No tenemos por qué ser esclavos de la rutina que cansa, aburre y degrada. Podemos participar de una actividad que sea nueva, vital y elevadora. Podemos hacer esto expresando las ideas correctas que fluyen libremente del único Principio gobernante, Dios.
En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe sobre Dios: “Es el Principio divino, el Amor, la causa universal, el creador único, y no hay otra existencia de por sí. Él lo incluye todo, y es reflejado por todo lo que es real y eterno y por nada más. Él llena todo el espacio, y es imposible concebir tal omnipresencia e individualidad excepto como Espíritu infinito o Mente”.Ciencia y Salud, pág. 331;
La fatiga, la monotonía y el fracaso no son características de Dios; por lo tanto, como reflejos de Dios, creados “a su imagen”, Gén. 1:27; no estamos sometidos a ellos. En realidad, como lo destaca la Ciencia Cristiana, Dios ha hecho todo lo que necesita ser hecho, y Él lo ha hecho bien. Su creación buena “en gran manera”, vers. 31; infinitamente nueva y variada, no puede ser mejorada sino solamente reflejada gozosa y continuamente. La acción incesante de Sus ideas tampoco es demasiado ardua, porque todo lo que Dios, la Mente omnipotente, exige de Sus hijos, Él se lo provee por medio de Su propia habilidad que se expresa sin esfuerzo. Entender la omnipotencia de Dios confiere a los seres humanos una mayor fortaleza y energía. Dios no puede agotar al hombre verdadero así como el original no puede agotar a su imagen que se refleja en el espejo.
El reflejo de la totalidad de Dios, el bien, reflejo que satisface plenamente, es nuestra única verdadera actividad, negocio o empleo, y nunca puede terminar. Realizar este propósito divinamente espiritual en nuestras ocupaciones o en nuestro hogar revela aptitudes que sobrepasan meros esfuerzos o planes humanos.
Es evidente que la imagen en un espejo nunca deja de reflejar. Mientras el original esté presente, el reflejo aparece repitiendo siempre instantáneamente la forma y sustancia precisas de su origen. De la misma manera, el poder infinito y la presencia eterna de Dios aseguran a Sus reflejos habilidad inmediata e inconmensurable y oportunidad instantánea e ininterrumpida. La afirmación activa y persistente de esta verdad libera los canales del pensamiento humano para permitirnos expresar un mayor grado de competencia entre nuestros semejantes.
Cuando hacemos de esto una demostración práctica y diaria, vemos que es esencial para nuestro bienestar detectar y refutar los conceptos ilusorios y restrictivos denominados falta de tiempo, de habilidad o de oportunidades, que tratarían de impedir nuestros mejores propósitos. Estos enemigos de nuestras realizaciones progresivas, aunque armados con todas las sutilezas de la frustración y la derrota, pero sin origen en la Deidad, no nos pueden tocar mientras estemos constantemente conscientes de la relación inseparable y armoniosa del hombre con Dios, que es la causa perfecta — la fuente divina que todo lo provee — de Su efecto o reflejo perfecto, el hombre.
La confusión, limitación o retraso que parecen oscurecer o detener la abundancia natural de bondad y armonía en nuestra vida vienen de una falsa comprensión de lo que es nuestro Principio creativo, Dios. Cuando Su poder gobernante se entiende científica y absolutamente y se expresa conscientemente en reflejo, las condiciones discordantes disminuyen o desaparecen y se restablece la paz. San Pablo se refiere así a este proceso: “Cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará... Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido”. 1 Cor. 13:10, 12;
Al vivir y trabajar desde el punto de vista de nuestra perfección siempre disponible y verdadera, podemos demostrar dominio sobre toda clase de adversidad. Puesto que nuestro Principio divino es perfecto, nosotros, como imagen y semejanza de Dios, debemos ser perfectos. Como resultado, nuestra identidad espiritualmente completa, no puede poseer y expresar nada contrario a la felicidad y a la armonía. Confiar con seguridad en esta verdad del ser nos capacita para mantener la serenidad en medio de una atmósfera de caos y desaliento.
Las condiciones del cuerpo son meras exteriorizaciones del pensamiento, y se manifiestan como saludables o discordantes según la creencia que de ellas se tenga. La inacción o la acción excesiva de las funciones del cuerpo que afectan nuestra actividad diaria pueden ser corregidas cuando entendemos que nuestro reflejo espiritual de pureza y bondad es nuestra verdadera identidad y reconocemos que Dios tiene dominio completo aun en el reino físico. Las limitaciones físicas impuestas en nuestra armonía desaparecerán cuando la consciencia esté llena del entendimiento de la abundancia del tierno cuidado de Dios y de Su amor por Su creación, perfectamente hecha.
La prueba más grande de lo que puede hacer por nosotros un correcto entendimiento de Dios la tenemos en la vida del verdadero demostrador del cristianismo, Cristo Jesús. Al reflejar radiantemente la naturaleza espiritual del hombre, nos mostró cómo salir de las trabas limitativas que nos imponemos — temor, ignorancia y pecado — y llegar a la santidad y libertad de acción.
Nunca profanó a su Padre celestial atribuyendo su notable éxito a proezas personales. Cuando al Maestro se le preguntó cuál era el camino, siempre se refirió al origen divino del hombre, Dios, que todo lo abarca. En sus propias palabras: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente”. Juan 5:19.
A medida que nos identificamos como libres reflejos del Espíritu infinito, la restricción y un agobiante sentido personal de responsabilidad — que provienen de la creencia equivocada de que el hombre es creado por sí mismo — pueden ser rápidamente abandonados. Podemos sentir y manifestar alegría y libertad al dirigir nuestras actividades diarias.
