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[Original en alemán]

Cuando por primera vez me fue ofrecida ayuda de la Ciencia Cristiana...

Del número de septiembre de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando por primera vez me fue ofrecida ayuda de la Ciencia Cristiana en 1919, rehusé esta oferta. Algo más tarde acompañé a un familiar a consultar a una practicista de la Ciencia Cristiana, pero sólo para complacer a este familiar. Sin embargo, al hablar con la practicista me pareció como que cayeron escamas de mis ojos, y empecé a estudiar Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. En un corto período de tiempo sané de una enfermedad pulmonar y de tuberculosis, y me publicaron un testimonio sobre esto en el The Christian Science Journal de febrero de 1938.

Desde entonces hice a un lado el termómetro y los medicamentos y jamás los volví a usar. Durante este primer período de estudio ocurrió otra curación en mi familia. Cuando era pequeña, nuestra hija menor sufrió de ataques que el doctor no pudo diagnosticar, pero que parecían ser de naturaleza seria. Poco después de haber empezado el estudio de Ciencia Cristiana, ella tuvo el último ataque. En vez de utilizar los métodos médicos recomendados, calladamente repetí “la declaración científica del ser” de Ciencia y Salud (ver pág. 468). La niña respiró profundamente, se quedó dormida tranquilamente, y desde entonces disfrutó de buena salud.

Nuestras dos hijas asistieron a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y más tarde disfrutaron del privilegio de la instrucción en clase, como toda la familia la ha disfrutado. En nuestro hogar nunca se hablaba de las enfermedades, y las niñas fueron protegidas de las llamadas enfermedades infantiles.

Alrededor de 1935 me enfermé y sufrí mucho. Le pedí a un practicista que me diera tratamiento en la Ciencia Cristiana. Como nunca búsque el diagnóstico, no sé cuál fue el problema. Pero después de tres semanas yo había sanado, y tuve la prueba de que el aferrarse a la verdad del Cristo trae la curación. No recuerdo haber tenido que pasar ni un día en cama por enfermedad desde entonces.

“El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (Ciencia y Salud, pág. 494). De esta verdad dan continuamente testimonio los Científicos Cristianos, y yo no puedo menos de hacer lo mismo.

Sólo puedo dar gracias por esta maravillosa religión — dar gracias por Cristo Jesús, nuestro Mostrador del camino, y por el valor de la Sra. Eddy y su amor por la humanidad. He tenido la felicidad de enseñar en la Escuela Dominical durante treinta años.

Las palabras de la Sra. Eddy que cita Irving C. Tomlinson en su libro Twelve Years with Mary Baker Eddy (Doce Años con Mary Baker Eddy) siempre han sido especialmente valiosas para mí (págs. 84–85): “Si supierais lo sublime de vuestra esperanza, la capacidad infinita de vuestro ser, la grandeza de vuestra perspectiva, permitiríais que el error se destruyera a sí mismo. El error viene a vosotros en busca de vida, y vosotros le dais toda la vida que tiene”.


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