El Padrenuestro representa la revelación de la coincidencia de lo humano y lo divino. Esta coincidencia es un punto importante en la teología de la Ciencia Cristiana, porque al revelar la totalidad de Dios, la Ciencia Cristiana pone de manifiesto la vacuidad de la materia y con lógica infalible declara que todo lo que existe aquí, ahora y en todas partes, es Dios y Su idea. No hay dos estados de existencia. La Ciencia Cristiana demuestra la falsedad del testimonio de los sentidos materiales en todo aspecto. Nos hace ver que lo humano no es un estado imperfecto de existencia que en algún momento se volverá espiritual, sino que es un sentido imperfecto que se abriga acerca de la divinidad, la que aquí y ahora es lo real, lo tangible, lo verdadero. Aquello que es divino es imperecedero, perfecto y completo. Nada se le puede añadir ni nada se le puede quitar.
En Ciencia y Salud la Sra. Eddy dice: “Juan vio la coincidencia de lo humano y lo divino, manifestada en el hombre Jesús, como la divinidad abrazando la humanidad en la Vida y su demostración, — reduciendo a la percepción y comprensión humanas la Vida que es Dios”. Y añade: “En la revelación divina desaparece la entidad material y corpórea, y la idea espiritual es entendida”.Ciencia y Salud, pág. 561; Haciendo de Dios el punto de partida y razonando de causa a efecto, la Ciencia Cristiana prueba con certeza científica que el hombre, la imagen de Dios, es completamente espiritual y que existe eternamente al nivel de la perfección.
De modo que la frase con la cual comienza el Padrenuestro, “Padre nuestro que estás en los cielos,” Mateo 6:9; no quiere decir que Dios es el Padre de los mortales. Quiere decir que debido a que Dios, el Espíritu — que la Ciencia Cristiana revela como Padre-Madre — es el Padre del hombre, el hombre es, por lo tanto, enteramente espiritual y que en realidad no hay mortales, porque una cosa produce cosa semejante. Así es que a la luz de esta gran oración, podemos elevar nuestra mirada y decir: No, yo no soy un pequeño mortal finito, envejeciendo, frágil y apresurándome a la muerte. Mi individualidad e identidad son espirituales, aquí y ahora, eternamente sostenidas en la armonía, perfección y perpetuidad de la Vida, de las cuales estoy siempre consciente.
Podemos ir más lejos y hacer nuestra la verdad de que el hombre no procede de una larga línea de antepasados humanos; que no es el vástago de la voluntad humana, ni ha heredado enfermedades o defectos de temperamento de esta interminable serie de ascendientes humanos. Nunca nació en la materia y no tiene que morir y así salir de la materia. Es el descendiente inmediato de Dios, la idea de Dios. Esta verdad es aplicable a todos los hombres en todas partes, y la Ciencia del cristianismo lo comprueba diariamente al sanar a los enfermos y reformar a los pecadores. Éste es el fundamento del amor fraternal, amor que se basa en el concepto de la totalidad de Dios, no en el de un hermano humano falible.
“Padre nuestro que estás en los cielos” establece al hombre como la expresión de la naturaleza, sustancia y carácter de Dios. El hombre no puede ser materia si Dios es Espíritu; no puede ser finito si Dios es infinito; no puede morir si Dios es Vida, ni puede odiar, ser cruel o estar enfermo. No puede ser fraudulento, no puede ser un fracasado. Él es aquí y ahora el reflejo directo de la gloria de Dios.
En la Ciencia, Dios y el hombre están correlacionados. No podemos pensar en Dios sin incluir al hombre; ni podemos pensar en el hombre excepto en términos de su relación con Dios. No hay división ni separación entre Dios y Su idea, entre la Mente y su manifestación, entre causa y efecto. Dios es el término que siempre significa causa, en tanto que hombre es el término que significa efecto. Causa y efecto son eternamente distintos, sin embargo por siempre uno, porque ni lo uno ni lo otro puede existir separadamente.
