Aunque en la mayoría de los países los secuestros son relativamente pocos, la tendencia de los medios de información es hacer que muchos de nosotros nos sintamos parte de esos sucesos cuando ocurren. Debiéramos reconocer tales sucesos como oportunidades que claman para que demostremos nuestro entendimiento de Dios. Cuando nos vemos confrontados por la injusticia de tales actos debiéramos sentirnos impulsados a comprender los hechos espirituales.
Hay poderosas verdades espirituales disponibles para sanar las circunstancias involucradas en un secuestro. Por más útiles que puedan ser los métodos humanos, el volverse a Dios con un entendimiento correcto de Su presencia puede ser el factor más significativo para determinar la solución.
Muy a menudo aquellos envueltos más directamente en el problema se sienten impotentes. Pero se pueden dar pasos positivos y poderosos. La Ciencia Cristiana saca a luz el hecho de que una percepción clara, correcta, de Dios y de la relación del hombre con Él, puede ser práctica y eficaz para resolver cualquier problema humano. Aunque la necesidad inmediata parezca girar alrededor del retorno de una personalidad humana, un enfoque metafísico requiere un paso preliminar todavía más importante. Requiere percibir algo de la naturaleza de Dios. Nos llama a admitir que Dios está siempre presente.
Él es verdaderamente la única presencia; por lo tanto, el único poder. Sólo Dios gobierna, motiva y guía. Él ha creado al hombre para ser Su representante, y el hombre expresa la naturaleza divina. Dios es Espíritu, y la verdadera identidad del hombre es espiritual. El Padre único y Su hijo son inseparables.
Al hombre se le encuentra mediante la comprensión de lo que es Dios. Cuando empezamos a percibir la verdadera naturaleza del hombre como eternamente una con su Hacedor, la única fuente del ser, estamos, de un modo fundamental y esencial, encontrando a un individuo. Cuando en cierta medida se le encuentra, o sea, se descubre que es el hijo de Dios, el reflejo mismo de un Dios siempre presente, se ha dado un paso poderoso hacia una solución humana.
La Sra. Eddy escribe: “El cuerpo y la mente materiales son temporales, pero el hombre real es espiritual y eterno. La identidad del hombre real no se pierde, sino se encuentra, por esta explicación...” En la próxima página continúa diciendo: “El hombre espiritual es la imagen o idea de Dios, una idea que no puede perderse, ni separarse de su Principio divino”.Ciencia y Salud, págs. 302–303;
En realidad, el verdadero ser del hombre jamás es secuestrado. El hijo de Dios nunca puede ser apartado de su plena, segura y completa relación con la eterna presencia de Dios. Cuando empezamos a ceder suficientemente a esta incontrovertible verdad espiritual, las circunstancias humanas responden y se ajustan a ella en cierta medida.
El hecho de que Dios está siempre presente es una verdad que sana el temor humano de que haya ocurrido una ausencia. Cuando uno razona en oración, puede empezar a comprender que puesto que Dios está siempre presente y debido a que el hombre es el reflejo de Dios — el representante de Su presencia — el hombre, en razón de este reflejo, manifiesta presencia. No hay elemento de ausencia. El aquí y el ahora son las verdades acerca de la totalidad de Dios. Los conceptos mortales equivocados no pueden abrogar estas verdades.
A medida que establecemos en la consciencia, clara e inteligentemente, estas realidades divinas, una fuerza irresistible y sanadora se hace sentir en las injustas, inicuas y discordantes condiciones humanas. Pablo nos asegura lo a salvo que está nuestro verdadero ser: “Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Col. 3:3.
Debiéramos ser lo suficientemente generosos como para volver nuestro pensamiento hacia el Espíritu cuando la sociedad se enfrenta a un secuestro. Mas, ¿nos sentimos impelidos a hacer los mismos esfuerzos de curación cuando pequeños secuestros ocurren más directamente en nuestra propia vida? Si cada uno de nosotros le aportara curación específica a estos sucesos no divulgados públicamente, los secuestros que hacen noticia disminuirían.
Por ejemplo, ¿hemos nosotros alguna vez, mediante atracción personal, alejado a alguien de su hogar y de su familia? ¿Hemos permitido que una relación demasiado íntima prive a esa familia de su ser querido? ¿O hemos sido nosotros mismos víctimas de un secuestro? ¿Nos hemos encontrado dejándonos llevar — aunque haya sido sólo en fantasía — por una personalidad humana atractiva? ¿Hemos sido separados de aquellos que nos aman? ¿No será una especie más sutil de secuestro lo que está envuelto en estos casos?
Las mismas verdades espirituales pueden traer curación. Dios sostiene a Sus hijos en el lugar que legítimamente les corresponde. Nadie, en su verdadero ser, puede ser separado de su eterna unión con Dios. El hombre le pertenece a Dios, no a personas. La comprensión de esta verdad contribuye a darle fidelidad y estabilidad a las relaciones humanas.
Tal vez hayamos sido “raptados” de nuestra iglesia y no hayamos reconocido esto como un secuestro. El magnetismo animal, la supuesta atracción hacia la materialidad, lo habrá disfrazado como una desavenencia, o como falta de interés, o quizás como desilusión o carencia de amor. Merecemos ser liberados y que se nos permita regresar a la bendición que podemos recibir al mantener una completa relación con nuestra familia de la iglesia.
A medida que en oración examinamos nuestra vida, podemos encontrar modos de liberarnos de ser, o bien las víctimas de un secuestro o los perpetradores.
Cualquiera sea la forma que estos injustos actos tomen, su solución comienza con un reconocimiento y amor más profundos hacia Dios y hacia la familia universal que Él sostiene. Sus hijos, como ideas divinas, están por siempre mantenidos en sus sitios únicos. No pueden ser removidos. Jamás son sacados del lugar que Dios les ha establecido. Nuestro reconocimiento más vasto de esta verdad actúa no sólo como una fuerza preventiva, sino que ayuda a restituir condiciones más armoniosas cuando surge la necesidad.
