“Al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios”. Hechos 3:7, 8; Ésta, por cierto, es la clase de curación que todos anhelamos que ocurra consistentemente como resultado de nuestro atestiguamiento del hecho de que el hombre es el hijo de Dios, como enseñó Cristo Jesús.
En este caso, el hombre que fue sanado jamás había andado. Siendo un paralítico congénito, parece que ni siquiera conscientemente esperaba poder andar. Meramente estaba pidiendo dinero. Sin embargo, al verlo sentado a la entrada del templo, los Apóstoles Pedro y Juan percibieron que tenía una pizca de fe que resultaría en curación. Lo animaron a que tomara posesión de la fortaleza y actividad otorgadas por Dios como nunca lo había hecho antes, y él respondió saltando y entrando con ellos en el templo, saltando de alegría. El incidente ocurrió rápidamente, la curación fue completa, y no hay relato en la Biblia de que no hubiera sido sino permanente.
La fe de los apóstoles en el poder de Dios como fue enseñado por Cristo Jesús fue innegable y vigorosa. Esperaban curación rápida, completa y permanente. Cuando Pedro tomó al hombre de la mano y lo levantó, los espectadores se maravillaron. Mas para los apóstoles fue la consecuencia natural de la comprensión de que el hombre es el hijo de Dios, como su Maestro había enseñado, y de dejar que la fe en el poder sanador de Dios gobernara el pensamiento de ellos. Habían visto antes tales casos de curación repentina muchas veces. Según los Evangelios, la obra sanadora de Jesús siempre fue rápida, completa y permanente. No estaba señalada por un mejoramiento gradual, curación incompleta o recaída. Sus seguidores estaban llenos de la inspiración del ejemplo sublime del Maestro y sabían que sus enseñanzas los dotaban de un poder sanador similar.
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