La derrota del ejército de los filisteos en Eben-ezer (ver 1 Samuel 7:10–13) parece haber detenido el avance de las fuerzas filisteas por algún tiempo, sosteniendo de ese modo la posición de Samuel como líder de los israelitas. Sin embargo, a edad avanzada, mientras mantenía su judicatura, nombró a sus dos hijos para que compartieran sus responsabilidades, apostándolos en Beerseba, ciudad sureña en la frontera. No fue una decisión acertada, porque ellos se dejaron “sobornar” y pervirtieron “el derecho” y esto hizo que “los ancianos de Israel” pidieran que fueran relevados de sus funciones y reemplazados por “un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones” (8:3–5).
Se acepta, generalmente, que el libro 1 de Samuel contiene por lo menos dos relatos entrelazados pero que difieren grandemente en cuanto a la designación de Saúl como el primer rey de Israel. Uno de estos primeros escritores considera esto como un desarrollo normal de la judicatura a la monarquía, exigido por el pueblo y sus ancianos, y en conformidad con el progreso del estado creciente de Israel como grupo nacional firmemente integrado.
No obstante, otro escritor, probablemente posterior, considera el surgimiento de la monarquía como una intrépida repulsa del liderazgo absoluto del Dios de Israel. El primer escritor, entonces, considera que la monarquía es un paso práctico y de progreso y que de ninguna manera antagoniza con el gobierno supremo de la Deidad. El relato posterior, tal vez con un enfoque más eclesiástico, aboga por el exclusivo gobierno de Dios, sin vestigio o mácula de gobierno humano.
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