La Sra. Eddy hace este interesante comentario: “El Ego es revelado como Padre, Hijo y Espíritu Santo; mas la Verdad total se halla únicamente en la Ciencia divina, donde vemos a Dios como Vida, Verdad y Amor. En la relación científica del hombre con Dios, el hombre es reflejado no como alma humana, sino como el ideal divino, cuya Alma no habita en el cuerpo, sino que es Dios, — el Principio divino del hombre”.La Unidad del Bien, págs. 51–52;
La Ciencia Cristiana revela la compleción de Dios, y la compleción de Dios incluye la compleción del hombre. No sería posible que Dios tuviera una idea incompleta de Sí mismo. Por lo tanto, no hay hombre incompleto. La sugestión mental agresiva que arguye: “Yo soy incompleto, soy un fracasado, no triunfo, me falta compañía, salud, o sustento,” es absolutamente falsa, porque no representa la naturaleza del Padre-Madre Dios. Puesto que no hay separación entre la Mente y la idea de la Mente, no hay posibilidad de que el hijo experimente pérdida o un lapso de imperfección. El entendimiento de que Dios es Padre-Madre acaba con las creencias de nacimiento y muerte con sus limitaciones concomitantes. Este estado divino no es una perspectiva lejana. Es un hecho actual que se discierne mediante el sentido espiritual, un hecho para ser demostrado, una verdad para ser vivida.
En la coincidencia de lo humano y lo divino, el reino de Dios ha llegado, Su reino está establecido. El reino de un soberano pone en vigor la ley de ese soberano día viene y día va, cada hora de cada día, por doquiera en su reino. Del mismo modo, el reino de la Vida, la Verdad y el Amor en nuestra vida no es algo que se pueda aceptar y rechazar a voluntad. Es la actividad sin fluctuación de la ley de Dios en la consciencia, impartiendo paz y satisfacción. Este reino alborea cuando se expresa total humildad; requiere que se venza completamente todo sentido pecaminoso que se abrigue acerca de una identidad aparte de Dios y que se reconozca sólo a Dios como el único Padre-Madre universal.
Toda llamada ley que sea antagónica a la ley divina se rinde en el reino de la Vida, la Verdad y el Amor. Toda ley física es anulada y derogada, toda ley de castigo y condenación, de vejez y muerte. No existen tales leyes, porque Dios nunca las hizo. Sólo es ley aquello que la Mente divina proclama como ley, y esta ley espiritual se hace obedecer por sí sola, compele, se impone. No podemos escapar de ella. Aniquila todo lo que sea desemejante a Dios. Es una ley de curación, de regeneración, de realización y de gozo inefable. Silencia la fuerza de voluntad humana. Anula la fuerza ciega. Disipa el temor. Establece la armonía.
La demostración de la coincidencia de lo humano y lo divino en nuestra vida significa que el Amor divino debe transformar nuestra naturaleza y penetrar nuestros afectos de tal manera que seamos encontrados dignos de participar del pan del cielo, la verdad del ser, que enriquece los afectos y sacia el hambre del mundo. Participamos de este pan mediante la consagración, mediante el estudio diario de la Biblia y de las obras de nuestra Guía, la Sra. Eddy; mediante fervorosa meditación y mediante la purificación propia y el autoanálisis profundo.
La Ciencia Cristiana no ha venido a darnos contentamiento en la materia. Ha venido a destruir la materia. Pese a lo que los sentidos físicos puedan decir sobre el fracaso, la muerte, la separación, o los problemas físicos o financieros, la verdad es la realidad del Espíritu, de la Vida, aquí y ahora mismo. Nada sino el Espíritu es real; nada está sucediendo sino la manifestación de la armonía ininterrumpida del ser. En la proporción en que renunciamos a nuestras concesiones a la materia, en que nuestra creencia en la materia es destruida, participamos del refrigerio matutino, de la sustancia de la Verdad, en la maravilla de la resurrección y de la revelación de Vida eterna.
