armonía” (Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, pág. 418), sino me probó que, para que cada faceta de nuestro tratamiento sea efectiva, tiene que ser primordialmente afirmativa. La falsa responsabilidad, la tensión, la crítica, el autocastigo y toda otra evidencia material con que la tal llamada mente mortal nos pueda tratar de engañar, sólo puede sugerir su estado de nulidad, y así desaparecer cuando se enfrenta con una comprensión clara del hombre como la idea espiritual de Dios, unido a su Hacedor, ahora.
Beaverton, Oregon, E.U.A.
