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Nada personal

Del número de septiembre de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En toda la tierra y el cielo de Dios nada hay que le sea personal a nadie. Todo es de Él — todo lo que realmente es. La belleza es de Él; también lo son la inocencia, la creatividad, la felicidad, el amor. Todo el bien que existe se deriva de Dios y pertenece a Dios. No le pertenece a una persona sino que es reflejado por todo individuo.

El cristianismo científico nos lleva del sentido personal de la vida y la adoración al reconocimiento del ser espiritual individual. La Vida es Dios, y la verdadera adoración es curación — un viaje asombrosamente bello, que desborda paz, libertad y claridad.

La Sra. Eddy claramente dice: “Esta gran verdad de la impersonalidad e individualidad de Dios y del hombre a Su imagen y semejanza, individual, pero no personal, es la base de la Ciencia Cristiana”. Y agrega: “Jamás existió una religión o una filosofía que se perdiera para los siglos excepto por el hundimiento de su Principio divino en la personalidad. ¡Que todos los Científicos Cristianos reflexionen sobre este hecho, y den libre acción a sus talentos y a sus amantes corazones sólo en la dirección correcta!” The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 117;

El sentido personal es la creencia en la ausencia de Dios, ausencia del bien. Es el concepto físico acerca de uno mismo, con sus varios defectos, fuera del gobierno del bien. El sentido personal acepta un conjunto de hábitos, propensiones y debilidades concebidos por las creencias equivocadas de milenios y por los recuerdos negativos de este sentido. La ficción es que el mal tiene un origen específico y real, que el bien está limitado, y que Dios está muy distante o que no existe.

Muchas de las dificultades del mundo pueden ser atribuidas al sentido personal; es un engañador que apena. Un sentido personal de las cosas ha estado prometiendo placer y entregando dolor desde los tiempos del Edén; se goza en el orgullo, pero termina avergonzado; codicia el poder, pero es el semillero del temor; en vano busca consuelo en los que simpatizan con él, mientras que incesantemente se divide a sí mismo, creando sus propios enemigos, su propio ser distinto de sí mismo, a cada instante; piensa de sí mismo que es una especie de vida y, sin embargo, muere.

Pero no existe distancia que separe a Dios y que el sentido personal perciba; Dios no tiene límites que el sentido personal trate de remediar. Sólo existe Dios — siempre presente con usted y conmigo, y sin el cual no somos nada. “El que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña”. Gál. 6:3; El engaño es sentido personal.

Nuestro talento, nuestra habilidad, nuestra singularidad, nuestra dotación espiritual de bondad y amor no son personalmente nuestros; son la expresión de la individualidad infinita de Dios. Y el darnos cuenta de esto no debilita nuestra identidad ni resta claridad a nuestro sentido de la realidad. El reconocimiento de nuestra individualidad espiritual aviva nuestra actual existencia. Nos damos cuenta de nosotros mismos como muestras específicas, eternas, de la bondad de Dios, satisfechos con la clara identidad espiritual.

Nunca podemos estar tan conscientemente seguros del nacimiento o la muerte mortales como lo estamos de nuestra actual individualidad. Verdaderamente nuestra individualidad es ahora lo que siempre será; nunca nació, nunca está enferma o desdichada, y nunca morirá, porque es la emanación misma de Dios. A medida que viajamos por el sendero espiritual que nos saca del sentido personal acerca de nosotros mismos y de otros, se descubre que el nacimiento y la muerte son ilusiones.

Cuando enfrentamos dificultades que parecen originarse en los defectos de otros — tales como los celos, el odio o la falta de honradez — es muy posible que dichas dificultades no se alejen hasta que las despersonalicemos. Necesitamos ver que los celos, el odio o la falta de honradez no son personas, ni se originan en personas, y nunca lo podrían. La dificultad tiene su origen en el sentido personal que contempla su propio falso concepto de hostilidad externa. El que codicia, odia o es criminal es una imaginaria contradicción de la presencia de Dios, contradicción que ha de comprenderse como nada — sin presencia — más bien que como alguien a quien cambiar o alguien de quien deshacerse.

Similarmente, el mal que parece expresarse en usted y en mí — el apetito desenfrenado, la enfermedad, características egoístas — no tiene absolutamente nada que ver con lo que usted y yo somos en realidad. Debemos dejar de entregarnos a un sentido falso, personal y finito acerca de nosotros mismos, y en vez de eso debemos contemplar y asirnos a nuestra verdadera identidad en Dios, la cual ya es libre. Dios no cambia la enfermedad en salud; Él nos revela el ser verdadero, en el cual no hay enfermedad. Y así experimentamos ese hecho.

Es un poco más difícil impersonalizar el bien — ver que las cualidades que amamos no tienen su origen en las personas, sino en Dios, y saber que nosotros podemos expresar la inteligencia, la sabiduría, la belleza de Dios, pero que no somos poseedores personales de ellas. Con Dios, en vez de la persona, como nuestro amor central y único origen de lo que vale, no podemos ser arrollados por los cambios que inevitablemente ocurren en la escena humana. Entendemos que el bien es inmortal, como tiene que ser el bien, y respondemos con eficacia a la necesidad, en vez de sentirnos doblegados bajo el peso de un sentido personal de responsabilidad.

Esta impersonalización puede parecer teórica en vista del exceso de evidencia personal que tiene el mundo. Pero si el bien impersonal, el reino de Dios, está dentro de nosotros como Cristo Jesús dijo que está, tiene que evidenciársenos individualmente. Y durante siglos aquellos que han tenido voluntad de volverse hacia el Espíritu y al centro espiritual de sí mismos han probado que la evidencia externa que contradice estos hechos no tiene poder. La Biblia y la historia de la Ciencia Cristiana están colmadas de pruebas del poder del Espíritu y del sentido espiritual sobre los sentidos personales.

Revelar la imagen de Su Cristo como la verdad de todos nosotros es la continua actividad de Dios. Nadie puede permanentemente resistir este desarrollo. En vez de adherirse al enterramiento no bajo, sino sobre la tierra, del sentido personal, encontramos que no hay nada que temer en permitir que este sentido finito del ser se aparte de uno y sea enterrado en el olvido. Entonces más y más de nuestra verdadera identidad — no egoísta, invencible, semejante al Cristo — brilla a través de cada experiencia diaria.

Como San Pablo, podemos dejar que el sentido personal muera diariamente. Ver 1 Cor. 15:31. Podemos abandonar las opiniones personales, las metas egoístas, los puntos de vista limitados, y rendirnos a la paz del amor de Dios. Es por medio del auténtico abandono de un sentido de un “yo” personal que conscientemente contemplamos al Todopoderoso y Lo tocamos. En vez de preocuparnos de la bondad y la vida como posesiones personales, ensalzamos nuestro ser como lo que es: la posesión de Dios; la revelación, individual y consciente, de Su felicidad inagotable.

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