[Este artículo sobre la Escuela Dominical aparece en inglés en el The Christian Science Journal de esta misma fecha.]
¿Están aprendiendo los alumnos de nuestras Escuelas Dominicales a sanar las dolencias físicas mediante el tratamiento de la Ciencia Cristiana?
En el Manual de La Iglesia Madre (Art. XXX, Secc. 7), la Sra. Eddy dice lo siguiente: “Sanar al enfermo y al pecador con la Verdad, demuestra lo que afirmamos sobre la Ciencia Cristiana, y nada puede substituir esta demostración”.
Asimismo, en el libro de texto (Ciencia y Salud, pág. 237) la Sra. Eddy nos advierte así: “A los niños debiera enseñárseles la cura de la Verdad, la Ciencia Cristiana, entre sus primeras lecciones, evitando que hablen de o abriguen teorías o pensamientos sobre la enfermedad”.
Podemos — y muchos lo hacen — encontrar la forma de enseñar el arte de la curación mediante la Ciencia Cristiana en nuestras Escuelas Dominicales.
Un maestro con muchos años de experiencia comienza su enseñanza de este tema pidiendo a sus alumnos que piensen sobre lo que es un practicista. “Les invito desde el principio a considerarse practicistas. Por ejemplo, les digo así: ‘Supongan que alguien viene a ustedes con una dolencia de estómago y les pide que lo ayuden. ¿Qué harían ustedes?’ Una vez cuando hice esta misma pregunta, una niña de la clase exclamó: ‘¿Cómo lo supo? Yo he tenido ese problema por algunos años y recientemente comencé a pensar que sería una buena idea ir a donde un médico para saber qué me pasa’.
“Inmediatamente le dije a la clase: ‘He aquí una gran oportunidad para ustedes. Imagínense que son practicistas y díganme cómo ayudarían a esta niña’. Esto, por supuesto, despertó el interés de todos.
“Aunque sus respuestas no fueron especialmente satisfactorias, descubrimos el camino hacia respuestas más acertadas. Pudimos hablar sobre la futilidad del diagnóstico médico en contraste a la percepción espiritual que se alcanza mediante la Ciencia Cristiana. Comprendimos que es Dios el que realiza la curación y que la consciencia espiritualizada del practicista es la transparencia a través de la cual se discierne la Verdad divina.
“Esto ayudó a la niña — quien oportunamente sanó— y la clase comenzó a aprender cómo practicar la Ciencia Cristiana”.
El pensamiento como el de un niño, inocente de pecado, capta rápidamente la naturalidad de la curación por la Ciencia Cristiana. Veamos lo que nos dice una maestra de la Escuela Dominical: “Durante algunas semanas había venido mencionando en la clase la palabra ‘curación’ a los niños de tres y cuatro años. Por ejemplo, había dicho que si algo no andaba bien y sentían deseos de llorar, debían saber que Dios se encontraba presente allí mismo y los estaba cuidando y protegiendo. Hace dos semanas, una de las niñas, mostrando un dedo de perfecta apariencia, dijo: ‘Me lastimé este dedo, pero supe que Dios estaba conmigo y no lloré’. ¡Y estaba muy orgullosa de su curación y de las palabras que había recordado de las lecciones de la Escuela Dominical!”
Obviamente hay muchas formas para enseñar a nuestros alumnos de la Escuela Dominical a sanar por medio de la Ciencia Cristiana, acaso tantas como hay maestros para enseñarlas. Guiados por Dios y atentos a Su mensaje, encontramos la forma correcta, en el momento oportuno, para comunicarnos con la clase que se nos ha confiado. El capítulo titulado “La Práctica de la Ciencia Cristiana”, en nuestro libro de texto, es una fuente ilimitada de ideas.
Dios, la Mente infinita, provee a todos Sus hijos de todo lo que necesitan. Tanto los maestros como los alumnos pueden probarlo. Un maestro puede en alguna ocasión decir a su clase: “¿Dónde está la enfermedad? No está en el hombre a quien se identifica como la creación de Dios, el hijo de Dios. La enfermedad está solamente en la mente mortal o, en otras palabras, en la pretensión de que existe otra vida e inteligencia aparte de Dios. No está en la identidad del hombre real”.
Sobre la base de esta verdad básica, el maestro recomienda a sus alumnos que, como jóvenes practicistas, no traten de mejorar la materia enferma, sino de ver la totalidad de Dios y la perfección espiritual del hombre. Puede recordarles la definición del “Cristo” dada por la Sra. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 583): “La divina manifestación de Dios, que viene a la carne para destruir el error encarnado”. Bien puede decirles así: “El Cristo destruirá lo que deba destruirse. Piensen en el concepto real del hombre y manténganlo firmemente en el pensamiento”.
Al explicar a sus alumnos cómo sanar los males del cuerpo, otra maestra que ha tenido mucho éxito menciona la siguiente declaración de la Sra. Eddy en Ciencia y Salud (pág. 129): “Tenemos que escudriñar la realidad más hondamente, en lugar de aceptar sólo el significado exterior de las cosas”. Ella les enseña a sus alumnos que para sanar en la Ciencia Cristiana deben aprender a no dejarse hipnotizar por el dolor, por lo que dicen los sentidos materiales o por la supuesta gravedad del problema, y que deben aprender a basar su trabajo en la solución, en vez de en el problema. “Insisto mucho en las verdades contrarias”, dice esta maestra. “Les pido que digan exactamente lo que les está causando dificultad — temor, resentimiento o lo que sea — y entonces encontramos la verdad contraria, la verdad espiritual, que refuta el error. Esto les ayuda a no buscar la causa en la mente mortal, y yo les explico claramente que en la mente mortal no se encuentran ni la causa ni el efecto, porque éstos pertenecen a Dios exclusivamente. La tendencia de los alumnos, por ejemplo, es pensar que se han resfriado porque han hecho algo mal”.
