Lo más grande que he encontrado en la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) es haber comenzado a comprender que Dios es nuestro creador. Por medio de la revelación de Dios a Mary Baker Eddy y el profundo amor que ella demostró al compartir esta revelación con el mundo en su libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, encontramos la manera de reclamar el cuidado amoroso de nuestro Padre-Madre Dios.
Para mí, el camino ha sido lento y difícil, pero cuando uno con toda humildad y constancia ora y se esfuerza, las recompensas son casi increíbles: la verdad encontrada, la muerte anulada, la salud firmemente establecida, la provisión asegurada, paz aun en medio de pruebas y tribulaciones; y siempre la seguridad de llegar a encontrar nuestro innato estado de espiritualidad. Yo había perdido toda fe en la religión, aun en las hermosas enseñanzas de Cristo Jesús, las cuales había aprendido en mi niñez. La verdad de la existencia de Dios la sabía por deducción lógica, pero a través de los sentidos materiales no lo veía a Él en este mundo cruel e injusto en donde hasta los inocentes niños podían tener terribles enfermedades.
Siempre estaré profundamente agradecida a la amiga que me dijo: “Dios nunca hizo las enfermedades, eso lo sabemos en la Ciencia Cristiana”. Inmediatamente pensé en investigar ese concepto de Dios y así lo hice.
Unas semanas después de haber empezado mi estudio, mi hija, que es esposa de un médico, me preguntó qué era lo que tenía en un ojo. “Nada”, le contesté, “excepto que ya no puedo leer letra pequeña”. Pero ella insistió en que había algo en mi ojo, y que me llevaría al oculista al día siguiente. Ese mismo día una buena amiga notó que había algo en mi ojo y me llevó a un oculista famoso. Él dijo que era una enfermedad poco común, y que con toda seguridad perdería la vista de ese ojo y tal vez también la poca que tenía en el otro.
Esa noche en casa medité sobre lo que había aprendido en la Ciencia Cristiana, aplicándolo a mi necesidad, según mi comprensión — principalmente el hecho de que yo no podía tener algo malo en el ojo, puesto que Dios nunca ha creado enfermedades. La Sra. Eddy explica en Ciencia y Salud (pág. 486): “La vista, el oído, todos los sentidos espirituales del hombre, son eternos. No se pueden perder”. Oré para poder comprender estas verdades, y a la mañana siguiente tomé el directorio de teléfonos y me di cuenta de que sí podía leerlo. Cuando vino mi hija para llevarme al oculista, miró muy de cerca mi ojo y, sorprendida y maravillada dijo: “¡Mamá, ya no tienes nada en el ojo!” Le di gracias a Dios desde lo más profundo de mi corazón, y le doy gracias una y otra vez. Esto sucedió hace veinte años y todavía puedo leer letra pequeña sin anteojos.
Así empezó mi vida en la Ciencia Cristiana. Acosada por tremendas discordancias familiares, retrasada por pensamientos tercamente arraigados, había estado viviendo con profundo sufrimiento. Las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana a menudo eran una mano que se me extendía en mi gran oscuridad. ¡Cuán agradecida estoy por estas publicaciones y por la instrucción en clase con un inspirado maestro!
Durante estos años he sufrido varios accidentes, pero no tuvieron consecuencias porque sé que: “Bajo la Providencia divina no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección” (Ciencia y Salud, pág. 424). Una vez me caí sentada con tal fuerza que no podía ni respirar y por varios días el dolor continuó y aumentó. Un practicista de la Ciencia Cristiana me ayudó por medio de la oración. Me di cuenta de que tenía pensamientos que era necesario cambiar, y muy pronto, después de orar de esa manera, recuperé la armonía y la salud.
Siempre he amado a los niños y varios han sanado por medio de mi devota oración en la Ciencia Cristiana. Trajeron a mi nietecita de dos años que vivía en el campo porque tenía la fiebre palúdica y la dejaron a mi cuidado. Me senté cerca de la nena, orando y meditando durante varias horas. Sabía que nada en la creación de Dios podía causar la enfermedad que se suponía que ella tenía. Luego vi cómo a la débil y pálida niña le volvía un color rosado y cómo se sentó llena de energía. Por supuesto que cuando sus padres volvieron y la vieron se llenaron de gozo.
He seguido estudiando persistentemente las inspiradas obras de la Sra. Eddy, juntamente con la Biblia, y continuaré haciéndolo. Mi gratitud a Dios por Cristo Jesús y por la Ciencia Cristiana no tiene límites, por las vislumbres que he tenido de la eterna misericordia de nuestro Padre-Madre Dios, quien es la Vida eterna y Amor omnipotente.
México, D. F., México
