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La persistencia como factor en la curación

Del número de septiembre de 1977 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Muchas curaciones en la Ciencia Cristiana se manifiestan rápidamente, y es así como debiera ser. Pero a veces una curación tarda en manifestarse. A pesar de nuestro esfuerzo sincero por demostrar las verdades de esta Ciencia, el problema no se resuelve de inmediato. ¿Qué debiéramos hacer entonces?

Necesitamos reconocer que la comprensión de lo que es el Principio divino, Dios, es adecuada para resolver cualquier condición. Si una curación se retarda, esto significa que se requiere una comprensión mayor de este Principio para que la curación se manifieste. Cuando reconocemos que Dios siempre apoya a Sus hijos, es divinamente natural que continuemos percibiendo cada vez más la verdad que sana.

Necesitamos conocer a Dios mejor, darnos cuenta de que Él es la Mente omnisciente, el Amor que todo lo incluye, el Principio causativo. Solamente Dios tiene todo el poder y la capacidad creadora. Él es la causa, legislador y gobernador únicos. Él lo gobierna todo en perfecta armonía.

Nuestra clara percepción de Dios nos conduce de manera natural a una mayor comprensión del hombre como Su imagen, reflejo o expresión. Este hombre — la verdadera identidad de usted y mía — es necesariamente espiritual, inmortal, eterno, exento de toda clase de mal, inmune a toda fase del error. A medida que comprendemos estas verdades fundamentales, podemos percibir más prontamente que el mal — todo lo que se opone al bien, Dios, y Su creación perfecta — no puede tener origen y ha de ser impotente e irreal.

Estas son verdades básicas que necesitamos saber a fin de curar. Pero tal vez digamos: “Estoy familiarizado con estas verdades. Las he declarado, pero la curación no se ha manifestado. ¿Qué hago pues ahora?” Ahora es el momento de trabajar y orar persistentemente para obtener la comprensión espiritual que discierne la presencia y el poder de Dios y descubre la nada del mal. La Sra. Eddy declara: “No hay excelencia sin trabajo, y la hora de trabajar es ahora. Sólo mediante la labor persistente, ininterrumpida y sincera; sin desviarse ni a la derecha ni a la izquierda, sin perseguir ninguna otra ocupación o placer que no provenga de Dios, puedes ganar y ceñirte la corona de los fieles”.Miscellaneous Writings, pág. 340;

En nuestros esfuerzos por acercarnos más a Dios, puede parecemos que una influencia negativa (denominada mente mortal en la Ciencia Cristiana) intenta demorar o detener nuestro trabajo. Sus argumentos obstructivos pueden ser muchos. Susurra: “Estás demasiado ocupado y no tienes el tiempo para estudiar. No sabes lo suficiente. No puedes concentrarte. Te vence el sueño. No puedes resistir la distracción hacia otras cosas”.

Cuando vemos estos argumentos por lo que son — el mal resistiendo su propia destrucción — y reconocemos que carecen de poder porque no proceden de Dios, logramos negarlos. El Amor divino está siempre disponible para fortalecernos y darnos unidad de propósito para hacer lo que debemos hacer.

Cristo Jesús supo lo valioso de la persistencia. Pasó cuarenta días y cuarenta noches en el desierto previamente a su victoria sobre las tentaciones del mal. Cuando sus discípulos fracasaron en sanar al joven epiléptico, Jesús les señaló la importancia de la fe de esta manera: “Este género no sale sino con oración y ayuno”. Mateo 17:21. La persistencia también fue evidente cuando precisamente antes de la resurrección Jesús pasó tres días en el sepulcro demostrando que la vida es inmortal. Jesús es ciertamente el Mostrador del camino; nuestro deber es emularlo.

En nuestros esfuerzos por obtener una comprensión más profunda del gran Yo soy, nos será muy útil meditar persistentemente acerca de las grandes verdades del ser. A medida que trabajemos firmemente para discernir con mayor claridad el todo poder y la toda presencia del Amor, nuestro pensamiento será enaltecido. Encontraremos natural contemplarnos como hijos de Dios, al amparo de Su cuidado. Y comprenderemos mejor la naturaleza espuria de la mente mortal y lo que pretende de nosotros. Fortalecidos por estos conceptos más claros, y mediante la afirmación de las verdades del ser real, podemos reducir a la nada nuestra creencia en el error, y, en consecuencia, sanaremos.

Esto puede requerir mayor o menor tiempo, pero lo que aprendemos a través de la curación es lo que importa. El estudiante que progresa aprende que Dios no sabe nada acerca del tiempo o postergaciones; éstos sólo son conceptos mortales ilusorios, que necesitan ser desprovistos de poder mediante la comprensión creciente de que la realidad es eterna, enteramente aparte del tiempo. El hombre de Dios nunca es víctima del tiempo.

A veces, cuando una persona que está luchando con un problema físico se entera acerca de una curación en la Ciencia Cristiana que se manifestó después de un largo período (posiblemente meses y aun años) de oración persistente, puede que se lamente: “¿Me va a llevar a mí tanto tiempo?” Esto, desde luego, no es un punto de vista que ayuda. Es hacer del tiempo una realidad e introducir el temor de que la curación será aplazada. Es mucho más sabio reconocer y declarar que nuestra verdadera identidad es eternamente la idea de la Vida, y que es perfecta y sana ahora mismo, completamente independiente del tiempo o de la edad.

La persistencia por sí sola no sana, pero la comprensión de que el hombre es la idea perfecta del Amor, comprensión adquirida mediante la persistencia, sí, lo logra. El abocarse a la lectura metafísica interminablemente sin meditar y poner en práctica la verdad, es poco sabio. La necesidad es siempre la de despertar espiritualmente. Éste es el medio divino de alcanzar la liberación del sufrimiento.

Si nos pareciera que la curación demora en manifestarse, debiéramos fortalecernos al recordar que el Amor está siempre a nuestro alcance para capacitarnos a lograr la percepción de la verdad que necesitamos para probar nuestra perfección actual como hijos de Dios. La persistencia requerida ya la poseemos, como don del Amor. Podemos aceptarla y usarla.

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