A veces, esta maestra les da a sus alumnos, como ejercicio o tarea, un problema que deben curar. Durante el pasado año, siete de los alumnos más recientes de esta maestra han recibido instrucción en clase Primaria. ¿No cabe, pues, concluir que la razón por la cual la Ciencia ha continuado siendo el camino que han escogido ha sido, por lo menos en parte, porque aprendieron tempranamente a sanar por medio de esta Ciencia?
Si se alienta a los alumnos a sentir que pueden sanar como consecuencia natural de lo que han aprendido en la Escuela Dominical, ¿no se encaminarán más rápida y valerosamente hacia la práctica pública de la Ciencia Cristiana? Nuestras Escuelas Dominicales muy bien podrían proveer a nuestro movimiento de una constante corriente de jóvenes y enérgicos trabajadores.
Otra maestra que conocemos y que tiene una clase más joven — entre las edades de 16 y 17 años — insiste en que la enseñanza de cómo sanar la enfermedad se debe basar firmemente en las Escrituras, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, estudiadas a la luz de Ciencia y Salud. Esta maestra señala que la Biblia (mediante la profecía, las oraciones y los salmos, y hechos reales de curación espiritual), sustenta nuestra capacidad para sanar, nos enseña a esperar la curación como resultado, y nos explica que Dios es quien sana por medio de hombres y mujeres gobernados por Él.
En especial, esta maestra estima que la Biblia, por medio de los Diez Mandamientos y del Sermón del Monte, da el fundamento moral necesario para la actividad sanadora. “Trato de impartir claramente a cada joven el fundamento bíblico de la curación porque, de lo contrario, pueden confundir la curación de la Ciencia Cristiana con la ‘curación’ mediante la meditación u otro sistema semiocultista. Además de hablar de las curaciones realizadas por Jesús, enfatizo también el relato bíblico de la creación”.
Entre sus alumnos se cuentan algunos cuyas familias no tienen el más mínimo interés en la Ciencia Cristiana, y su trabajo durante la semana se encamina a darles el máximo apoyo metafísico, y mucho amor. Esta maestra comenta: “He observado que si los alumnos sienten el amor y el interés del maestro, ése es el paso número uno para impartirles una comprensión de la Ciencia Cristiana. Un sentido de amor maternal y paternal de parte del maestro llega persuasivamente al pensamiento del alumno y contribuye enormemente a la enseñanza de la curación eficaz.
“Todo lo que enseño tiene relación con algo en la Biblia. Es necesario demostrar a los niños que esta idea de la curación espiritual no es algo que está flotando libremente en la consciencia, ni una idea que alguien ha concebido, sino que está arraigada históricamente en las Escrituras”.
¿A qué edad se les puede enseñar a sanar a los alumnos? Casi desde la cuna. Todos los niños, sea cual fuere su edad, están practicando algo: cómo comportarse, cómo expresar sus pensamientos, cómo caminar, correr, saltar, etc.; por lo tanto, les es fácil aprender a practicar lo que saben de la Ciencia Cristiana. El niño que acaba de aprender a caminar, cuando aprende que Dios vela por todos Sus hijos, va a su hogar y se sana a sí mismo o sana a un miembro de su familia con esta verdad sencilla y rudimentaria. La acepta con una fe pura y afirma su fe con la práctica. De ahí en adelante, las palabras de la Ciencia le llegan con más significación que antes.
Se puede hacer un provechoso estudio de las primeras seis páginas del capítulo “La Práctica de la Ciencia Cristiana”, en las cuales la Sra. Eddy se refiere especialmente a las cualidades mentales que se requieren para ser practicista. Algunas de estas cualidades mentales son las siguientes: amor por el Cristo, compasión, paciencia, estricta moralidad, conmiseración por el prójimo, fe, consagración y gratitud.
Los jóvenes de hoy buscan anhelosamente un significado más profundo de la vida, y acogen con beneplácito el conocimiento de que la Ciencia Cristiana exige abnegación y realiza grandes obras, no para gloria personal, sino para gloria de Dios. La motivación para aprender a sanar espiritualmente no es sólo la de adquirir la salud, sino la de cumplir la ley divina. ¿No estarán acaso nuestros alumnos más dispuestos de lo que creemos a responder a esta norma del Cristo?
Toda vez que enseñamos que Dios es omnipresente, omnisciente y omnipotente, podemos señalar también que el entendimiento de esta verdad traerá curación y que es tanto nuestro deber como nuestro privilegio probarlo mediante nuestra práctica, aun desde la temprana edad cuando estamos en la Escuela Dominical. Cuando a cada nueva idea espiritual, a cada declaración fundamental de la Ciencia Cristiana, le concedamos el poder que tiene para sanar, estaremos introduciendo en nuestra enseñanza una fuerte motivación que ciertamente hará que los alumnos miren más allá del aula hacia el mundo y obtengan en alguna medida una percepción del sano impacto sanador que pueden tener en los hombres y en las naciones mediante la práctica de la Ciencia Cristiana.
El alumno de la Escuela Dominical que ha aprendido y ha experimentado lo que significa ser practicista de la Ciencia Cristiana no será fácilmente tentado a alejarse de esta manera de vivir, que imparte gozo, poder y una firme confianza.
[Preparado por la Sección Escuela Dominical, Departamento de Filiales y Practicistas.]
[Esta columna aparece trimestralmente en El Heraldo de la Ciencia Cristiana.]