Muchos de nosotros podríamos decir: “Mis mayores luchas han sido con mi voluntad propia”. Sin embargo, todos nosotros poseemos la capacidad innata de conocer la voluntad de Dios. En un talento de la intuición espiritual. Puede obrar en silencio y en profundidad, pero sale a la superficie en la Ciencia Cristiana mediante el estudio y la oración sinceros. Y cuando conocemos la voluntad de Dios, ¿qué puede quedarnos sino la disposición a cumplirla? ¿No es ésta la pauta cabal de la demostración: la voluntad de Dios y la disposición del hombre?
La verdad espiritual de que sólo hay una Mente tiene su equivalente: una sola voluntad. Lo omnipotente es lo “omnivolente”: la única, todopoderosa, voluntad divina. La presencia y el poder de Dios son infinitos. Su voluntad es la voz de autoridad en las Escrituras: “Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto”. Gén. 17:1;
Esta voluntad todopoderosa, que en realidad reflejamos, simplemente excluye la imperfección como irreal. Siendo la voluntad divina perfecta ella misma, perfecciona todo lo que toca en la consciencia humana. ¿Su efecto? La curación y la demostración. ¿Por qué? Porque el puro de espíritu siente los latidos de esta voluntad vibrar con insistencia en su pensamiento. No vive sobre el filo de la indecisa voluntad personal y su dualismo, sino que se mantiene firme en la norma de la expresión espiritual: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. Lucas 22:42;
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