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¿Amamos realmente?

Del número de julio de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Uno de los más grandes anhelos del mundo es sentirse amado con un afecto espontáneo, ya que pocas son las personas que no sienten necesidad alguna de relacionarse con el prójimo. Infinidad de personas están ávidas de una mirada amistosa, de una palabra afectuosa, de un abrazo sincero — literal y figuradamente. Cuando sabemos que se nos ama podemos realizarlo casi todo, enfrentarnos a casi cualquier circunstancia. El afecto humano que se basa en lo espiritual deriva del Amor divino, y el mundo no puede prescindir de él.

¿Cuántos de nosotros podemos decirnos con convicción: “Dios me ama, por lo tanto me siento completo, satisfecho, sin carecer de nada”? Aquel que está subiendo los primeros peldaños de la escalera de la comprensión espiritual tal vez no haya alcanzado aún ese nivel. A medida que aprende a crecer espiritualmente, quiere y necesita evidencias concretas del amor de Dios en su vida diaria, amor sincero que siente y corresponde — un amor que lo rodea plenamente.

La verdadera religión, el cristianismo activo, no es una mera práctica fría y cerebral. A no ser que estemos evidenciando en nuestra propia vida cierto grado de la inteligencia, bondad y amor que provienen de Dios y ayudando a que otros los expresen, no hemos realmente descubierto nuestra identidad espiritual y verdadera. No vivimos en un vacío flotante de cierta clase de perfección y santidad vagas. El hombre, en verdad, es la semejanza de Dios. Esto se ha dicho infinidad de veces, pero ¿qué significa realmente? Significa que el hombre refleja a su Hacedor — la Verdad y el Amor divinos — en todo. Significa que debemos percibir ésta nuestra identidad y manifestarla activa y conscientemente en nuestro contacto diario con los demás.

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