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Cortando las alas al movimiento irreflexivo

Del número de septiembre de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Nuestras gallinas ponedoras producían fielmente una canasta de huevos todos los días. Al parecer, las gallinas vieron un pasto más verde del otro lado de la cerca. Con regularidad cedían a la tentación de “saltar la cerca”. Sin embargo, las gallinas estaban mejor cuidadas y más seguras dentro de la cerca. Nosotros veíamos en la cerca una protección; ellas veían una limitación. De vez en cuando les cortábamos las alas para evitar que sobrevolaran la cerca.

A las personas tampoco les gusta estar encerradas dentro de una “cerca”, por así decirlo, de limitaciones. La vida moderna nos ha liberado de muchas restricciones innecesarias. La superación de las limitaciones del tiempo y el espacio durante el pasado siglo, ha dado a muchos la posibilidad de viajar virtualmente sin restricciones sobre la faz del planeta. Magnífico. Sin embargo, la Ciencia Cristiana pone de manifiesto que existen algunos peligros en el deseo irreflexivo y el impulso persistente de estar siempre en movimiento.

Al igual que las gallinas, estamos mejor cuidados cuando vivimos dentro de cierta protección. Nuestra protección es la serena quietud de la Mente. Indudablemente no es restrictivo estar sostenido por los brazos de la realidad infinita; por el contrario, es tranquilizador y consolador.

Señalando algunas reglas para hacer una demostración ordenada, la Sra. Eddy dice así: “No debiera permitirse que la tendencia viandante corte las alas de la Ciencia divina. La Mente demuestra omnipresencia y omnipotencia; pero la Mente gira sobre un eje espiritual, y su poder se despliega, y su presencia se siente en quietud eterna y Amor inmutable. La potencia divina de este modo espiritual de la Mente, y el impedimento que le contrapone el movimiento material, queda probado fuera de toda duda en la práctica de la curación por la Mente”.Retrospección e Introspección, págs. 88–89;

Por supuesto, no es nuestro propósito sugerir que la sociedad deba inmovilizarse y que nadie deba moverse jamás. Hay personas cuyas legítimas actividades las hacen viajar por todo el mundo, pero que son menos divagadoras, en un sentido negativo, que algunas que raras veces trasponen el umbral de su puerta. Dentro del alcance de la actividad apropiada, que tiene una finalidad, hay mucho que se puede hacer para cortar las alas a ese ir y venir — tanto mental como físico — que quisiera quitarnos el poder sanador inherente a la quietud espiritual.

El movimiento, entendido espiritualmente, indica actividad, continuidad, progreso y acción. La Mente divina nunca está estancada ni inerte, pues está eternamente activa. El objeto de la actividad de la Mente, sin embargo, no es animar a la materia, sino impulsar constante y espiritualmente al pensamiento; en esto el movimiento tiene un propósito. Y nosotros sentimos humanamente el resultado en forma de quietud, el apaciguamiento de los sentidos materiales. Ceder a la presencia y actividad del sentido espiritual inevitablemente acalla el sentido material. La calma y la tranquilidad que experimentamos son prueba de la acción o movimiento de la Mente.

El movimiento humano desprovisto de una motivación meditada carece de sentido. Sólo se produce un acontecimiento verdaderamente significativo cuando nuestra acción está estimulada por el pensamiento espiritualizado. Cuando el pensamiento está realmente bendecido por el movimiento de la Mente, la actividad humana apropiada procederá normalmente. Sin embargo, esta esencia espiritual del movimiento traerá una quietud sanadora a nuestra vida por intensa u ocupada que parezca.

Un hombre de negocios puede ir corriendo de una reunión a otra y al terminar el día preguntarse qué ha hecho realmente aparte de correr de una reunión a otra. El ama de casa puede sentir que su jornada está colmada de actividades y, con todo, sentir la necesidad de algo más profundo que la actividad humana.

La Sra. Eddy nos hace esta advertencia: “Tres modos de desperdiciar el tiempo, uno de ellos despreciable, son: la habladuría maliciosa, las visitas prolongadas, y el mero movimiento cuando se está trabajando, pensar en nada o planear alguna diversión — mover el cuerpo más que la mente”. Y continúa: “Andar con aire de importancia de acá para allá no es prueba de que se está haciendo mucho”.Miscellaneous Writings, pág. 230;

La juventud tiene también ante sí el desafío de distinguir entre lo que apropiadamente refleja el movimiento de la Mente y lo que es un mero divagar de la mente humana. Ni los viajes que constantemente nos tienen en movimiento entre un punto y otro, sin objetivos específicos bien establecidos, ni una travesía mental químicamente producida por las drogas o meditativamente inducida por el ocultismo, prometen genuinamente la realización. Cuando sentimos el anhelo de estar en movimiento — en busca de otra experiencia más satisfactoria, física o mentalmente — sería sabio considerar cuidadosamente la fuerza impulsora que nos mueve.

Si nuestras acciones y movimientos están profundamente arraigados en la Mente, experimentaremos satisfacción, plenitud y quietud divinamente inducidas por Dios. Si percibimos una vislumbre de que nuestros movimientos mentales y físicos no tienen un verdadero significado, es el momento de hacer un examen de nuestros valores. El pensamiento mortal nunca está satisfecho con los lugares en donde ha estado ni encontrará satisfacción en el lugar al que se dirija. No hay satisfacción en haber venido de ninguna parte e ir a cualquier parte. La inestabilidad, la inconstancia y la insatisfacción no son elementos de la Mente.

Pablo debe haber vislumbrado la verdadera estabilidad cuando, refiriéndose a Dios, dijo: “En él vivimos, y nos movemos, y somos”, Hechos 17:28; El único movimiento verdaderamente válido y significativo tiene lugar dentro de la Mente divina. El movimiento humano irreflexivo tiende a empañar el efecto sanador de la Mente. No tenemos por qué dejar que los conceptos humanos de la movilidad nos priven de la quietud esencial. Un sentido correcto y espiritual del movimiento fortalece y bendice.

La Sra. Eddy nos dice: “La mejor clase espiritual del método cristiano para elevar el pensamiento humano e impartir la Verdad divina, es potencia estacionaria, quietud, y fuerza”.Ret., pág. 93.

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