Muchos de nosotros podríamos decir: “Mis mayores luchas han sido con mi voluntad propia”. Sin embargo, todos nosotros poseemos la capacidad innata de conocer la voluntad de Dios. En un talento de la intuición espiritual. Puede obrar en silencio y en profundidad, pero sale a la superficie en la Ciencia Cristiana mediante el estudio y la oración sinceros. Y cuando conocemos la voluntad de Dios, ¿qué puede quedarnos sino la disposición a cumplirla? ¿No es ésta la pauta cabal de la demostración: la voluntad de Dios y la disposición del hombre?
La verdad espiritual de que sólo hay una Mente tiene su equivalente: una sola voluntad. Lo omnipotente es lo “omnivolente”: la única, todopoderosa, voluntad divina. La presencia y el poder de Dios son infinitos. Su voluntad es la voz de autoridad en las Escrituras: “Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto”. Gén. 17:1;
Esta voluntad todopoderosa, que en realidad reflejamos, simplemente excluye la imperfección como irreal. Siendo la voluntad divina perfecta ella misma, perfecciona todo lo que toca en la consciencia humana. ¿Su efecto? La curación y la demostración. ¿Por qué? Porque el puro de espíritu siente los latidos de esta voluntad vibrar con insistencia en su pensamiento. No vive sobre el filo de la indecisa voluntad personal y su dualismo, sino que se mantiene firme en la norma de la expresión espiritual: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. Lucas 22:42;
¿Da frutos de sí misma esta pureza de espíritu? Sí, parcialmente en casos específicos en los que usamos nuestra capacidad para eliminar las limitaciones y errores de la voluntad finita. Pero más aún cuando rompemos con el hábito de ejercer la voluntad propia erróneamente. Es necesario comprender que esta voluntad mortal y superflua es un mito imposible. Entonces no puede producir resultados dolorosos.
¿Cómo podemos reconocer esta voluntad por lo que es a fin de abolirla? Tomemos como ejemplo a alguien que sea exigente y dictatorial. Puede que tal persona se encuentre en una posición de autoridad. Quiere hacer su voluntad y la hace intimidando a los demás. Tiene la reputación de ser tan arbitrario que nadie puede decirle nada.
Esta voluntad propia es la expresión de la creencia en una mente aparte de Dios. En Isaías, capítulo 14, a Lucifer se le denuncia muy gráficamente. El Dr. Scofield hace este comentario sobre los versículos 13 y 14: “Cuando Lucifer expresó su voluntad, diciendo: ‘subiré... levantaré... me sentaré... seré...’, el pecado comenzó”.Scofield Reference Bible;
Sin embargo, ¿cómo puede uno tener una voluntad propia si primero no está convencido de que posee una mente aparte de la Mente divina? Mas por el contrario, cuando uno comprende que Dios es la única Mente, uno razona que Dios posee la única voluntad. Quien no pretende tener una mente separada de Dios no puede ejercer una voluntad separada de Él. Sabiendo que Dios es su Mente, comprueba que la voluntad de Dios se ha convertido en su brújula y guía, su comandante y piloto, su fuerza y resistencia, la fuente de sus objetivos y la influencia motivadora que lo impele a alcanzarlos.
Para el asolamiento humano, el egoísmo tiene pocos rivales. Pero, ¿qué es el egoísmo sino la voluntad propia desatada, con todas sus discordancias? Su cura: simplemente una combinación de hermosas cualidades espirituales. Humildad y mansedumbre. Sencillez de corazón. Docilidad para aprender, modestia. ¿Y no son acaso todas estas cualidades las que en abundancia expresa aquel que ha aprendido el requisito de la filiación: la obediencia?
Tenemos que subyugar la voluntad personal a fin de desarrollar nuestra obediencia y graduarnos como hijos de Dios con los más altos honores. Para exterminar la voluntad propia nada puede compararse con el ejercicio de obediencia a la Mente omnivolente, el Dios único que es Todo-en-todo, que incluye todo lo que Él ha hecho y gobierna sin interrupción. El ejercicio de esta obediencia parece implicar un esfuerzo o voluntad. Pero este esfuerzo o voluntad siempre es en subordinación a la Mente divina.
El hombre espiritual es la imagen reflejada de la Mente. Cuando nos identificamos con este hombre, nuestra obediencia es normal y natural, simple y genuina, gozosa y libre en salud y dominio. ¿Hay algo más obediente que un reflejo? Sus movimientos no son una reacción instantánea ante su original, sino una acción simultánea con su original. La explicación que la Sra. Eddy da del hombre como reflejo espiritual de Dios es el agente mismo de la traslación inevitable de nuestro propio ser y del universo, de un estado físico ilusorio al realismo de la armonía espiritual y eterna.
Podemos ver el perfecto ejemplo de filiación divina expresado en la vida de Cristo Jesús. Cierta vez en que se puso en duda su misión divina, Cristo Jesús refutó a sus críticos con esta lógica incuestionable: “El que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”. Juan 8:29; Debido a su absoluta obediencia nunca actuaba de sí mismo y pudo curar y vencer la muerte y ascender.
La Sra. Eddy dice: “El obedecer el Principio divino que profesáis comprender y amar, es demostrar la Verdad”.Escritos Misceláneos, pág. 116.
La senda de la armonía tiene por cimiento esta resolución: no reconoceré otra voluntad que la de Dios. El descubridor inteligente del reino dentro de nosotros dice: “No que se haga mi voluntad ni la de otro, sino la Tuya, la Tuya sola”. Este empeño no nos hace ni obstinados ni abúlicos, sino decididos y firmes como hijos e hijas verdaderos.
Como sólo existe una Mente omnisciente a reflejar, sólo tenemos una voluntad omnivolente a obedecer. De Dios es el poder y nuestro es el reflejo. Encontramos nuestra verdadera identidad cuando sabemos quiénes somos espiritualmente. Entonces podemos hacer la voluntad de Aquel que nos creó. Vamos al Padre diciendo: “Tuya es la voluntad, mía la disposición. Aquí estoy; a Tu servicio”.
