¿Te has sentido alguna vez muy pequeño y has creído que las demás personas te veían del mismo modo? Bien, pues hace mas de tres mil años hubo una gente que sintió eso mismo y dijo que, a su parecer, ellos eran como “langostas”. Pero Caleb no se veía de esa manera. Caleb vivió durante la época en que Moisés conducía a los hijos de Israel a Canaán, la Tierra Prometida. Moisés lo envió junto con otros once a atisbar la tierra de Canaán para ver si podrían ir a ocuparla.
Cuando los espías regresaron le dijeron a Moisés que Canaán era una tierra que fluía leche y miel y que habían allí higos, granadas y uvas. Trajeron de estos frutos para mostrárselos a Moisés y al pueblo. Mas dijeron que las ciudades eran “muy grandes y fortificadas”. Y describieron a los hombres que vivían allí como muy altos y fuertes, — como gigantes. Y para colmo le dijeron a Moisés que “éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos”. Núm. 13:28, 33; Evidentemente, ellos necesitaban saber que eran hijos de Dios. Todos somos hijos de Dios. ¡Nadie es una langosta!
Mas a Caleb no le preocupaban los gigantes. Él y otro hombre llamado Josué dijeron: “Si Jehová se agradare de nosotros, él nos llevará a esta tierra”. 14:8; Y Moisés escuchó a Caleb, el cual había escuchado a Dios. Pero la mayoría de los otros hombres se consideraban como langostas y sintieron temor, por lo que pasaron muchos años antes de que fueran a vivir a Canaán. A Caleb, que había seguido “fielmente a Jehová”, Deut. 1:36; le fue dada una porción especial de la tierra como recompensa. Como dice la Biblia: “No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”. 2 Tim. 1:7; Así que cuando nos enfrentamos a problemas gigantes, acordémonos de la clase de espíritu que Dios, el bien, nos ha dado — el mismo espíritu que Cristo Jesús manifestó y que lo dotó de gran poder.
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