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Conocí la Ciencia Cristiana hace muchos años, en un tiempo de gran...

Del número de septiembre de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Conocí la Ciencia Cristiana hace muchos años, en un tiempo de gran desdicha. Comencé a estudiarla, tratando de aplicar las verdades espirituales de la Biblia y de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy.

Siempre que he sido fiel en apoyarme firmemente en mi más elevado entendimiento de la Ciencia Cristiana, ésta nunca me ha fallado. Con la absoluta convicción de que la comprensión de Dios, tal como es revelado en esta Ciencia divina, es a través del poder del Cristo, adecuada para vencer toda forma de discordancia, me gustaría relatar cómo fui liberada de una condición física muy dolorosa.

Vivo sola, y siempre había disfrutado de trabajar activamente en mi jardín, hasta hace algunos años, cuando se me hizo muy difícil continuar esta tarea. La condición física era tal que prácticamente no podía moverme. Los vecinos habían notado esto y estaban muy preocupados, también mi hijo y su esposa, quienes me pedían que consultara a un médico. Estaba renuente a hacer esto, pues siempre me había aferrado a la norma de curación en la Ciencia Cristiana, la cual requiere una confianza radical en Dios.

Yo sabía, sin duda alguna, que la pura curación mediante el Cristo, la cual yo había estado buscando a través de la oración, me podía liberar por sí sola. Sin embargo, ya no podía ni prepararme mi comida. Tuve que consentir con los deseos de mi hijo, que, dadas las circunstancias, parecían lo más cerca de lo correcto. Se llamó a un médico, quien dijo que yo tenía una artritis aguda del tipo reumático, y que no había cura, pero que a veces era posible aliviar la condición. Mentalmente rechacé todo esto, apoyándome lo mejor que podía en las verdades que conocía acerca del hombre inmortal, no sujeto a enfermedad o ley material.

Me llevaron a casa de mi hijo, donde no estaba sola de noche y me preparaban los alimentos. Durante casi todo el día la familia estaba fuera de casa y ésta era una oportunidad para apoyarme en Dios y no en personas. Al continuar mi trabajo en Ciencia Cristiana por medio de la oración, pude, aunque con gran dificultad, levantarme de la cama cada día. Sabía que no debía permitir que ninguna condición de lástima de mí misma entrara en mi pensamiento; más bien, daba gracias de que anteriormente ya se habían probado en mi vida las reglas de la curación dadas en Ciencia y Salud, y sabía que triunfarían otra vez.

En Ciencia y Salud aprendemos que la verdadera identidad es totalmente espiritual, inseparable del Espíritu, Dios, y jamás afectada por las enfermedades de la carne, que, como todas las demás formas de discordancia, no son sino el resultado de un falso concepto acerca del creador y de la creación. Mi tarea era la de aferrarme a la verdad espiritual del ser y a Dios, el Espíritu, cuya totalidad niega todo aquello desemejante al bien. Esto no era fácil en medio de tanto malestar y debilidad aparentes.

Me fue de gran ayuda durante este período, un artículo que primeramente apareció en el The Christian Science Journal y que luego fue reimpreso en un folleto. Encontré en él nuevas perspectivas sobre la identidad espiritual. A medida que comprendía la verdad contenida en este artículo, vi mi ser verdadero como una expresión de la justicia de Dios. Me di cuenta de que no podía haber justicia propia, pues todo pertenece a Dios; Él es la Causa Prima. La justicia es Su voluntad. Todo aquello que parece obstaculizar el camino de su manifestación, Él lo removerá. Experimenté una sensación de alivio y de inmensa gratitud por esta verdad y por conocer a Dios, la Mente, como el único Ego, cuya justicia es salud. Yo había conocido la verdad y podía dejarlo todo en manos de Dios. El deseo por Su justicia en el diario vivir era supremo en mi pensamiento. Creo que fue en este momento que la curación tuvo lugar, aun cuando tardé varias semanas antes de volver a mis actividades físicas plenamente. La oración de gratitud por un hecho espiritual entendido realiza maravillas.

Les rogué a todos que me dejaran volver a mi casa. Mi familia no creía que yo podría hacer frente a esto, pues se me había dicho que nunca podría volver a hacer lo mismo otra vez. Finalmente, con reparos, accedieron a permitirme que tratara de arreglármelas por mí misma, por lo menos por unos pocos días. Desde ese momento tuve un progreso firme, haciendo un poco más cada día y agradeciendo a Dios por Su totalidad.

Durante los años subsiguientes disfruté y disfruto aún de mi trabajo en el jardín, y agradezco a Dios en toda forma porque Suyos son “el reino, el poder y la gloria” (Mateo 6:13), tal como Cristo Jesús enseñó a sus discípulos.


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