¿Estamos dejando que el Amor divino se refleje en nuestra vida? ¿Vivimos el amor? ¿Lo expresamos en todo lo que hacemos? Formulémonos estas preguntas. Más aún, ¿es nuestro pensamiento tan puro que, al igual que el Maestro, Cristo Jesús, podemos contemplar en la Ciencia divina al hombre creado por Dios, en vez del producto pecaminoso del sentido corporal? Nada menos paga nuestra deuda al Amor divino; nada menos cumple con la demanda del Amor.
La demostración de la coincidencia de lo humano y lo divino nos eleva al trono mismo de Dios, por encima de la sordidez del sentido al claro resplandor del Alma. En la quietud del Alma, los sentidos están callados.
Entramos en este lugar santísimo, descalzos. El resentimiento, el rencor, la tristeza, la mezquindad de la vida humana, se desvanecen, lavados en la cristalina claridad del río que fluye de este trono. En el santuario del Alma, el Padre nos está diciendo a cada uno de nosotros: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas”. Lucas 15:31; En la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Dios, la única Mente o Ego, expresa Su propia individualidad infinita, identificándose eternamente a Sí mismo en las innumerables formas de la grandeza reflejada de la Mente.
En la de hoy en día llamada era del espacio, la humanidad está haciendo su máximo esfuerzo para romper las barreras que se ha impuesto a sí misma, y las limitaciones de la materia están cediendo. Mas pese a todo el fenomenal desarrollo alcanzado en los descubrimientos e investigaciones materiales, pese a todo el extraordinario poder que la humanidad tiene en sus manos, los hombres todavía se consideran a sí mismos mortales — víctimas indefensas de la enfermedad y la muerte.
Hace cerca de dos mil años, de acuerdo con los cálculos humanos, Cristo Jesús demostró el poder del Espíritu. Este poder espiritual no era nuevo. Lo encontramos anunciado en la Biblia en el primer capítulo del Génesis. Se entrelaza como los hilos de un tejido a través del Antiguo Testamento. El advenimiento del Maestro llegó como un resplandor de gloria. Aquí aparecía un poder que echaba abajo las fronteras del pecado, la enfermedad y la muerte. Era un poder que destruía todas las leyes materiales; un poder jamás antes igualado — el poder del Espíritu.
Jesús dijo: “No puedo yo hacer nada por mí mismo”, Juan 5:30; y “Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras”. 14:10; Cuando dijo “Padre nuestro”, mostró que este poder está a la disposición de todos los hombres en todas partes cuando comprenden a Dios como él Le comprendía. En los siglos siguientes, a causa del ritualismo, los credos y el dogma, este poder quedó oculto, pero no fue extinguido.
En la época actual la Sra. Eddy, mediante su descubrimiento, ha restituido este poder a la humanidad. Su trabajo como Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana cumple con la profecía bíblica. Ella no sólo descubrió, sino que exploró el reino del Espíritu. Demostró el poder y la disponibilidad del Espíritu como nadie sino el Maestro lo había hecho anteriormente. El nombre de la Sra. Eddy no puede ser separado de la revelación contenida en el libro de texto, Ciencia y Salud. Ella ha hecho clara la coincidencia de lo humano y lo divino. Ha hecho que el Padrenuestro cobre vida para nosotros al darnos su significado espiritual. La fuerza más grande en el mundo hoy en día es la Ciencia de esta oración. ¿Qué sino la Ciencia del Cristo puede resolver los problemas universales de la raza humana, satisfacer los anhelos del corazón y liberar a la humanidad?
La Ciencia revela que las fuerzas del universo son fuerzas de la Mente, fuerzas del Espíritu, fuerzas del Amor. En la radiación del Espíritu los falsos conceptos y clasificaciones humanas desaparecen, y el universo y el hombre son comprendidos en su naturaleza espiritual. Éste es el nuevo cielo y la nueva tierra. “Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, para siempre”. Mateo 6:13 (según Versión Moderna).
En la nítida belleza de esta coincidencia de lo humano y lo divino, donde la divinidad tiernamente abraza a la humanidad en la Vida y su demostración, encontramos nuestra individualidad, nuestra identidad, nuestro origen, nuestro propósito. Y en la demostración científica de esta coincidencia radica la solución para todos los problemas del mundo.
