Un buen corredor de distancia media puede cubrir una milla en menos de cuatro minutos. Cristo Jesús lo podía haber hecho literalmente en un instante.
Jesús fue el exponente supremo del poder espiritual. Al caminar sobre el agua para ir a donde estaban sus discípulos, al aparecer delante de ellos después de la resurrección a través de puertas cerradas, demostró que ejercía un dominio completo sobre su cuerpo humano y sobre su ambiente. Al presente, logros como ésos pueden parecer estar lejos de nuestro alcance. Pero podemos comenzar ahora a tomar nota de la calidad de pensamiento que era la base del dominio que tenía Jesús sobre las condiciones materiales, y tratar de hacer lo mejor que podamos para ajustarnos a ella. El relato bíblico recalca su profunda humildad. Nunca actuó para glorificarse a sí mismo. Nunca permitió que el egotismo oscureciera su pensamiento y así interfiriera con su reflejo del poder divino. Dijo: “El Padre que mora en mí, él hace las obras”. Juan 14:10;
En realidad, todo el poder y la actividad le pertenecen a Dios, que es el Principio creativo, o la Mente divina. Esta Mente es Todo, y es la Vida que anima toda la creación. Su imagen o expresión, el hombre individual, vive en la totalidad divina y refleja su energía ilimitada. Cada movimiento del hombre real emana de Dios, y el reconocimiento humilde y devoto de esta verdad imparte la confianza, la agilidad mental, la coordinación, el vigor y la flexibilidad que son tan esenciales en el mundo de los deportes.
El atleta que ha aprendido a reclamar su unidad con Dios tanto antes como durante un partido o un evento atlético encontrará que se ha unido a la fuente misma de la lozanía y vitalidad. En las palabras de Isaías, Dios “da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas”. Isa. 40:29;
El Apóstol Pablo no era un atleta, pero en sus arduos viajes por la causa de Cristo demostró el valor y vigor de un campeón. Bajo las circunstancias más difíciles, su comprensión de la unidad del hombre con Dios lo sostuvo. Escribió: “Tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos,... en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez”. 2 Cor 11:25–27;
El estudiante de Ciencia Cristiana que es un atleta puede fiarse con toda confianza en la misma comprensión espiritual que fortaleció e inspiró al apóstol para cumplir con su misión. Ha aprendido algo del hecho de que la fortaleza, la flexibilidad y la resistencia no dependen del tamaño ni de la musculatura del cuerpo físico. En la Ciencia, el cuerpo se considera como un fenómeno mental, la expresión visible del pensamiento humano y, por lo tanto, sujeto a las creencias conscientes y latentes de la mente humana.
La Sra. Eddy ilustra esta influencia mental decisiva cuando escribe: “Si Blondin hubiese creído que era imposible que se andara por la cuerda floja sobre los abismos de agua del Niágara, nunca lo hubiera podido hacer. Su convicción de que podía hacerlo dio a sus fuerzas de pensamiento, llamadas músculos, la flexibilidad y la fortaleza que la persona no científica pudiera atribuir a un aceite lubricante”.Ciencia y Salud, pág. 199.
Cualquier persona que esté interesada en el atletismo encontrará que estas verdades fundamentales son útiles en cualquier deporte en el que se desempeñe. Comprenderá que es el amo de su cuerpo porque éste es el estado subjetivo de su propio pensamiento, y que a medida que espiritualiza su pensamiento este dominio se hará cada vez más evidente.
Por supuesto, en el campo de los deportes, como en cualquier otro, la Ciencia Cristiana no es una salida indolente, un sustituto del esfuerzo humano honesto. Al prepararse para un evento atlético debieran seguirse las rutinas de entrenamiento normales, debiera prestarse atención inteligente a aprender las técnicas especiales, y debiera prevalecer el hábito de vivir sana y disciplinadamente. Sin embargo, debido a que la Ciencia Cristiana es una religión práctica, puede ayudar al atleta eficazmente tanto en su entrenamiento como en su actuación. El conocimiento científico de que el hombre es espiritual y perfecto, enteramente gobernado y activado por Dios, eleva e inspira la consciencia humana e imparte firmeza de carácter para soportar un régimen de entrenamiento. Y si se aplica honesta y persistentemente, mejorará nuestra actuación en el ardor de una competencia.
Por más placentera y vigorizante que pueda ser la actividad física — e independientemente de cuánto nos haya ayudado nuestra comprensión espiritual en el deporte que hayamos elegido — los estudiantes sinceros de la Ciencia Cristiana recuerdan que esta Ciencia tiene una misión superior. Está aquí para despertarnos a todos a la realidad espiritual, para guiarnos paso a paso de los intereses y afanes materiales y sus limitaciones hacia el conocimiento más elevado de Dios y del hombre, conocimiento que sana al enfermo y reforma al pecador.
Una dosis prudente de actividad atlética puede ser una forma de aprender a expresar la excelencia y autodisciplina que nos hacen testigos vivientes del poder de la Verdad. Vista con esta luz, esta actividad ocupa un lugar de honor junto a otros intereses humanos positivos — intereses que despiertan y utilizan cualidades de pensamiento que conducen al ser espiritual.
