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Destruya el cuadro mental

Del número de abril de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Biblia habla de una época en que Moisés les dijo a los hijos de Israel — cuando se estaban preparando para ir a pelear con los cananeos al entrar en la Tierra Prometida — que una victoria completa sobre sus enemigos tenía que incluir hasta la destrucción de “todas sus imágenes”. Núm. 33:52;

Esto puede ser una valiosa advertencia para quienquiera que esté haciendo de su presente una penosa experiencia por traer a la memoria males pasados, por vivir recordando antiguas desdichas, quizás abrigando resentimiento por alguna ofensa recibida o torturándose continuamente por algún pecado pasado. En lugar de mantener la discordancia vívida en la memoria y revivirla mentalmente, cuánto mejor es exaltar el bien agradeciendo a Dios Sus bendiciones y reconociendo que el gobierno armonioso de Su creación es la verdadera historia de nuestra vida.

Dejamos de sufrir a causa de la discordancia cuando el cuadro mental — los recuerdos, o imágenes que uno abriga en el pensamiento — es erradicado y reemplazado por la convicción espiritual de que la salud, la pureza y la bondad han sido siempre continuas, ni por un instante interrumpidas por la enfermedad y el pecado. Dios es el único creador y podemos saber que sólo Su naturaleza se halla expresada en Su creación.

Cuando nuestra curación de la creencia en la realidad de la discordancia es completa, ya no la “rumiamos” más, no traemos a la memoria sus detalles narrándosela a otros, ni tememos de que pueda repetirse. Un error, por no haber sido jamás incluido en el concepto que Dios tiene del hombre, jamás ha formado parte de la historia del hombre; por lo tanto, el que vuelva a repetirse es imposible. El bien que expresa la perfección de Dios y evidencia el gobierno justo y sabio de Su creación, es lo que ha sido siempre verdadero. El hecho de que Dios, el bien, es Todo, hace que el destino del mal sea el olvido.

Cristo Jesús, el cristiano por excelencia, demostró que la ley de Dios aniquila tanto la enfermedad como el pecado. Es esta ley la que la Biblia revela y la Ciencia Cristiana explica. Al aplicar esta ley con fidelidad se obtienen los mismos frutos de curación que se obtuvieron durante el ministerio del Maestro. Al curar al paralítico Jesús probó que la ley de Dios perdona el pecado y elimina la enfermedad que puede resultar del pecado. Cuando sanó a la mujer adúltera demostró que el Amor divino libera tanto del pecado como de la condenación. Denunció el pecado, pero liberó a la mujer que había sido víctima del pecado.

La Sra. Eddy dice claramente en Ciencia y Salud que el primer paso para liberarse del pecado es reconocer el pecado como tal y admitir que es erróneo. Entonces, cuando vemos la naturaleza pura y espiritual del hombre, como Dios la creó y la mantiene, podemos comprender que, en realidad, el hombre es espiritual, libre de pecado, identificado sólo con aquello que es semejante a Dios.

Es el egotismo de la mente mortal, el egotismo del pecado, lo que nos tienta a rememorar constantemente el mal, a hablar de él y a grabar su cuadro en el pensamiento de otros, aun después que ha sido vencido. Este egotismo infla su propia importancia e insinúa que las conversaciones sobre el pecado o la enfermedad son fascinantes, que han formado parte del pasado de un individuo, o hasta que son una tentación en el presente.

La Biblia nos habla del “hombre de pecado” como uno “que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios”. 2 Tesal. 2:3, 4; Asegurémonos de que no aceptamos una ilusión. El inflado globo del egotismo del mal es desinflado por la espada de la Verdad — la comprensión de la impecabilidad de la pureza de la creación de Dios, hecha a Su propia imagen, el hombre que “no puede pecar, porque es nacido de Dios”. 1 Juan 3:9;

En muchas partes de sus escritos la Sra. Eddy deja en claro que el verdadero arrepentimiento incluye reforma. Cuando abandonamos el mal, encontramos descanso en estas alentadoras palabras de Juan: “Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él”. vers. 21, 22;

Se nos asegura de que cuando dejamos de pecar el pecado es perdonado. La Sra. Eddy nos da el tercer artículo de fe de la Ciencia Cristiana: “Reconocemos el perdón del pecado por Dios en la destrucción del pecado y en la comprensión espiritual que echa fuera el mal como irreal. Pero la creencia en el pecado se castiga mientras dure la creencia”.Ciencia y Salud, pág. 497;

Ya sea por la Ciencia o por el sufrimiento podemos despertar del sueño de proceder mal. Si elegimos despertar mediante la Ciencia, aceptamos en nuestra consciencia la verdad que fluye del Amor divino. Esta verdad trae consigo arrepentimiento y reforma porque por medio de su luz espiritual comprendemos que el gozo y la satisfacción son los frutos del buen proceder. Mas, si elegimos aprender nuestra lección mediante el sufrimiento, el mal nos viene a resultar tan insoportable que necesariamente tenemos que volverle la espalda para hallar paz. Esto, también, es prueba del amor de Dios.

¿Cuánto dura la creencia en el pecado y el castigo que es inseparable de ella? Tanto como la veamos real, que creamos que forma parte de nuestra historia, que hemos sido esclavizados por ella o que otros han estado bajo su mesmérico hechizo — que son moralmente débiles o pecadores. Nuestro sufrimiento por el pecado termina no meramente cuando dejamos de pecar, sino cuando comprendemos que el pecado jamás ha formado parte de la identidad de ningún hijo de Dios — incluyendo la nuestra.

Si destruimos no sólo el cuadro mental del mal sino también las impresiones de la mente mortal que reproducen el cuadro, entonces no sólo nos habremos liberado de toda la experiencia, sino que ya no seremos tentados a “celebrar aniversarios” de nuestro sufrimiento físico o moral.

Cuando dejamos que la luz del Cristo inunde nuestra consciencia elevándonos por sobre la creencia en el mal hacia el reconocimiento de la naturaleza impecable, íntegra y espiritualmente satisfecha del hombre de Dios, entonces la creencia en el pecado desaparece y con ella el castigo. El bien es lo único que ha de recordarse puesto que lo único que es vedadero acerca del hombre es lo que su creador sabe acerca de él: la pureza y santidad que Dios crea y mantiene por toda la eternidad.

Ciencia y Salud nos asegura: “La Verdad eterna destruye lo que los mortales parecen haber aprendido del error, y la existencia real del hombre como hijo de Dios sale a luz”.ibid., págs. 288–89; La Verdad no barre el error hacia un rincón y lo deja allí fuera de la vista donde pueda luego reaparecer para atormentarnos. Lo destruye totalmente y para siempre — ya sea el mal el resultado de alguna experiencia sufrida en la guerra, o de relaciones humanas discordantes, o de enfermedad, o de algún ambiente inadecuado para la infancia, o sea lo que fuere.

El hombre, quien coexiste eternamente con Dios, no tiene una historia material para añorar o lamentar. El hombre es libre para ser quien es — el noble representante de Dios. Jamás está lisiado ni condenado por creer en alguna enfermedad o pecado ocurrido en el pasado o por haber recibido una educación falsa en alguna época. El mal nunca ha tenido dominio sobre el hombre, porque a través de toda la eternidad Dios es supremo.

Al comprender esta verdad eterna del ser podemos decir triunfalmente con Pablo: “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Filip. 3:13, 14.

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