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LA CONTINUIDAD DE LA BIBLIA

[Serie de artículos que indica cómo se ha revelado progresivamente el Cristo, la Verdad, en las Escrituras.]

David el rey

Del número de abril de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Con el fallecimiento de Saúl y Jonatán en batalla, la monarquía le correspondió a David según lo había predicho Samuel. Como resultado de la oración, David fue a Hebrón, donde los varones de Judá mismos lo ungieron “rey sobre la casa de Judá”, y reinó allí “siete años y seis meses” (2 Samuel 2:4, 11).

Sin embargo, el ascenso de David al trono fue muy disputado. Los partidarios de Saúl coronaron a su hijo Is-boset rey en el territorio de Galaad al oriente del Jordán, y su influencia se extendía “sobre Efraín, sobre Benjamín y sobre todo Israel” (versículo 9). Tenemos entonces aquí los elementos para una guerra civil, pero no podía haber duda sobre el resultado final de la contienda entre los dos reyes, porque “David se iba fortaleciendo, y la casa de Saúl se iba debilitando” (3:1) hasta que, a la edad de treinta y siete años, David fue aceptado como monarca sobre el reino unido de Judá y de todo Israel (ver 5:1–5).

Aparentemente fue alrededor de esta época que Jerusalén se convirtió en la capital de la nación hebrea. Al tomar por asalto la fortaleza de Sión, que quedaba en el centro de la ciudad, David volvió a darle el nombre de “Ciudad de David” a ese lugar en honor a este acontecimiento y estableció su corte allí (ver 1 Crónicas 11:4–7). Puesto que Jerusalén estaba ubicada muy cerca de la frontera entre el territorio de la tribu de Judá y el de Benjamín, su elección para que fuera la capital fue una medida acertada, destinada a satisfacer a los miembros de Judá, la tribu de David, y a los que, como Saúl, eran benjamitas. David también trasladó a Jerusalén la sagrada “arca del pacto”, reconociendo de este modo a la ciudad como un centro religioso (ver 2 Samuel 6).

De hecho la pompa que entonces se asoció con la residencia personal de David llevó al rey a proponer la construcción de un templo majestuoso para depositar el arca, la que hasta entonces había permanecido en un tabernáculo humilde o tienda. La Biblia nos dice que Jehová encomendó este proyecto por medio del profeta Natán. Pero se le informó a David que no iba a ser él sino su famoso hijo, al que se conoce con el nombre de Salomón, el que finalmente iba a construir el templo. David recibió la promesa de que su trono sería “estable eternamente” (2 Samuel 7:16).

Es indisputable el éxito que tuvo David en las guerras en las que participó para promover el adelanto de su nación, pero sus asuntos personales y domésticos no fueron, en ocasiones, tan afortunados o dignos de ser alabados. Por su deseo de hacer a Betsabé su reina, David tomó medidas para que se dejara a su marido, Urías, solo y sin apoyo cuando éste dirigió un ataque a una fortaleza de los amonitas. Después de la muerte de Urías, prevista por David, Betsabé “fue... su mujer, y le dio a luz un hijo. Mas esto que David había hecho, fue desagradable ante los ojos de Jehová” (11:27).

El profeta Natán reprendió a David con una parábola. Le contó la historia de “una... corderita” que era muy querida por un hombre pobre y que un hombre rico mató despiadadamente para que le sirviera de alimento para un huésped que no esperaba. Enfurecido por la injusticia cometida, David dijo que aquel hombre ciertamente merecía la muerte, sólo para escuchar la respuesta severa de Natán: “Tú eres aquel hombre” (12:7). Debido a que se arrepintió pronta y sinceramente, al rey se le perdonó la vida, aunque el primer hijo que tuvo con Betsabé no sobrevivió. Más adelante, sin embargo, Betsabé vino a ser la madre de Salomón, el sucesor de David.

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