Desde el momento de nuestra primera vislumbre firme de la verdad científica, podemos comenzar a curar.
Sin embargo, la curación en la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) significa mucho más que sanar la enfermedad. Involucra un despertar espiritual y una vida más armoniosa; menos preocupación por uno mismo y más amor universal. Cuando apoyamos nuestro tratamiento espiritual sobre terreno más científico, tanto los pequeños como los grandes propósitos que involucra la curación por la Ciencia Cristiana se logran más directa y espontáneamente. Los nuevos estudiantes de esta Ciencia y aquellos de experiencia pueden curar más eficazmente. Para progresar, no debemos conformarnos sólo con los resultados presentes obtenidos de nuestra oración o tratamiento, no importa cuán meritorios éstos puedan ser.
Contrariamente a un sentido de excesiva satisfacción por la presente habilidad de sanar, a veces nos vemos tentados a creer que nuestro trabajo de curación era mejor antes que ahora.
No importa cuál sea nuestro éxito en la curación espiritual, siempre hay una continua necesidad de mejorar el tratamiento y de colocarlo sobre una base más metafísica.
En realidad, la habilidad de curar jamás es un talento personal sino una capacidad espiritual. Nuestro objetivo, entonces, nunca debiera ser el tratar de recuperar el poder sanador que podemos creer haber perdido. Nuestro objetivo es darnos cuenta de que esta habilidad jamás fue una posesión personal que puede perderse y luego recuperarse, como un paraguas olvidado en un tren. Siempre es el Espíritu el que sana. Y el Espíritu sana en razón de que se mantiene a sí mismo como la sustancia de todo ser verdadero. La importancia de esto es que el hombre, la idea del Espíritu, no es ni un sanador ni un sanado.
Mary Baker Eddy fue una sanadora de extraordinario éxito. ¡Tan claramente percibió la verdadera naturaleza de Dios y el hombre! Su propia curación de lesiones causadas por una caída que se temía ser fatal, y su notable trabajo de curación para otros, fueron de primordial importancia para el desarrollo y el establecimiento de la Ciencia Cristiana. Ante la pregunta “¿Ha perdido la Sra. Eddy su poder para sanar?” responde en parte, como sorprendida de que se dudara de su habilidad sanadora: “¿Se ha olvidado de brillar el sol, y se han olvidado los planetas de girar alrededor de él? ¿Quién descubrió la Ciencia Cristiana, la demostró y la enseña? Quienquiera que sea, esa persona entiende algo de aquello que no puede perderse”.Miscellaneous Writings, pág. 54; La curación consistente de Cristo Jesús demuestra que el poder sanador no podría perderse o debilitarse más de lo que podría perderse o debilitarse el Espíritu infinito, su fuente. La fuerza sanadora del Espíritu es total porque el Espíritu es Amor. El Amor sana porque dondequiera que pueda manifestarse algo opuesto al Amor, como por ejemplo enfermedad o pecado, aun allí mismo el Amor es la única realidad.
¿Podemos ser mejores sanadores? Sí, para el sentido humano podemos serlo mediante un razonamiento que se aproxime más a lo que la Mente divina sabe, y mediante una forma de vida que más se asemeje al modelo del ser divino. Pero para el sentido espiritual puro, no, no podemos ser mejores sanadores. La curación no es un poder personalizado sino la acción, vista humanamente, del poder y presencia divinos que jamás cambian ni disminuyen. Este poder no puede menguar o aumentar, brillar o palidecer, perderse o encontrarse. No es tal clase de cosa. Para ser mejores sanadores, necesitamos subordinar éste, el más digno de los propósitos, a la realidad de la presencia impersonal del Espíritu. La Biblia se refiere inequívocamente a esta omnipresencia: “Jehová es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra, y no hay otro”. Deut. 4:39;
La curación más rápida o instantánea que anhelamos realizar es más probable que ocurra al personalizar menos nuestra participación en la práctica de la Ciencia Cristiana. Al explicar el éxito del Maestro, la Sra. Eddy nos dice: “La completa naturalidad de la Verdad en la mente de Jesús fue lo que hizo que sus curaciones fueran fáciles e instantáneas. Para Jesús, el bien era el estado normal del hombre, y el mal el anormal; para él la santidad, la vida, y la salud representaban a Dios mejor que el pecado, la enfermedad y la muerte”.Mis., pág. 200; Es el Cristo, la Verdad, no los Científicos Cristianos, quien disipa las creencias de sufrimiento. El darle demasiada importancia a una diferencia entre la curación instantánea y la que no lo es, significa pasar por alto “la completa naturalidad de la Verdad”. Tal énfasis puede hacer nuestro trabajo más difícil, más arduo, y el evento de la curación espiritual menos gozoso de lo que debiera ser, y como lo es en realidad.
Tal diferencia engañosa, junto con el estar comparando ansiosamente nuestra eficacia en la curación con la eficacia de otro, no tienen lugar en la consciencia espiritual. La consciencia divina no incluye comparaciones, éxito a medias, fracasos descorazonadores, espiritualidad vacilante, ni un “era mejor ayer”, o un “será mejor mañana”. La consciencia divina incluye, y en efecto es, el ser perfecto, inmutable y sano.
El tratamiento mental en la Ciencia Cristiana, aunque esencialmente sencillo, es un tema vasto y profundo. Su alcance es ilimitado. No se presta a generalizaciones casuales o a consejos locuaces. Su válida exposición se encuentra en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy, especialmente en el capítulo “La Práctica de la Ciencia Cristiana”. Pero puede decirse con justicia que todos los Científicos Cristianos devotos pueden mejorar su propio tratamiento mental. Un elemento esencial para lograr este objetivo es cultivar una comprensión más exacta de la metafísica de la curación. Sobre todo, requiere que sin reservas coloquemos la curación al cuidado amoroso de la Mente divina. La Sra. Eddy dice: “El mejor sanador es aquel que menos se hace sentir, y viene así a ser una transparencia para la Mente divina, la cual es el único médico; la Mente divina es el sanador científico”.ibid., pág. 59.
